San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 11 de junio de 2020

San Bernabé, Apóstol


         Cristo en la Cruz
         Vida de santidad[1].

La historia de San Bernabé se encuentra escrita en el libro de Los Hechos de los apóstoles, en las Sagradas Escrituras. Nació en la isla de Chipre y era judío, de la tribu de Leví. Vendió las fincas que tenía y luego llevó el dinero que obtuvo y se lo dio a los apóstoles para que lo repartieran a los pobres. Un mérito formidable de San Bernabé es el haber descubierto a Saulo –quien posteriormente se llamaría San Pablo- y cuando después de su conversión Saulo llegó a Jerusalén, lo presentó a los apóstoles y se los recomendó. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, se hace de Bernabé unos elogios que es difícil encontrarlos respecto de otros personajes. Dice así: “Bernabé era un hombre bueno, lleno de fe y de Espíritu Santo” (Hech 11, 24).
Sucedió que en Antioquía se produjo la conversión al cristianismo de un gran número de paganos; al enterarse, Bernabé fue enviado allí y se quedó por un buen tiempo instruyéndolos aún más en la fe en Jesucristo. En aquella ciudad fue donde por primera vez se llamó “cristianos” a los seguidores de Cristo. Bernabé y Saulo, desde entonces, hicieron apostolado juntos, predicando en Antioquía, ciudad que se convirtió en un gran centro de evangelización. Un día mientras los cristianos de Antioquía estaban en oración, el Espíritu Santo habló por medio de algunos de ellos que eran profetas y dijo: “Separen a Bernabé y Saulo, que los tengo destinados a una misión especial”. Los cristianos rezaron por ellos, les impusieron las manos, y los dos, acompañados de Marcos, después de orar y ayunar, partieron para Chipre, la isla donde había nacido San Bernabé, en donde encontraron muy buena aceptación a su predicación, y lograron convertir al cristianismo nada menos que al mismo gobernador, que se llamaba Sergio Pablo. En honor a esta notable conversión, Saulo se cambió su nombre por el de Pablo. Y Bernabé tuvo la gran alegría de que su tierra natal aceptara la religión de Jesucristo. Luego emprendieron su primer viaje misionero por las ciudades y naciones del Asia Menor. En la otra ciudad de Antioquía (de Pisidia) al ver que los judíos no querían atender su predicación, Bernabé y Pablo declararon que de ahora en adelante les predicarían a los paganos, a los no israelitas. En Iconio estuvieron a punto de ser apedreados por una revolución tramada por los judíos y tuvieron que salir huyendo, aunque dejaron una buena cantidad de convertidos y confirmaron sus enseñanzas con formidables señales y prodigios que Dios obraba por medio de estos dos santos apóstoles. En la ciudad de Listra, al llegar curaron milagrosamente a un paralítico y entonces la gente creyó que ellos eran dos dioses. A Bernabé por ser alto y majestuoso le decían que era el dios Zeus y a Pablo por la facilidad con la que hablaba lo llamaban el dios Mercurio. Y ya les iban a ofrecer un toro en sacrificio, cuando ellos les declararon que no eran tales dioses, sino unos simples mortales. Luego llegaron unos judíos de Iconio y promovieron un tumulto y apedrearon a Pablo y cuando lo creyeron muerto se fueron, pero él se levantó luego y curado instantáneamente entró otra vez en la ciudad. Después de todo esto Bernabé y Pablo regresaron a las ciudades por donde habían estado evangelizando, recordándoles a los nuevos cristianos que “es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hech 14, 22).
Al llegar a Antioquía se encontraron con que los cristianos estaban divididos en dos partidos: unos (dirigidos por los antiguos judíos) decían que para salvarse había que circuncidarse y cumplir todos los detalles de las leyes de Moisés. Otros decían que no, que basta cumplir las leyes principales. Bernabé y Pablo se pusieron del lado de los que decían que no había que circuncidarse, y como la discusión se ponía acalorada, los de Antioquía enviaron a Jerusalén una embajada para que consultara con los apóstoles. La embajada estaba presidida por Bernabé y Pablo. Los apóstoles reunieron un concilio y le dieron la razón a Bernabé y Pablo. Volvieron a Antioquía y dispusieron organizar un segundo viaje misionero, pero se separaron y Bernabé se fue a terminar de evangelizar en su isla de Chipre y San Pablo se fue a su segundo viaje. Más tarde se encontraron otra vez misionando en Corinto (1 Cor 9, 6).

Mensaje de santidad.

Un primer mensaje de santidad, en la vida de San Bernabé Apóstol, nos lo da la misma Sagrada Escritura, cuando dice de Bernabé que era “un hombre lleno de fe y de Espíritu Santo”. Este elogio que recibe Bernabé es, podemos decir, todo lo que un hombre necesita ser y tener en esta vida terrena, pues la fe, que es un don del Espíritu Santo, prepara para la eternidad, mientras que la posesión del Espíritu Santo –Bernabé estaba “lleno del Espíritu Santo”-, además de concederle grandes dones y gracias, al colmar su alma con la Presencia del Espíritu de Dios en esta vida terrena, hace que el alma viva ya con anticipación lo que será la vida eterna, esto es, la contemplación, en el Amor de Dios, el Espíritu Santo, de la Santísima Trinidad, de las Tres Divinas Personas. Ahora bien, el tener fe y el estar “lleno del Espíritu Santo” no es algo que dependa de nosotros ni está al alcance de nuestras fuerzas, sino que todo se trata de don y gracia de Dios, por lo que, si queremos imitar a San Bernabé, tenemos que postrarnos en adoración al Espíritu Santo y pedirle que purifique nuestras almas con la gracia y que, aunque somos indignos, inhabite en nuestros corazones, como anticipo de la visión bienaventurada en la gloria de la que habremos de gozar, por la Misericordia de Dios, en el Reino de los cielos.

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