San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 3 de junio de 2015

San Carlos Lwanga y sus compañeros mártires dieron sus vidas por una doble pureza: del cuerpo y de la fe


         En el año 1885, había en Uganda un rey llamado llamado Muanga, quien además de ser contrario al Sexto Mandamiento, tenía como primer ministro a un brujo llamado Katikiro, el cual odiaba profundamente a los que se convertían al catolicismo, pues ya no se dejaban engañar por sus brujerías[1]. Fue este brujo quien le propuso -y finalmente convenció-, al rey de que debía hacer morir a todos los que se declararon cristianos.
Desde ese momento, el rey Muanga, cruel y sanguinario, siguiendo el consejo del brujo, comenzó a perseguir a todos los que se declararan cristianos católicos. Reunió a todos sus mensajeros y empleados y les dijo: “De hoy en adelante queda totalmente prohibido ser cristiano, aquí en mi reino. Los que dejen de rezar al Dios se los cristianos, y dejen de practicar esa religión, quedarán libres. Los que quieran seguir siendo cristianos irán a la cárcel y a la muerte”. Y luego les dio esta orden: “Los que quieran seguir siendo cristianos darán un paso hacia adelante”. Inmediatamente Carlos Luanga, que desempeñaba el cargo de jefe de todos los empleados y mensajeros del palacio, dio el paso hacia adelante. Lo siguió el más pequeño de los mensajeros, que se llamaba Kisito. Y enseguida 22 jóvenes más dieron el paso decisivo. Inmediatamente entre golpes y humillaciones fueron llevados todos a prisión, dando así comienzo a su calvario, que finalizaría luego en el martirio que los conduciría al cielo[2]. Una vez en la prisión, y antes de ser ejecutado, Carlos Luanga alcanzó a administrar el bautismo a algunos de los jóvenes que no habían recibido todavía este sacramento que los convertía en hijos de Dios y les abría las puertas del Reino de los cielos.
El rey Muanga los volvió a reunir y les preguntó: “¿Siguen decididos a seguir siendo cristianos?”. Y ellos respondieron a coro: “Cristianos hasta la muerte”. Entonces por orden del cruel ministro Katikiro fueron llevados prisioneros a 60 kilómetros de distancia por el camino, y allí mismo fueron asesinados por los guardias[3]. El 3 de junio del año 1886, día de la Ascensión, los envolvieron en esteras de juncos muy secos, y haciendo un inmenso montón de leña seca los colocaron allí y les prendieron fuego. Entre las llamas salían sus voces aclamando a Cristo y cantando a Dios, hasta el último aliento de su vida. Por el camino se llevaron los verdugos a dos mártires más, ya mayores de edad. El uno por haber convertido y bautizado a unos niños (San Matías Kurumba) y el otro por haber logrado que su esposa se hiciera cristiana (San Andrés Kawa). Ellos se unieron a los otros mártires (de los cuales 17 eran jóvenes mensajeros) y en total murieron en aquel año 26 mártires católicos[4].
El rey Muanga estaba doblemente contrariado con San Carlos Luanga y el resto de los mártires: porque no querían ceder a sus insinuaciones contrarias a la castidad y porque no querían adorar a los falsos dioses de la brujería. San Carlos Luanga y los demás mártires defendieron con sus vidas su fe y su castidad; defendieron con sus vidas la verdad de que “el cuerpo es templo del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19) y de que Jesucristo es Dios Hijo encarnado y que por lo tanto, es el Único Dios que debe ser adorado. De esa manera, San Carlos Luanga y sus compañeros mártires se convierten en luminosos ejemplos para nuestros oscuros días, en donde la marea de impureza corporal –se aceptan las faltas a la castidad y a la pureza como norma de vida- y espiritual –la impureza espiritual consiste en adorar a ídolos neo-paganos, en vez de adorar al Único Dios verdadero, Jesucristo, en la Eucaristía-, representada en la secta neo-pagana y luciferina de la Nueva Era, amenaza con conducir a toda la humanidad al Abismo del cual no se retorna.
San Carlos Luanga y compañeros mártires defendieron con sus vidas las dos verdades arrasadas hoy por la impureza carnal y por el neo-paganismo satanista de la Nueva Era: la castidad del cuerpo y la pureza inmaculada de la fe en Jesucristo como Hombre-Dios, Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía. Prefirieron perder sus vidas antes que perder la comunión de vida y amor con el Cordero de Dios, y por ese motivo, gozan por la eternidad de su Presencia y lo adoran por siglos sin fin en el Reino de los cielos.



[1] https://www.ewtn.com/spanish/Saints/Carlos%20Luanga_6_3.htm
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

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