San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 29 de abril de 2020

Santa Catalina de Siena




          Vida de santidad[1].

          Nacida en 1347, Catalina tuvo la primera visión: mientras cruzaba una calle con su hermano Esteban, vio al Señor rodeado de ángeles, que le sonreía, impartiéndole la bendición. Su padre pensó casarla con un hombre rico; sin embargo, la santa ya se había consagrado a Dios. A los dieciséis años, Santa Catalina ingresó en la tercera orden de Santo Domingo. Se destacó por su gran caridad y bondad, sobre todo para con los huérfanos y más necesitados. Durante la llamada “peste negra”, en la cual murió la tercera parte de la población de Siena, Santa Catalina se destacó por el cuidado de los enfermos.  A los veinticinco años de edad comienza su etapa en la vida pública, caracterizada como conciliadora de la paz entre los soberanos y aconsejando a los príncipes. Fue por su influjo que el papa Gregorio XI dejó la sede de Aviñón en Francia para retornar a Roma. Tanto este pontífice como Urbano VI se sirvieron de ella como embajadora en cuestiones gravísimas; en todas las cuales Catalina supo desempeñarse con prudencia, inteligencia y eficacia.
Aunque era analfabeta, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, dictó un maravilloso libro titulado “Diálogo de la divina providencia”, donde recoge las experiencias místicas por ella vividas y donde se enseñan los caminos para hallar la salvación. Santa Catalina de Siena, quien murió a consecuencia de un ataque de apoplejía, a la temprana edad de treinta y tres años, el 29 de abril de 1380, fue la gran mística del siglo XIV. El papa Pío II la canonizó en 1461 y el papa Pablo VI, en 1970, la proclamó doctora de la Iglesia.

          Mensaje de santidad[2].

Según relato de la propia santa, Nuestro Señor Jesucristo se le apareció en su celda portando consigo dos coronas, una de oro y otra de espinas; Jesús le dijo que eligiera cuál de ambas deseaba llevar puesta. Santa Catalina no dudó un instante en elegir la misma corona que Nuestro Señor llevó en la Pasión, esto es, la corona de espinas. No podía ella considerarse digna de llevar una corona de oro, mientras que Nuestro Señor llevaba una corona de espinas. Por supuesto que en el momento de su muerte, su corona de espinas fue trocada en una corona de valor infinitamente mayor que el de una corona de oro, y es la corona de la gloria en la eterna bienaventuranza. A nosotros no se nos aparecerá Jesús ofreciéndonos una corona de oro y otra de espinas, para que elijamos cuál de ellas llevar; sin embargo, guiados por el ejemplo de Santa Catalina de Siena, debemos pedir la gracia de llevar, sino materialmente, sí espiritualmente, la corona de espinas, la misma corona que llevó Nuestro Señor Jesucristo en la Pasión. Si hacemos esto, también nos sucederá como a la Santa en el momento de la muerte: la corona de espinas que llevemos en esta vida por amor a Cristo, se nos convertirá en una corona de gloria en el Reino de los cielos.


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