San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 29 de mayo de 2019

San Justino, mártir



Las actas que se conservan acerca del martirio de Justino son uno de los documentos más impresionantes que se conservan de la antigüedad[1] en el que se da testimonio acerca de Jesucristo. Justino es llevado ante el alcalde de Roma, y empieza entre los dos un memorable diálogo que queda para la eternidad:
Alcalde: “¿Cuál es su especialidad? ¿En qué se ha especializado?”.
Justino: “Durante mis primeros treinta años me dediqué a estudiar filosofía, historia y literatura. Pero cuando conocí la doctrina de Jesucristo me dediqué por completo a tratar de convencer a otros de que el cristianismo es la mejor religión”.
Alcalde: “Loco debe de estar para seguir semejante religión, siendo Ud. tan sabio”.
Justino: “Ignorante fui cuando no conocía esta santa religión. Pero el cristianismo me ha proporcionado la verdad que no había encontrado en ninguna otra religión”.
Alcalde: “¿Y qué es lo que enseña esa religión?”.
Justino: “La religión cristiana enseña que hay uno solo Dios y Padre de todos nosotros, que ha creado los cielos y la tierra y todo lo que existe. Y que su Hijo Jesucristo, Dios como el Padre, se ha hecho hombre por salvarnos a todos. Nuestra religión enseña que Dios está en todas partes observando a los buenos y a los malos y que pagará a cada uno según haya sido su conducta”.
Alcalde: “¿Y Usted persiste en declarar públicamente que es cristiano?”.
Justino: “Sí; declaro públicamente que soy un seguidor de Jesucristo y quiero serlo hasta la muerte”.
El alcalde pregunta luego a los amigos de Justino si ellos también se declaran cristianos y todos proclaman que sí, que prefieren morir antes que dejar de ser amigos de Cristo.
Alcalde: “Y si yo lo mando torturar y ordeno que le corten la cabeza, Ud. que es tan elocuente y tan instruido ¿cree que se irá al cielo?”.
Justino: “No solamente lo creo, sino que estoy totalmente seguro de que si muero por Cristo y cumplo sus mandamientos tendré la Vida Eterna y gozaré para siempre en el cielo”.
Alcalde: “Por última vez le mando: acérquese y ofrezca incienso a los dioses. Y si no lo hace lo mandaré a torturar atrozmente y haré que le corten la cabeza”.
Justino: “Ningún cristiano que sea prudente va a cometer el tremendo error de dejar su santa religión por quemar incienso a falsos dioses. Nada más honroso para mí y para mis compañeros, y nada que más deseemos, que ofrecer nuestra vida en sacrificio por proclamar el amor que sentimos por Nuestro Señor Jesucristo”.
Los otros cristianos afirmaron a viva voz que ellos estaban totalmente de acuerdo con lo que Justino acababa de decir. Justino y sus compañeros, cinco hombres y una mujer, fueron azotados cruelmente, y luego les cortaron la cabeza. Y el antiquísimo documento termina con estas palabras: “Algunos fieles recogieron en secreto los cadáveres de los siete mártires, y les dieron sepultura, y se alegraron que les hubiera concedido tanto valor, Nuestro Señor Jesucristo a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.
Mensaje de santidad.
A pesar de ser un letrado en ciencias humanas, Justino se declara ante el alcalde como ignorante cuando no conocía la doctrina de Jesucristo, al tiempo que confiesa que en la religión católica se encuentra la Verdad Absoluta sobre Dios, Verdad que no se encuentra en ninguna otra religión. Según Justino, en la religión católica se enseña que Jesús es Dios como el Padre y que se encarnó para salvarnos y que al fin del tiempo dará a cada uno según su conducta. Se declara públicamente seguidor de Jesucristo, pretendiendo serlo hasta su muerte, incluso si lo torturan y si ordenan su muerte por decapitación. San Justino está convencido de que si él da su vida por Jesucristo y cumple sus mandamientos, obtendrá la vida eterna en el Reino de los cielos. Esto, a diferencia de otras religiones, que para alcanzar lo que llaman “cielo”, deben quitar la vida a sus prójimos: en el cristianismo, hay que dar la vida propia por la salvación propia y del prójimo. Cuando le ofrecen quemar incienso a los falsos dioses y lo amenazan con la muerte si no lo hace, San Justino declara que sería un “tremendo error” quemar incienso a los falsos dioses, ya que sólo Jesucristo, el único Dios verdadero, merece ese honor. Es entonces cuando Justino y siete de sus compañeros y discípulos son decapitados. Puesto que San Justino se mantuvo fiel a Jesucristo hasta la muerte, ahora goza de su visión bienaventurada por los siglos sin fin. En nuestros días, en los que los hombres se postran ante los falsos dioses de la Nueva Era y de los ídolos del mundo y queman incienso sacrílegamente en su honor, el ejemplo del martirio de San Justino es sumamente actual y válido para nosotros, dándonos ejemplo de verdadero amor al Hombre-Dios Jesucristo, hasta dar la vida por Él.

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