San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 25 de mayo de 2019

Don Bosco y el triunfo de la Iglesia: el Inmaculado Corazón de María y la Eucaristía



El 30 de mayo de 1862 Don Bosco contó el siguiente sueño que tuvo, el cual estaba referido a la Iglesia. He aquí sus palabras[1]: “Os quiero contar un sueño. Figúrense que están conmigo a la orilla del mar, o mejor, sobre un escollo aislado, desde el cual no ven más tierra que la que tienen debajo de los pies. En toda aquella superficie líquida se ve una multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas proas terminan en un afilado  espolón de hierro a modo de lanza que hiere y  traspasa todo aquello contra lo cual llega a chocar. Dichas naves están armadas de cañones, cargadas de fusiles y de armas de diferentes clases; de material incendiario y también de libros, y se dirigen contra otra embarcación mucho más grande y más alta, intentando clavarle el espolón, incendiarla o al menos  hacerle el mayor daño posible.
A esta majestuosa nave, provista de todo, hacen escolta numerosas navecillas que de ella reciben las órdenes, realizando las oportunas maniobras para defenderse de la flota enemiga. El viento les es adverso y la agitación del mar favorece a los enemigos. En medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre las olas, dos robustas columnas, muy altas, poco distantes la una de la otra. Sobre una de ellas campea la estatua de la Virgen Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: Auxilium Christianorum. Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras: Salus credentium. El comandante supremo de la nave mayor, que es el Romano Pontífice, al apreciar el furor de los enemigos y la situación apurada en que se encuentran sus leales, piensa en convocar a su alrededor a los pilotos de las naves subalternas para celebrar consejo y decidir la conducta a seguir. Restablecida por un momento la calma, el Papa reúne a los pilotos, mientras la nave capitana continúa su curso; pero la borrasca se torna nuevamente espantosa. El Pontífice empuña el timón y todos sus esfuerzos van encaminados a dirigir la nave hacia el espacio existente entre aquellas dos columnas, de cuya parte superior todo en redondo penden numerosas áncoras y gruesas argollas unidas a robustas  cadenas. Las naves enemigas dispónense todas a asaltarla, haciendo lo posible por detener su marcha y por hundirla. Unas con los escritos, otras con los libros, con materiales incendiarios de los que cuentan gran abundancia, materiales que intentan arrojar a bordo; otras con los cañones, con los fusiles, con los espolones: el combate se torna cada vez más encarnizado. Las proas enemigas chocan contra ella violentamente, pero sus esfuerzos y su ímpetu resultan inútiles. En vano reanudan el ataque y gastan energías y municiones: la gigantesca nave prosigue segura y serena su camino. A veces sucede que por efecto de las acometidas de que se le hace objeto, muestra en sus flancos una larga y profunda hendidura; pero apenas producido el daño, sopla un viento suave de las dos columnas y las vías de agua se cierran y las brechas desaparecen.
Disparan entretanto los cañones de los asaltantes, y al hacerlo revientan, se rompen los fusiles, lo mismo que las demás armas y espolones. Muchas naves se abren y se hunden en el mar. Entonces, los enemigos, encendidos de furor comienzan a luchar empleando el arma corta, las manos, los puños, las injurias, las blasfemias, maldiciones, y así continúa el combate. Cuando he aquí que el Papa cae herido gravemente. Inmediatamente los que le acompañan acuden a ayudarle y le levantan. El Pontífice es herido una segunda vez, cae nuevamente y muere. Un grito de victoria y de alegría resuena entre los enemigos; sobre las cubiertas de sus naves reina un júbilo indecible. Pero apenas muerto el Pontífice, otro ocupa el puesto vacante. Los pilotos reunidos lo han elegido  inmediatamente; de suerte que la noticia de la muerte del Papa llega con la de la elección de su sucesor. Los enemigos comienzan a desanimarse. El nuevo Pontífice, venciendo y superando todos los obstáculos, guía la nave hacia las dos columnas, y al llegar al espacio comprendido entre ambas, la amarra con una cadena que pende de la proa a un áncora de la columna que ostenta la Hostia; y con otra cadena que pende de la popa la sujeta de la parte opuesta a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal a la Virgen Inmaculada. Entonces se produce una gran confusión.
Todas las naves que hasta aquel  momento habían luchado contra la embarcación capitaneada por el Papa, se dan a la huida, se dispersan, chocan entre sí y se destruyen mutuamente. Unas al hundirse procuran hundir a las demás. Otras navecillas que han combatido valerosamente a las órdenes del Papa, son las primeras en llegar a las columnas donde quedan amarradas. Otras naves, que por miedo al combate se habían retirado y que se encuentran muy distantes, continúan observando prudentemente los acontecimientos, hasta que, al desaparecer en los abismos del mar los restos de las naves destruidas, bogan aceleradamente hacia las dos columnas, llegando a las cuales se aseguran a los garfios pendientes de las mismas y allí permanecen tranquilas y seguras, en compañía de la nave capitana ocupada por el Papa. En el mar reina una calma absoluta. Al llegar a este punto del relato, San Juan Bosco preguntó a Beato Miguel Rúa: “¿Qué piensas de esta narración?”. El Beato Miguel Rúa contestó: “Me parece que la nave del Papa es la Iglesia de la que es Cabeza: las otras naves representan a los hombres y el mar al mundo. Los que defienden a la embarcación del Pontífice son los leales a la Santa Sede; los otros, sus enemigos, que con toda suerte de armas intentan aniquilarla. Las dos columnas salvadoras me parece que son la devoción a María Santísima y al Santísimo Sacramento de la Eucaristía”. Beato Miguel Rúa no hizo referencia al Papa caído y muerto y San Juan Bosco nada dijo tampoco sobre este particular. Solamente añadió: “Has dicho bien. Solamente habría que corregir una expresión. Las naves de los enemigos son las persecuciones. Se preparan días difíciles para la Iglesia. Lo que hasta ahora ha sucedido es casi nada en comparación a lo que tiene que suceder. Los enemigos de la Iglesia están representados por las naves que intentan hundir la nave principal y aniquilarla si pudiesen. ¡Sólo quedan dos medios para salvarse en medio de tanto desconcierto! Devoción a María Santísima. Frecuencia de Sacramentos: Comunión frecuente, empleando todos los recursos para practicarlos nosotros y para hacerlos practicar a los demás siempre y en todo momento”.
La interpretación del sueño, realizada por el Beato Miguel Rúa, está bastante clara. Ahora bien, podríamos decir que el sueño de Don Bosco sobre la Iglesia y sus tribulaciones es para nosotros, católicos del siglo XXI, pues nunca como antes en la historia, la Iglesia ha sido tan perseguida como en nuestros días. Muchos afirman que la actual persecución a la Iglesia supera, en mucho, a las primeras persecuciones sufridas por ella en la historia. En efecto, en algunos países, la Iglesia es perseguida de forma cruenta, de manera tal que los edificios parroquiales son incendiados y destruidos, mientras que los religiosos y misioneros son amenazados y asesinados; es decir, en muchos países, la persecución es cruenta, dando en algunos casos lugar a emigraciones masivas de parte de cristianos, para evitar el ser asesinados –por ejemplo, en Siria, o en algunas regiones de África; en Siria los perseguidores son los integrantes de ISIS; en Nigeria, los de Boko Haram, en ambos casos, se trata de milicias fanáticas musulmanas-. Por otra parte, en otros, países, la Iglesia no es perseguida cruentamente, pero sí es perseguida igualmente, sobre todo a través de la legislación que, en todos los casos, es anti-cristiana y contraria en un todo a la Ley de Dios. Así sucede por ejemplo en Canadá, en donde el lobby homosexualista y pro-LGBTQ ha logrado sancionar leyes que no solo promueven la ideología de género a los más pequeños, sino que amenazan con quitar la patria potestad a los padres que se opongan a las enseñanzas anti-cristianas de la ideología de género. Y como en Canadá, sucede en una gran mayoría de países que en otro tiempo fueron cristianos.
Las naves pequeñas representan entonces el ataque furioso de la Nueva Era y representa también a las ideologías de género y a la cultura de la muerte, que promueven el aborto incluso hasta niños a término. El ataque a la Iglesia en nuestros días arrecia, tanto en su persecución cruenta como en la incruenta; sin embargo, en el mismo sueño de Don Bosco está explicitado el triunfo de la Iglesia, triunfo que será posible, tal como lo interpreta el Beato Miguel Rúa, por la devoción al Inmaculado Corazón de María y por la Adoración Eucarística. Es significativo que cuando la nave grande del sueño de Don Bosco alcanza las columnas donde están la Virgen y la Eucaristía, las naves enemigas entran en confusión y se hunden, siendo derrotadas. Esto quiere decir que debemos trabajar para difundir tanto la devoción al Inmaculado Corazón, como la Adoración Eucarística, porque en estas dos devociones está el triunfo de la Iglesia.


[1] Memorias Biográficas de San Juan Bosco, Tomo VII, págs. 169-171

No hay comentarios.:

Publicar un comentario