San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 26 de julio de 2017

San Joaquín y Santa Ana, padres de María Virgen y abuelos del Niño Dios


         Vida de santidad[1].

         Los santos Joaquín y Ana fueron los Padres de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y abuelos directos de Jesús, Dios Hijo encarnado. Lo poco que se conoce acerca de los padres de la Virgen María, Joaquín y Ana, es por los denominados “Evangelios apócrifos” -de Mateo y el Protoevangelio de Santiago-, los cuales no forman parte de la Biblia al no haber sido avalados por la Iglesia como parte del canon de las Sagradas Escrituras, debido a que muchos de sus datos contenidos no son fiables, aunque algunos que otros documentos históricos sí lo son. Pasaron sus vidas adorando a Dios y haciendo el bien. La tradición dice que primero vivieron en Galilea y más tarde se establecieron en Jerusalén.
Santa Ana y San Joaquín provenían de la casa real de David, y se caracterizaron por consagrar sus vidas a la oración y a las buenas obras, aunque tenían un pesar en el corazón, y era el no tener hijos, habiendo llegado ya a una edad avanzada. Sufrían mucho por este hecho, ya que la falta de hijos se interpretaba en el pueblo judío como una señal de desagrado divino, como un castigo de Dios para su descendencia. Debido a esto y con una enorme tristeza, Joaquín se retiró al desierto, donde ayunó e hizo penitencia durante cuarenta días. El matrimonio oró fervientemente para que les llegara la gracia de tener un hijo e hicieron una promesa en que dedicaría a su primogénito al servicio de Dios. Ana prometió consagrar el bebé a Dios. En respuesta a sus oraciones y sacrificios, un ángel se le apareció a Ana y le dijo: “El Señor ha mirado tu tristeza y tus lágrimas; tú concebirás y darás a luz, y el fruto de tu vientre será bendecido por todo el mundo”. Joaquín también recibió el mismo mensaje del ángel. Dios había contestado sus oraciones en una forma mucho mejor de lo que ellos jamás podrían haber imaginado.
Esto prueba lo que dice Jesús en el Evangelio, de que “aquello que para los hombres es imposible, es posible para Dios”, pues así los santos Joaquín y Ana vieron premiada su piedad y amor a Dios, con el don de una niña, a la cual habrían de llamarla “María”. A pesar de ser conocedores de las Escrituras, Joaquín y Ana, sin embargo, no sabían hasta qué punto habían sido bendecidos por Dios con esta Niña, porque no se trataba solo de un don de Dios para un matrimonio piadoso: la Niña que nacía del matrimonio de San Joaquín y Santa Ana estaba destinada a ser no una niña buena ni santa, sino mucho más que eso, estaba destinada a ser la Inmaculada Concepción, la Llena de gracia, la siempre Virgen María, la Madre de Dios.
Apenas nació la Niña, sus padres la consagraron a Dios en acción de gracias, y luego la entregaron en servicio al templo de Dios en Jerusalén, cumpliendo así su promesa de consagrar el primogénito al servicio divino.

Mensaje de santidad.

Los santos Joaquín y Ana continuaron su vida de oración hasta que murieron y Dios los llamó a su Reino en el cielo. Son ejemplo de amor esponsal y un modelo de amor y piedad para los matrimonios cristianos, para los padres de familia y para los abuelos, pues confiaron siempre en Dios y nunca abandonaron ni la esperanza ni la oración, aun cuando parecía que, por su avanzada edad, ya no habrían de ser padres. Grande –más que grande, enorme- debió ser la pureza y candor de sus almas y el amor que como esposos profesaban a Dios, como para haber sido elegidos, desde toda la eternidad, para ser los padres de la bienaventurada e inmaculada Madre de Dios, además de abuelos del Niño Dios.

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