San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 27 de abril de 2023

San Luis María Grignon de Montfort

 



         Vida de santidad[1].

          Nació en Montfort, Francia, en 1673. Era el mayor de una familia de ocho hijos. Desde muy joven fue un gran devoto de la Santísima Virgen. A los doce años ya pasaba largos ratos arrodillado ante la estatua de la Madre de Dios. Antes de ir al colegio por la mañana y al salir de clase por la tarde, iba a arrodillarse ante la imagen de Nuestra Señora y allí se quedaba como extasiado. El papá de Luis María era sumamente colérico, un hombre muy violento y cuando su padre estallaba en arrebatos de mal humor, el santo se refugiaba en sitios solitarios y allí rezaba a la Virgen amable, a la Madre del Señor; este recurso a la Virgen lo hará durante toda su vida. En sus 43 años de vida, cuando sea incomprendido, perseguido, insultado con el mayor desprecio, encontrará siempre la paz orando a la Reina Celestial, confiando en su auxilio poderoso y desahogando en su corazón de Madre, las penas que invaden su corazón de hijo. Con grandes sacrificios logró estudiar en el seminario de San Suplicio en París, sobresaliendo como un seminarista totalmente mariano; entre otras delicadezas para con la Madre del cielo, se encargaba de mantener el altar de la Virgen siempre adornado de flores. Siendo ya sacerdote, San Luis María Grignon de Montfort será un gran misionero y peregrino. Celebró su primera Misa en un altar de la Virgen y durante muchos años la Catedral de Nuestra Señora de París fue su templo preferido y su refugio.

A pie y de limosna se fue hasta Roma, pidiendo a Dios la eficacia de la palabra, y la obtuvo de tal manera que al oír sus sermones se convertían hasta los más endurecidos pecadores. El Papa Clemente XI lo recibió muy amablemente y le concedió el título de “Misionero Apostólico”, con permiso de predicar por todas partes. Montfort dedicó todas sus grandes cualidades de predicador y de conductor de multitudes a predicar misiones para convertir pecadores. 

San Luis de Montfort fundó dos Comunidades religiosas: los Padres Montfortianos (a cuya comunidad le puso por nombre “Compañía de María”) y las Hermanas de la Sabiduría. Murió San Luis el 28 de abril de 1716, a la edad de 43 años, agotado de tanto trabajar y predicar.

         Mensaje de santidad.

Un mensaje de santidad que nos deja San Luis María es el hecho de permanecer siempre fieles a la Verdad de la Iglesia Católica y de hacer frente a los herejes, es decir, a los que quieren cambiar los dogmas en los que se basa la Santa Fe Católica. Concretamente, en tiempos de San Luis María, estaba extendida una herejía llamada “jansenismo”; según decían los herejes jansenistas, no había que recibir casi nunca los sacramentos porque no somos dignos de recibirlos, con lo cual lograban enfriar la fe y la devoción. Sin embargo, si bien es verdad que somos indignos de recibir cualquier don venido de Dios y sobre todo los Sacramentos, lo que nos hace dignos no es nuestra naturaleza, sino la naturaleza divina, de la cual participamos por medio de la gracia santificante, la cual se nos concede, precisamente, por los Sacramentos. En consecuencia, como forma de combatir esta herejía, San Luis Montfort se esforzaba por propagar la confesión sacramental frecuente, para así recibir dignamente la Sagrada Comunión; además, predicaba una gran devoción a Nuestra Señora, la Madre de Dios.

Otro mensaje de santidad que nos deja el santo es el recurrir a la Madre de Dios: antes de ir a regiones peligrosas o a sitios donde mucho se pecaba, rezaba con fervor a la Santísima Virgen, puesto que estaba convencido, como decía, de que “donde la Madre de Dios llega, no hay diablo que se resista”. Las personas que habían sido víctimas de la perdición se quedaban admiradas de la manera tan franca como les hablaba este hombre de Dios. Y la Virgen María se encargaba de conseguir la eficacia para sus predicaciones. En cada pueblo o vereda donde predicaba procuraba dejar una cruz, construida en sitio que fuera visible para los caminantes y dejaba en todos un gran amor por los sacramentos y por el rezo del Santo Rosario. Así el santo nos recuerda que al cielo solo vamos por la Cruz y por la gracia santificante, gracia que nos es concedida por los Sacramentos.

         Sin embargo, el principal mensaje de santidad lo encontramos en su escrito mariano llamado “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María”, un método que consiste en rezar a la Virgen durante treinta días seguidos, para luego consagrarse al Inmaculado Corazón de María en una festividad mariana. Esta consagración a la Virgen no es, como pretenden los luteranos, un menosprecio de Jesucristo, puesto que el Inmaculado Corazón de María es la antesala y la Puerta que conduce directamente al Sagrado Corazón de Jesús. Por esta razón, quien se consagra a la Virgen a través del método de San Luis María, se consagra también al Sagrado Corazón de Jesús.

         Al recordar a San Luis María Grignon de Monfort en su día, hagamos el propósito de consagrarnos a los Sagrados Corazones de Jesús y María siguiendo el método enseñado por el santo en el “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María”.

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