Es conocido por todos uno de los más notorios milagros
eucarísticos que tuvieron lugar en la historia de la Iglesia y que tuvo por
protagonista a San Antonio de Padua: un hereje, que no creía en la Presencia
real y substancial de Jesús en la Eucaristía, desafió a San Antonio en público
a que tuviera a una mula sin comer durante tres días, al cabo de los cuales, la
soltarían en la plaza delante de fardos de alfalfa, mientras que al mismo tiempo,
San Antonio debía sostener la Eucaristía. El incrédulo sostenía que, como la
Eucaristía era solo un poco de pan bendecido, la mula se dirigiría directamente
a la alfalfa, ignorando la Hostia, puesto que no era más que pan. San Antonio
aceptó el reto y, llegado el momento, al soltar a la mula, San Antonio se dirigió
al animal ordenándole que se arrodillara delante de su Creador. Ante la sorpresa
de todos y a pesar de que la mula había pasado efectivamente tres días sin
comer absolutamente nada, en vez de dirigirse al alimento, como se lo indicaba
su instinto animal, se dirigió resueltamente hacia San Antonio, que sostenía en
lo alto una custodia con la Eucaristía y, doblando sus patas delanteras, se
postró en signo de adoración ante Jesús Eucaristía, reconociendo a su Creador.
Hoy podemos ver, con asombro y estupor, que los seres
humanos, que se diferencian por su capacidad de raciocinio, doblan sus rodillas
ante ídolos mudos e inertes, como el fútbol, el dinero, la política, la
violencia, la sensualidad, el materialismo, mientras que son incapaces de
doblar sus rodillas frente al Santísimo Sacramento del altar, tal como lo hizo
la mula ante la orden de San Antonio de Padua.
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