San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 26 de mayo de 2015

San Felipe Neri y la fuente de su alegría


         Algo que caracterizaba a San Felipe Neri era su permanente alegría y buen humor. ¿De dónde provenían esta alegría y este buen humor? Visto mundanamente, San Felipe Neri no tenía motivos para estar alegre ni para tener buen humor: desde muy joven, renunció no solo a toda riqueza terrena sino a todo proyecto de construir humanamente una riqueza terrena[1]. Luego de su conversión, a los 17 años, partió hacia Roma, para ingresar en la vida religiosa, y desde allí, hasta su muerte, vivió como religioso, observando fielmente los votos de pobreza, castidad y obediencia. No tenía riquezas materiales, no estaba dominado por la concupiscencia de la carne, había renunciado libremente a hacer su propia voluntad, por el voto de obediencia: visto mundanamente, San Felipe no tenía motivos ni para ser feliz ni para estar alegre, y sin embargo, como decimos al principio, lo que caracterizó su vida fueron, precisamente, la felicidad, la alegría y el buen humor.
         ¿Cómo se puede explicar esta aparente contradicción?
La explicación de la felicidad, la alegría y el buen humor de San Felipe Neri, se encuentran en su amor a Jesús y en la certeza de saber que esta vida habría de terminar más bien pronto –aun cuando falleció a los ochenta años- y que luego le esperaba una eternidad de gozos, de alegría, de dicha inconcebible, en compañía de Jesús.
Pero además, y esto es lo más importante en su vida de santidad, San Felipe sabía que Jesús se encontraba misteriosamente en el prójimo más necesitado, y es así que se dedicó por completo a las obras de misericordia. Es por esto que caeríamos en un error si dijéramos que la fuente de la felicidad de San Felipe Neri eran solo los éxtasis místicos: más que estos, encontraba su felicidad en dedicar el día entero a las obras de misericordia corporales y espirituales: corporales, porque visitaba enfermos de toda clase; espirituales, porque buscaba permanentemente la conversión de las personas, y se dedicó con tanta pasión a esta tarea de misericordia, que se lo llamó “el Apóstol de Roma”. Para dar impulso a unas y otras obras de caridad, fundó la Cofradía de la Santísima Trinidad, conocida como la cofradía de los pobres, que se encargaba de socorrer a los peregrinos necesitados. Por medio de esa cofradía San Felipe difundió la devoción de las cuarenta horas (adoración Eucarística), además de fundar el célebre hospital de Santa Trinitá dei Pellegrini[2]. Fundó también la Congregación del Oratorio (los oratorianos), regidos por una constitución muy sencilla escrita por el mismo santo.
San Felipe Neri conocía el Amor de Dios, que es fuente de felicidad y de alegría inagotables, que se manifiesta en la caridad y en la misericordia hacia el prójimo más necesitado. Pero otra forma de expresarse el Amor de Dios –mucho menos frecuentes y reservada solo a los grandes santos- es a través de las experiencias místicas, las cuales eran habituales en él. En su biografía, pueden leerse algunas de estas: “Felipe consagraba el día entero al apostolado; pero al atardecer, se retiraba a la soledad para entrar en profunda oración y, con frecuencia, pasaba la noche en el pórtico de alguna iglesia, o en las catacumbas de San Sebastián, junto a la Via Appia. Se hallaba ahí, precisamente, la víspera se Pentecostés de 1544, pidiendo los dones del Espíritu Santo, cuando vio venir del cielo un globo de fuego que penetró en su boca y se dilató en su pecho. El santo se sintió poseído por un amor de Dios tan enorme, que parecía ahogarle; cayó al suelo, corno derribado y exclamó con acento de dolor: ‘¡Basta, Señor, basta! ¡No puedo soportarlo más!’. Cuando recuperó plenamente la conciencia, descubrió que su pecho estaba hinchado, teniendo un bulto del tamaño de un puño; pero jamás le causó dolor alguno. A partir de entonces, San Felipe experimentaba tales accesos de amor de Dios, que todo su cuerpo se estremecía. A menudo tenía que descubrirse el pecho para aliviar un poco el ardor que lo consumía; y rogaba a Dios que mitigase sus consuelos para no morir de gozo. Tan fuertes era las palpitaciones de su corazón que otros podían oírlas y sentir sus palpitaciones, especialmente años más tarde, cuando como sacerdote, celebraba la Santa Misa, confesaba o predicaba. Había también un resplandor celestial que desde su corazón emanaba calor. Tras su muerte, la autopsia del cadáver del santo reveló que tenía dos costillas rotas y que éstas se habían arqueado para dejar más sitio al corazón”[3]. De esta forma, Dios le había respondido a una oración que con frecuencia hacía San Felipe: “¿Oh Señor que eres tan adorable y me has mandado a amarte, por qué me diste tan solo un corazón y este tan pequeño?”. Es decir, Dios le dilató el corazón, para que tuviera más capacidad para “almacenar” el Amor de Dios.
También en las Misas eran frecuentes los arrebatos místicos: “Como frecuentemente era arrebatado en éxtasis durante la misa, los asistentes acabaron por tomar la costumbre de retirarse al “Agnus Dei”. El acólito hacía lo mismo. Después de apagar los cirios, encender una lamparilla y colgar de la puerta un letrero para anunciar que San Felipe estaba celebrando todavía; dos horas después volvía el acólito, encendía de nuevo los cirios y la misa continuaba”[4].
Como vemos, San Felipe Neri había experimentado el Amor de Dios, por medio de las obras de misericordia, pero también a través de numerosos éxtasis místicos, en los cuales el alma se sumerge y se deleita de tal manera en el Amor de Dios, que ya nada más quiere saber en esta vida y nada quiere entender ni amar que no sea ir a la otra vida para gozar del Amor de Dios para siempre –es lo que decía Santa Teresa de Ávila: “Tan alta vida espero, que muero porque no muero”-, y por lo  tanto sabía que, manteniéndose fiel en el Amor a Jesús y a su gracia, una vez traspasado el umbral de la muerte terrena, comenzaría a vivir la Vida eterna, plena de Amor divino, fuente inagotable de dicha, de consuelo, de luz, de paz, y ese pensamiento era lo que lo mantenía permanentemente alegre y de buen humor, y era la fuente de su permanente felicidad. No es casualidad que su médico de cabecera declarara que el día que “más alegre lo vio”[5], fuera el día de su muerte, y esto es coherente con lo que decimos, pues San Felipe Neri había recibido un anuncio del cielo, por medio del cual sabía que ese día moriría y que por lo tanto, comenzaría inmediatamente a gozar de la visión de su amado Jesús.
Con toda seguridad, no tendremos los éxtasis místicos que tenía San Felipe Neri, y estos no dependen de nosotros, pero como hemos visto, estos no eran la única ni la principal causa de su felicidad, sino que esta radicaba en su incansable dedicación al prójimo por medio de las obras de misericordia, y esto sí depende de nosotros. Al conmemorar a San Felipe, le rogamos que interceda para que también nosotros encontremos la felicidad, la alegría y el buen humor, que se derivan de olvidarnos de nosotros mismos, para dedicarnos a las necesidades espirituales y materiales de nuestros prójimos, para que, también al igual que San Felipe, vivamos una eternidad de alegría y gozo, en la contemplación de Jesús, el Hombre-Dios, en el Reino de los cielos.




[1] http://www.corazones.org/santos/felipe_neri.htm
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.

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