San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 7 de noviembre de 2017

El Beato P. Palau y su visión de la Iglesia que triunfa sobre el Dragón


         El P. Palau fue un sacerdote carmelita que se caracterizó -además de su vida de santidad- por presentar a María Santísima, Virgen y Madre, como el modelo perfecto de la Iglesia, Virgen y Madre[1]. Esta concepción de la Virgen como modelo de la Iglesia, la describe el P. Palau en diferentes obras, muchas de las cuales son visiones obtenidas en momentos de éxtasis místico.
         En uno de sus escritos, en los que se observa una analogía real con el Apocalipsis, el P. Palau describe una visión suya, en la que la Iglesia del Cordero triunfa sobre el Dragón y sobre “dos horribles bestias”, lo cual nos atañe a nosotros, debido a que estamos, en cierta manera, comprendidos en esa visión. Dice así el P. Palau: “Abiertos los cielos (…) el Príncipe de la milicia celeste me dirigió su palabra y dijo: “Sacerdote del Altísimo, levántate y mantente en pie” (estaba de rodillas), y me levanté, y vi al momento arrodillada ante mí a la Joven (…). “Levántate”, dijo una voz con fuerza (…). Dicho esto, se abrieron los cielos y el monte se cubrió de la gloria de Dios, huyeron las sombras y me vi ante un trono de inmensa gloria; sobre él estaba sentada la Virgen María, la Madre de Dios”.
         “Oí una música celestial y las voces procedían del coro de los serafines, respondiendo en coro a todas las jerarquías celestes, que son los Santos que estaban alrededor de los tres tronos (…)”.
         “Otro ángel, tomando un incensario de oro, presentó las súplicas de todas las partes de la tierra ante el trono, y oyóse la voz del Padre, que dirigida a todos los asistentes, dijo: “Esta es mi hija muy amada y la Esposa de mi Hijo, todas las Naciones del mundo con su herencia, están redimidas del poder del Dragón y de sus reyes con la Sangre del Cordero (…)”[2].
         En la visión del P. Palau, Dios aparece sentado en el trono en su majestad y trascendencia, y a su lado el Cordero, lo cual es similar al Apocalipsis de San Juan. Pero el P. Palau le agrega algo, un tercer trono: “(…) y me vi ante un trono de inmensa gloria, sobre él estaba sentada la Virgen María, la Madre de Dios, a su lado había otro trono donde estaba sentado el Hijo de Dios y en medio de los dos tronos había otro donde estaba sentado un Anciano”. La figura de María, tipo de la Iglesia, entra plenamente en el cuadro de la majestad de Dios. Para el P. Palau, “la Iglesia Santa Triunfante es el fin a cuya gloria son creadas todas las cosas y el universo entero” y “donde está Cristo está la Iglesia; donde está la Iglesia está Cristo (…) la Iglesia está en Cristo y Cristo está en su Iglesia, siendo los dos una misma cosa”.
         Pero al igual que el Apocalipsis, en las visiones del P. Palau entra en escena el Dragón, la Serpiente Antigua, el adversario cuyo nombre es Satanás, y entran también las dos Bestias y todos aquellos que han aceptado el ser marcados con el signo de la Bestia (cfr. Ap 12, 3-13. 18). Encabeza con el siguiente epígrafe una de sus descripciones: “Horrenda batalla: el Dragón infernal y dos Bestias feroces contra la Mujer del Cordero; Miguel y su Ángeles a su favor. Victoria”. Dice así: “Mirando hacia la tierra vi una Bestia muy fea: un Dragón con siete cabezas y en las cabezas tenía siete coronas como las de los reyes y diez cuernos; era rubio y a su cola le seguían una tercera parte de Ángeles, aquellos que fueron lanzados del Cielo, y el Dragón envió sus ángeles sobre la tierra y él, levantándose en alto, fue admitido a la presencia y trono de Dios y se puso frente a la Mujer. Era esta Mujer Virgen y era Madre fecundísima y pensaba ampararse en sus hijos al nacer… Levantóse Miguel Arcángel y con él los siete Príncipes que custodiaban a la Reina y dióse una batalla reñidísima. El Dragón, Serpiente Antigua, por otro nombre Satanás o Diablo, batallaba contra la Mujer y la sostenían los Príncipes abogando a su favor”[3].
         La visión termina con la victoria de la Mujer y está llena de alabanzas y gritos de júbilo que recuerdan al Apocalipsis: “Oyóse una voz en el cielo y decía “¡Salud y Victoria! Habéis vencido con la Sangre del Cordero” (…) Oyéronse cánticos celestes (…) y decían las voces: “¡Gloria a ti oh Iglesia Santa, has triunfado en la Sangre del Cordero!”. El Cordero forma una unidad con la Iglesia y con la Mujer, perseguida y victoriosa. Esta Mujer es, para el P. Palau, la Iglesia, pero mirada, contemplada y figurada en María: “Estando en oración, se abrieron los cielos y en ellos, revestida de gloria, vi cuanto es posible al ojo mortal a mi amada. Ceñía sus cienes una corona que formaba su propio cabello, revelaba en su cabeza una sabiduría y una inteligencia suma, unida a su dignidad real. Otra corona grande de doce estrellas rodeaba su cabeza y todas eran de distinta naturaleza, luz y color. La vestidura era real y tan gloriosa que apenas se dejaba mirar”.
Las visiones del P. Palau no son las visiones de un hombre bueno, sino el relato de la historia en curso, la historia en la cual la humanidad y por lo tanto nosotros mismos, estamos inmersos. Y en esta historia terrena, que culminará al fin de los tiempos, se continúa en el tiempo y en el espacio, la lucha iniciada en los Cielos, entre la Iglesia del Cordero y el Dragón o Serpiente Antigua. La Iglesia, victoriosa, peregrina todavía en el dolor del tiempo presente y mantiene, hasta el fin de los tiempos, la lucha contra el Adversario de Dios y de los hombres, Satanás, el Ángel caído. En la visión del P. Palau, como en el Apocalipsis, quienes vencen en esta lucha son los que no se postran ante el Dragón ni se dejan marcar por la Bestia, sino que combaten fortalecidos por la Sangre del Cordero. Y la Sangre del Cordero se nos brinda en la Santa Misa, en la Eucaristía. Cuanto más aferrados estemos a la Santa Misa y a la Eucaristía, tanto más seguros estaremos de salir victoriosos y triunfantes en la batalla contra el Demonio y sus ángeles, contra su Iglesia, la Masonería, y contra los hombres aliados al Demonio en su rebelión contra Dios. Recibiendo la Sangre del Cordero en estado de gracia, podremos perseverar hasta el final, y así podremos escuchar, ya victoriosos en Cristo, lo anunciado por el P. Palau: “¡Salud y Victoria! Habéis vencido con la Sangre del Cordero”.



[1] Cfr. Josefa Pastor Miralles, María, tipo perfecto y acabado de la Iglesia, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1978, 25.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.

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