San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 13 de mayo de 2019

San Isidro Labrador



         Vida de santidad[1].

Según cuenta su biografía, sus padres eran unos campesinos tan pobres que no podían enviarlo a la escuela; sin embargo, esto no fue un obstáculo para que San Isidro recibiera educación, pues sus padres, que eran muy devotos, le enseñaron la mejor educación del mundo: le enseñaron el temor de Dios, el tener mucho temor en ofender a Dios con el pecado y además, a tener gran amor de caridad hacia el prójimo y un enorme aprecio por la oración y por la Santa Misa y la Comunión. A los diez años quedó huérfano y desde esa edad se empleó como peón de campo, ayudando en la agricultura a Don Juan de Vargas un dueño de una finca cerca de Madrid. Siendo ya joven, se casó con una campesina humilde como él, que llegó a ser santa, también como él, siendo conocida como “Santa María de la Cabeza”, porque su cabeza es sacada en procesión en rogativas, cuando pasan muchos meses sin llover. La vida de San Isidro era muy sacrificada: se levantaba muy de madrugada y nunca empezaba su día de trabajo sin haber asistido antes a la Santa Misa. Precisamente, por esta razón, algunos de sus compañeros, movidos por la envidia –San Isidro era muy trabajador- lo acusaron ante el patrón por “ausentismo” y abandono del trabajo. Para constatar la veracidad de las denuncias, el señor Vargas se fue a observar el campo y notó que sí era cierto que Isidro llegaba una hora más tarde que los otros (en aquel tiempo se trabajaba de seis de la mañana a seis de la tarde) pero mientras Isidro oía misa, un personaje misterioso –que era en realidad su ángel de la guarda- le guiaba sus bueyes y estos araban juiciosamente como si el propio campesino los estuviera dirigiendo. Por esta razón se lo representa a San Isidro con sus bueyes, que están siendo guiados por un ángel.
Otra cosa que caracterizaba a San Isidro era su gran caridad: lo que ganaba como jornalero, lo distribuía en tres partes: para el templo, para los pobres y para su familia (él, su esposa y su hijito). Los domingos los distribuía así: un buen rato en el templo rezando, asistiendo a misa y escuchando la Palabra de Dios. Otro buen rato visitando pobres y enfermos y por la tarde saliendo a pasear por los campos con su esposa y su hijito.
En el año 1130 sintiendo que se iba a morir se confesó sacramentalmente y luego de pedir oraciones por su alma y de recomendar a sus familiares y amigos que tuvieran mucho amor a Dios y mucha caridad con el prójimo, murió santamente. El rey Felipe III, curado por la intercesión milagrosa de San Isidro, intercedió ante el Sumo Pontífice para que declarara santo al humilde labrador, y por este y otros muchos milagros, el Papa lo canonizó en el año 1622 junto con Santa Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier y San Felipe Neri.

         Mensaje de santidad.

         San Isidro de Labrador se caracterizó por no tener grandes conocimientos mundanos, pero sí tenía sabiduría celestial: ante todo, tenía un gran temor de Dios, que es el “principio de la Sabiduría”, como dice la Escritura y como parte de este temor de Dios, tenía un gran amor a la Santa Misa y a la Eucaristía, a la cual asistía todos los días. Otro ejemplo que nos deja San Isidro es su amor al trabajo y que Dios no se deja ganar en generosidad, porque si bien es cierto que algunas veces llegaba tarde a causa de su devoción a la Misa y la Eucaristía, también es cierto que su ángel de la guarda, como lo pudo comprobar su patrón, hacía su trabajo por él hasta que él llegara. Otro ejemplo es su responsabilidad hacia la Iglesia, pues donaba siempre parte de su sueldo para el mantenimiento del culto, además de dar para los pobres y nunca descuidando a su familia. Sabiduría celestial, temor de Dios, amor de Dios, amor a la Eucaristía y a la Santa Misa, amor a los pobres y un gran deseo del cielo en el cumplimiento del trabajo diario, es el mensaje de santidad que nos deja San Isidro Labrador.

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