En la imagen que lo representa, San Expedito se encuentra
sosteniendo una cruz blanca, con la inscripción en latín “Hodie” (que
significia “hoy”), y bajo su pie derecho, yace aplastado un cuervo negro que en
su pico lleva una inscripción, también en latín, “cras” (que significa “mañana”).
¿Qué quiere decir esto?
Quiere decir que es verdad aquello que la Biblia nos dice: “Delante
del hombre están la vida y el bien, la muerte y el mal”; lo que él elija, eso
se le dará” (Eclo 18, 17). A San
Expedito, en un momento determinado de su vida, se le presentan el Bien –Jesús con
su Cruz y su gracia santificante- y el Mal –el demonio, con sus tentaciones y
su rechazo de la gracia-. Al santo se le presenta la oportunidad de elegir, y
elige el Bien; elige a Jesús y su Cruz, y es por eso que se vuelve capaz de
derrotar al enemigo de las almas, el demonio.
Lo que le sucede a San Expedito, le sucede a todo hombre,
todos los días, hasta el fin de sus días, hasta la muerte: a todo hombre se le
da la oportunidad de elegir: o el Bien o el Mal; o Dios o el ángel caído; o
Jesucristo o el Demonio. Ahora bien, ni uno ni otro –ni Dios ni el Diablo- obligan, porque
el hombre ha sido creado “a imagen y semejanza de Dios”, y lo que más asemeja al
hombre a Dios, es la libertad. Jesús, en el Evangelio, no nos obliga a
seguirlo, puesto que dice: “Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo,
tome su cruz de cada día y me siga” (Lc
9, 23). Claramente, Jesús no nos obliga: “Si alguien quiere seguirme, que me
siga”. Pero el seguimiento de Jesús implica la negación de uno mismo –negación de
las pasiones, negación del enojo, la ira, la pereza- y el seguimiento por el camino
del Calvario, que no es nunca un camino fácil, porque implica el cumplimiento
de los Mandamientos de Dios, que inclinan al bien, y no los mandamientos de la
propia voluntad, que inclinan al mal.
El Camino de la Cruz es camino seguro, porque conduce indefectiblemente al cielo, pero no es fácil. “Si alguien quiere seguirme, que me siga”, dice Jesús, con lo cual vemos que no nos obliga a su seguimiento, como tampoco lo hace el demonio. El demonio no obliga a cometer el pecado; el demonio no obliga a ceder a la tentación; el demonio no obliga a cumplir sus mandamientos, los mandamientos de Satanás, el primero de los cuales es: “Yo hago lo que quiero”. El demonio se limita a presentarnos la tentación, así como el cazador presenta a la presa que quiere cazar, una trampa escondida debajo de un alimento apetitoso, sabroso, deleitable a la vista, pero no nos obliga, de ninguna manera, a que consintamos la tentación.
El Camino de la Cruz es camino seguro, porque conduce indefectiblemente al cielo, pero no es fácil. “Si alguien quiere seguirme, que me siga”, dice Jesús, con lo cual vemos que no nos obliga a su seguimiento, como tampoco lo hace el demonio. El demonio no obliga a cometer el pecado; el demonio no obliga a ceder a la tentación; el demonio no obliga a cumplir sus mandamientos, los mandamientos de Satanás, el primero de los cuales es: “Yo hago lo que quiero”. El demonio se limita a presentarnos la tentación, así como el cazador presenta a la presa que quiere cazar, una trampa escondida debajo de un alimento apetitoso, sabroso, deleitable a la vista, pero no nos obliga, de ninguna manera, a que consintamos la tentación.
El demonio solo presenta la tentación, pero jamás entra en
el santuario de la libertad, que permanece inviolable y, como vemos, tampoco
entra Dios. Dios es sumamente respetuoso de nuestra libertad, y por eso no nos
obliga a su seguimiento; el demonio no entra, no porque sea respetuoso, sino
porque Dios se lo impide.
Esto
quiere decir que en nosotros permanece siempre la posibilidad de elegir: o el
bien o el mal, o Dios o el ángel caído, o Jesucristo o Satanás, o la virtud o
el pecado. A esto hay que agregar que siempre, indefectiblemente, contamos con
la ayuda de la gracia, que nos auxilia para elegir el bien y para superar la
tentación.
Cuando
cometemos un pecado, es decir, cuando elegimos el mal en vez del bien, cuando
elegimos al demonio en vez de Dios, cuando elegimos cumplir los mandamientos de
Satanás en vez de los de Dios –los mandamientos de Satanás son los opuestos a
los de Dios-, es porque libremente decidimos no contar con el auxilio de la
gracia, y libremente decidimos rechazar los mandamientos de Dios, para cumplir
los de Satanás.
Nadie
puede decir: “Dios me abandonó en la tentación”, “Dios no me dio fuerzas para resistir
y la tentación fue muy fuerte”, porque si alguien dice eso, miente con una
mentira absoluta. Dios siempre asiste con su gracia para que elijamos el bien –de
hecho, el solo hecho de desear elegir el bien significa que contamos con su gracia-;
si terminamos eligiendo y obrando el mal, es porque libremente decidimos en
contra de Dios.
Esta
es la razón por la cual aquel que se condena, lo hace libremente; no es Dios
quien, con un rayo fulminante, lo arroja al infierno; es la persona misma
quien, libremente, decidió apartarse de Dios porque prefirió el mal y el pecado
y no a Él, que es el Sumo y Perfecto Bien.
“Delante
del hombre están la vida y el bien, la muerte y el mal”; lo que él elija, eso
se le dará” (Eclo 18, 17). En todo
momento de la vida nos ocurre lo de San Expedito: la posibilidad de elegir
entre el bien y el mal, entre Dios y el ángel caído, entre Jesucristo y
Satanás, entre el pecado y la virtud. Debido a que es en nuestro prójimo en
donde recaen nuestras decisiones, no hace falta que se nos aparezca el demonio
como cuervo para saber si elegimos el bien o el mal; basta con que nos demos cuenta que nuestro prójimo es la medida
para saber si estamos eligiendo a Dios o al diablo. Si somos misericordiosos
con el prójimo, estamos eligiendo a Dios; si no somos misericordiosos, no
estamos eligiendo a Dios, sino al Negro Cuervo del Infierno, el Demonio. El devoto
de San Expedito debe pedirle, entonces, que le ayude a elegir siempre a Cristo
y su Cruz.
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