San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 4 de septiembre de 2015

El dolor del Sagrado Corazón



“He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor”. Jesús le muestra a Santa Margarita María de Alacquoque su Sagrado Corazón, pero su Corazón, si bien está envuelto en las llamas del Divino Amor, está también circundado por una corona de espinas, una corona formada por gruesas, largas y filosas espinas. Puesto que es un Corazón que está vivo, está latiendo, lo cual quiere decir que estas espinas lastiman al Corazón de Jesús en cada latido, y lo hacen doblemente: en la fase de reposo del Corazón –la diástole-, cuando el Corazón se llena de su Preciosísima Sangre, y en la fase de contracción –la sístole-, cuando el Corazón expulsa la Sangre, contrayéndose sus músculos. En la fase de reposo, las espinas lastiman al Sagrado Corazón porque se incrustan en él, punzándolo, cada una de ellas, como si fuera un filosísimo cuchillo; en la fase de expulsión de la Sangre, las espinas también lastiman al Sagrado Corazón, porque lo desgarran, al separarse, por la contracción, las paredes ventriculares de las espinas que lo han penetrado previamente, en la fase de reposo. Es decir, en cada latido, en cada segundo, el Sagrado Corazón sufre, y sufre de un modo que no podemos ni siquiera imaginar. ¿Qué representan estas espinas, que tanto dolor le provocan al Sagrado Corazón de Jesús? ¿Qué relación tienen con mi vida personal? Si el Sagrado Corazón se le apareció a Santa Margarita, ¿qué tengo que ver yo, con mi historia personal, un sujeto que vive en el siglo XXI, con las espinas que rodean, estrechan y laceran al Sagrado Corazón a cada instante? Tengo mucho que ver, porque esas espinas están formadas por mis pecados personales, porque las espinas de la corona son la materialización de mis pecados. Ésa es la razón por la cual Jesús se queja ante Santa Margarita: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor”. Y la “ingratitud, irreverencia y desprecia” no son otra cosa que mis pecados personales; es decir, soy yo, y no el prójimo que está a mi lado, el responsable del dolor lacerante que experimenta el Sagrado Corazón a cada instante. Son mis pecados, es decir, las tentaciones consentidas, las que hacen sufrir de manera inenarrable al Sagrado Corazón. Cuando Jesús se le apareció a Santa Margarita y le mostró su Sagrado Corazón traspasado de espinas, le estaba mostrando el fruto de mis pecados, y si bien Jesús no le dijo mi nombre a Santa Margarita, sí estaba pensando en mí. ¿Qué hacer, entonces? Jesús se quejaba de los hombres ingratos, es decir, de aquellos que, sabiendo que Él sufría y moría en la cruz para salvarlos, se mostraban indiferentes a su dolor salvífico de la cruz, y continuaban, indolentes, su vida de pecado, lacerando su Sagrado Corazón. Entonces, para aliviar, aunque sea mínimamente, el dolor del Sagrado Corazón, hago entonces el propósito de no pecar más, aunque no importen ni el cielo, que es la recompensa para los que no pecan, ni el infierno, que es el castigo para los que no se arrepienten del pecado. Sólo por no provocar más dolores al Sagrado Corazón, entonces, hago el más firme propósito de evitar todo pecado, aun el más insignificante; así, el Sagrado Corazón experimentará alivio, en vez de dolor. ¡Virgen Santísima, Madre mía, tú que compartes los dolores del Corazón de tu hijo, ayúdame para cumplir este mi propósito, de no pecar más, para dar alivio al Sagrado Corazón de Jesús, que por mi salvación, sufre de Amor por mí!

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