San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 5 de febrero de 2020

Santa Águeda, virgen y mártir


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          Vida de santidad[1].

          Santa Águeda provenía de una familia distinguida, noble y rica y ella era en sí misma una joven que se distinguía por su belleza fuera de lo común. Podía decirse que, humanamente, poseía todo lo que una joven suele desear. Sin embargo, Santa Águeda poseía un tesoro mucho más admirable y precioso que cualquier tesoro terreno y era su fe en Jesucristo, a quien amaba por encima de cualquier cosa en este mundo. Esta fe y amor en Jesucristo pudo demostrarla Santa Águeda cuando el Senador Quintianus, aprovechándose de la persecución del emperador Decio (250-253) contra los cristianos, creyó que la santa se arrojaría en sus brazos sin más. Sin embargo, las propuestas hechas por este senador a la santa recibieron de su parte un rotundo “no”, pues ella afirmaba que ya estaba comprometida con otro esposo y ése era Jesucristo.
          El perverso senador Quintianus no se dio por vencido e intentó una malvada estratagema: la entregó en manos de una mujer amoral, llamada Afrodisia, para que esta la sedujera con las tentaciones del mundo. Pero nuevamente su perversión se vio frustrada, al mostrarse Santa Águeda más firme que nunca en su fe y amor a Jesucristo.
Quintianus cambió entonces de estrategia y si antes deseaba poseerla por la seducción, ahora, trastornado por la ira, torturó a la joven virgen cruelmente, hasta llegar a ordenar que se le corten los senos. Es famosa la respuesta de Santa Águeda: “Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?”. En medio de sus torturas, la santa fue consolada con una visión de San Pedro quien, milagrosamente, la sanó. Sin embargo, las torturas continuaron y al fin, viendo el tirano que nada podía contra la fe y el amor a Jesucristo que profesaba Santa Águeda, decidió que fuera martirizada siendo arrojada viva sobre carbones encendidos en Catania, Sicilia (Italia)[2].

          Mensaje de santidad.

          En Santa Águeda se destacan dos grandes virtudes, producidas ambas por una misma causa: el gran amor sobrenatural que la santa profesaba a Jesucristo. Si no hubiera sido por este amor, Santa Águeda se habría visto arrastrada por los placeres mundanos, a los cuales por su posición noble tenía acceso si lo hubiera deseado, o bien habría caído presa de las seducciones del perverso senador Quintianus. Sin embargo, nada de eso pudo triunfar sobre la santa, porque en su corazón ardía el amor exclusivo por Jesucristo, amor que en la santa era como dice la Escritura: “Más fuerte que la muerte”. De manera tal que si bien Santa Águeda tenía acceso al mundo y a las seducciones de los mundanos, esto era para ella menos que ceniza y polvo, comparados con el amor que ardía en su corazón por Jesucristo. Su ejemplo de vida y su mensaje de santidad son actuales para nuestros días, en los que Jesucristo es dejado de lado por el mundo y sus vanas seducciones y los cristianos, en vez de rechazar estas seducciones, se dejan atrapar por ellas. En este sentido, Santa Águeda es un ejemplo insuperable para las jóvenes generaciones de cristianos.





[1] Cfr. https://corazones.org/santos/agueda.htm; Butler, Vida de Santos, vol. IV.  México, D.F.: Collier’s International - John W. Clute, S.A., 1965; The Catholic Encyclopedia; Kirsch, J. P., Saint Agatha, Catholic Encyclopedia,   Encyclopedia Press. 1913; Sgarbossa, Mario y Giovannini, Luigi. Un Santo Para Cada Día. Santa Fe de Bogotá: San Pablo. 1996. Su oficio en el Breviario Romano se toma, en parte de las Actas de latinas de su martirio. (Acta SS., I, Feb., 595 sqq.). De la carta del Papa Gelasius (492-496) a un tal Obispo Victor (Thiel. Epist. Roman. Pont., 495) conocemos de una Basílica de Santa Águeda. Gregorio I (590-604) menciona que está en Roma (Epp., IV, 19; P.L., LXXVII, 688) y parece que fue este Papa quien  incluyó su nombre en el Canon de la Misa. Solo conocemos con certeza histórica el hecho y la fecha de su martirio y la veneración pública con que se le honraba in la Iglesia primitiva.  Aparece en el Martyrologium Hieronymianum (ed. De Rossi y Duchesne, en el Acta SS., Nov. II, 17) y en el Martyrologium Carthaginiense que data del quinto o sexto siglo (Ruinart, Acta Sincera, Ratisbon, 1859, 634). En el siglo VI, Venantius Fortunatus la menciona en su poema sobre la virginidad como una de las celebradas vírgenes y mártires cristianas (Carm., VIII, 4, De Virginitate: Illic Euphemia pariter quoque plaudit Agathe Et Justina simul consociante Thecla. etc.).


[2] Según la tradición, en una erupción del volcán Etna, ocurrida un año después del martirio de Santa Águeda (c.250), la lava se detuvo milagrosamente al pedir los pobladores del área la intercesión de la santa mártir. Por eso la ciudad de Catania la tiene como patrona y las regiones aledañas al Etna la invocan como patrona y protectora contra fuego, rayos y volcanes. Además de estos elementos, la iconografía de Santa Águeda suele presentar la palma (victoria del martirio), y algún símbolo o gesto que recuerde las torturas que padeció.

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