San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 6 de agosto de 2011

El Ángel de la liturgia de la Santa Misa






Un ángel anuncia el nacimiento milagroso de un niño que será el Precursor del Mesías Salvador de la humanidad (cfr. Lc 1, 18ss). El ángel anuncia a Zacarías, sacerdote, que su esposa, anciana, quedará encinta y dará a luz a un niño que será el Precursor del Mesías.
Además de la importancia del anuncio, llama la atención el hecho de que es realizado por un ángel, en medio de una función litúrgica, en medio de un templo.
Es un ángel también quien anuncia a María, en Nazareth, que nacerá milagrosamente el Mesías en Belén, Casa de Pan. El anuncio es muy similar en cuanto al contenido, aunque lo que se le anuncia a María es superior al anuncio de Zacarías: nacerá no ya el Precursor del Mesías, sino el Mesías en Persona. Esta vez el ángel realiza el anuncio no en el templo de la Antigua Alianza, la Sinagoga, sino el Templo de la Nueva Alianza, la Morada del Espíritu Santo, la Virgen María.
Un ángel anuncia en un templo de la Sinagoga el nacimiento milagroso del Precursor del Mesías; un ángel anuncia en el templo del Espíritu Santo, la Virgen María, el nacimiento milagroso del Mesías.
En la Iglesia, prefigurada en la Sinagoga y en María, un ángel no anuncia, sino que lleva, ante la Presencia de Dios Trino, el fruto milagroso de las entrañas virginales de la Iglesia, el cuerpo y la sangre, el alma y la divinidad, del Dios Niño nacido en Belén, muerto en la cruz y aparecido en el altar, en medio de su Iglesia, como Cordero de Dios. El ángel de la Iglesia, en medio de la liturgia, luego de las palabras del sacerdote, lleva la concepción virginal de la Iglesia, el cuerpo de Cristo resucitado, ante el altar de la Trinidad, para que retorne luego a las almas para llenarlas de su gracia y bendición.
Esto que decimos no es retórica ni figuras simbólicas; es lo que rezamos con el Misal, como Iglesia, como Cuerpo Místico de Cristo, luego de la consagración, y es por lo tanto en lo que creemos como católicos: “Te pedimos, Señor, que esta ofrenda –el cuerpo glorioso del Niño de Belén, cuyo nacimiento fue anunciado por el ángel a María- sea llevada a Tu Presencia, por manos de tu ángel, hasta el altar del cielo, para que cuantos participamos del cuerpo y de la sangre de Tu Hijo, seamos colmados de gracia y bendición” .
El Pan del altar que comemos es el cuerpo glorioso y resucitado del Niño nacido en Belén, anunciado por el ángel a María, llevado por el ángel de la Iglesia ante el trono de Dios, para que las almas que lo reciban en la comunión se conviertan, cada una, en una gruta de Belén, donde nazca el Niño Dios y para que el Niño de Belén las colme, más que de su gracia y bendición, con Su misteriosa y alegre Presencia Personal.

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