San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 2 de febrero de 2018

Fiesta de San Blas


         Vida de santidad[1].

San Blas fue médico y obispo de Sebaste, Armenia. Se trasladó al Monte Argeus, a una cueva, en donde llevó una vida eremítica, de intensa oración y penitencia.
Debido a que el Señor le había concedido el don de realizar curaciones milagrosas, acudían a su cueva innumerables fieras salvajes, que esperaban su turno para ser curadas de sus dolencias, aunque no lo interrumpían en sus tiempos de oración. Al comenzar la persecución del tirano emperador romano Agrícola, gobernador de Capadocia, sus esbirros salieron al monte a cazar animales para llevarlos luego al circo. Fue en esa circunstancia en la que encontraron a San Blas, pues el santo estaba rodeado de numerosos animales salvajes, que esperaban, con toda mansedumbre, ser atendidos y curados por el santo. Así fue como San Blas fue arrestado y llevado ante la presencia de Agrícola, quien intentó vanamente que apostatara de la fe en Jesucristo. Incluso en prisión, y en el intervalo en el que sufría torturas, el santo no dejaba de proclamar la Buena Nueva de Jesucristo, obteniendo grandes conversiones entre los prisioneros. Finalmente fue echado a un lago, con la intención de ahogar al santo, pero San Blas, parado en la superficie –imitando a Nuestro Señor Jesucristo cuando caminaba sobre las aguas-, invitaba a sus perseguidores a caminar sobre las aguas y así demostrar el poder de sus falsos dioses, lo cual, obviamente, estos no hicieron, porque sus dioses son demonios y no tienen el poder divino de Jesús. Cuando San Blas regresó a tierra, los verdugos del emperador romano lo torturaron, para intentar nuevamente hacerlo apostatar, y al no conseguir su objetivo, terminaron por matarlo, por decapitación. Corría el Año del Señor 316.
En la fiesta de San Blas se bendicen las gargantas, en recuerdo de uno de sus más famosos milagros: antes de ser ejecutado, y cuando era llevado ante la presencia del emperador Agrícola, volvió a la vida a un niño que acababa de fallecer a causa de una espina de pescado que se le había atravesado en la garganta, quitándole la respiración. La madre del niño, enterándose que pasaba San Blas, salió a su encuentro con su hijo en brazos y, con lágrimas en los ojos y dolor en el corazón, le imploró por su hijo: en ese momento San Blas, luego de encomendarse a Nuestro Señor Jesucristo, impuso sus manos en la garganta del niño, y este, por el poder de Jesucristo que pasó a través del santo, regresó a la vida. Éste es el origen de la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta.

         Mensaje de santidad.

         Como vimos en su biografía, San Blas tenía un poder sanador, tanto para seres humanos, como para animales. Sin embargo, aunque se lo recuerda por uno de sus milagros más famosos, el de la vuelta a la vida del niño ahogado con una espina de pescado, no fueron los milagros, ni su don de curación, lo que hicieron a San Blas ganarse el cielo: fue su amor a Jesucristo, a sus mandamientos, a su cruz, a su Iglesia, a sus sacramentos, y a su Madre, que es la Virgen, la Madre de Dios y Madre Nuestra, la que le valió vivir ahora en el Reino de los cielos, para siempre. Fue el amor a Jesucristo el que le hizo, primero, retirarse a una vida aislada, para poder rezar mejor y hacer más penitencia por sus pecados, y fue el amor a Jesucristo y la presencia del Espíritu Santo en su alma, lo que lo llevó a no solo no tener miedo de sus captores y verdugos, sino a animarlos a que abandonen sus ídolos, que son demonios, y a que se conviertan al Dios verdadero, el Dios de la Eucaristía.
         Al recordarlo en su día, le pedimos a San Blas, que vive en la alegría y en la gloria del cielo para siempre, que interceda por nosotros, para que tengamos salud y sobre todo, salud en nuestras gargantas, pero sobre todo, para que tengamos una fe viva y un amor ardiente al Dios del sagrario, Jesús Eucaristía, y a nuestros prójimos, por amor a Dios, para que no solo no salgan nunca, jamás. de nuestras gargantas, por las que entra Nuestro Señor Jesucristo por la Eucaristía, palabras desedificantes, vulgares, groseras, y mucho menos injurias, calumnias, mentiras hacia nuestro prójimo, ni tampoco quejas contra Dios, sino que siempre y únicamente salgan palabras de perdón y misericordia para con nuestro prójimo, y de amor y piedad para con Nuestro Dios y Señor, Jesús Eucaristía.

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