A lo largo de toda su vida, Santa Rita de Casia vivió de tal
manera unida a Cristo, que todo en ella reflejaba a Jesús, tanto en su período
de vida laical, como en su período de vida religiosa.
Siendo laica y esposa, reflejó de tal modo la mansedumbre de
Jesús Cordero, que convirtió a su esposo, un hombre violento y abusador, en un
hombre cristiano, pacífico y religioso. Cuando este murió a manos de sus
antiguos enemigos y sus hijos juraron vengarlo, Santa Rita pidió a Dios la
gracia que salvara las almas de sus hijos y que tomara sus vidas antes de que
estos murieran en pecado mortal, y Dios le concedió esta gracia, de manera que
sus hijos murieron a causa de una grave enfermedad, no sin antes convertirse a
causa de las palabras de dulzura y perdón en Cristo de las que les hablaba
Santa Rita. Santa Rita así se configuró, siendo laica, con Cristo paciente,
misericordioso, bondadoso, humilde, e hizo realidad en su vida el mandato de
Cristo de amar a los enemigos, pues no solo no guardó rencor a los asesinos de
su esposo, sino que los perdonó y los amó en Cristo.
Siendo
religiosa, le gustaba meditar largamente en la Pasión de Nuestro Señor, particularmente
en los insultos, ultrajes y golpes que había recibido en el Via Crucis, en el
Camino del Calvario. En la Cuaresma de 1443, luego de escuchar un sermón sobre
la Pasión de Nuestro Señor, pidió la gracia a Jesús de participar de sus
sufrimientos en la cruz, gracia que le fue concedida, ya que recibió los estigmas
y las marcas de la Corona de Espinas en la cabeza, pero a diferencia de otros
santos, en quienes estas heridas despedían aromas exquisitos, en Santa Rita
estas heridas se volvieron purulentas y comenzaron de inmediato a despedir un
hedor insoportable que la obligó, hasta el día de su muerte, a vivir apartada
de la comunidad[1].
Solo se quitó este hedor en ocasión de la peregrinación por el Año Santo y en
el día de su muerte, cuando el hedor se convirtió en un perfume celestial. Como
religiosa, así como laica, Santa Rita de Casia se configuró con Cristo y con
Cristo crucificado y coronado de espinas, con Cristo sufriendo en la Pasión, y
esto hasta el fin de sus días.
Ahora bien, no debemos creer que la petición de la participación
en la Pasión del Señor está reservada a los grandes santos y místicos como
Santa Rita de Casia y como tantos otros; en la Liturgia de las Horas de los
fieles, el libro de oraciones de la Iglesia Católica, en las preces, se pide
que los fieles –los fieles laicos y los sacerdotes y religiosos- sepan unir sus
sufrimientos –físicos, morales, espirituales- a la Pasión del Señor, para así
luego ser partícipes de su gloria en la bienaventuranza: “Haz que tus fieles
participen en tu pasión mediante los sufrimientos de su vida, para que se
manifiesten a los hombres los frutos de la salvación”[2]. Y
no hace falta recibir estigmas con fragancias celestiales, ni llagas visibles,
ni visiones, ni éxtasis; basta simplemente, en el silencio interior del corazón,
hacer el ofrecimiento de la vida con sus tribulaciones a Cristo crucificado y
coronado de espinas y entregar este ofrecimiento a la Virgen de los Dolores,
que está de pie junto a la cruz; basta con besar los pies de Jesús, basta con
besar su Sangre con un corazón contrito y humillado, y continuar con la vida de
todos los días, y así la vida cotidiana está crucificada con Cristo, como la
vida de Santa Rita de Casia.
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