San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 21 de enero de 2015

Santa Inés, virgen y mártir


         Santa Inés, virgen y mártir, fue martirizada a los doce años, pero no solo por defender su virginidad, sino ante todo, por mantenerse fiel en el amor a Jesucristo. La virginidad corporal, es decir, la preservación intacta del cuerpo, no basta, por sí misma, para que una persona alcance el Reino de los cielos. La virginidad corporal es sólo el prolegómeno y la figura de otra virginidad, la espiritual, aquella en la que el alma no solo no se contamina con los hedores de las idolatrías paganas rendidas a los falsos dioses, sino que se conserva intacta en su capacidad de amar a Jesucristo, Dios encarnado y, por su intermedio, a las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad.
         El cuerpo virgen, en el consagrado, es la consecuencia del alma virgen, es decir, del alma no solo no contaminada por amores impuros y mundanos, sino consagrada en su amor puro –y por lo tanto, virginal- a Jesucristo y a Dios Uno y Trino.
         Es esta doble virginidad la que caracteriza a la vida consagrada, porque el religioso consagra, dedica, para toda la vida terrena y para la eternidad, su cuerpo y su alma, no a un amor humano –que pueden ser santos y puros, como el amor materno, el amor paterno, el amor filial, el amor fraternal y el amor de amistad-, sino al Amor de los amores, Jesucristo, la Misericordia Divina encarnada.
         Santa Inés, con doce años, consiguió una doble corona: la de la virginidad y la del martirio, y por esta doble corona ahora goza, por la eternidad, del Amor del Cordero, por cuyo Amor conservó intactos su cuerpo y su alma, y por cuyo Amor entregó su cuerpo al verdugo que la decapitó.
         Ahora bien, existe una “virginidad secundaria”, la otorgada por la gracia santificante, que devuelve la pureza, el candor y la inocencia al alma, y existe un “martirio no cruento”, el que consiste en dar testimonio de la fe en el Hombre-Dios Jesucristo, cotidianamente, en un mundo ateo, racionalista y hedonista como el nuestro, y ésa es la razón por la cual el cristiano común puede –y debe, como obligación de amor a Jesucristo- imitar a Santa Inés en su virginidad y en su martirio.

         

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