San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 25 de diciembre de 2014

San Esteban, protomártir


         En la Sagrada Escritura, San Esteban es mencionado por primera vez en los Hechos de los Apóstoles, como diácono (que significa “ayudante”, “servidor”, grado inmediatamente inferior al sacerdote). Fue elegido para administrar los bienes comunes en favor de los más necesitados. Además de este apostolado, San Esteban anunciaba el Evangelio y lo hacía con sabiduría divina, de manera que el número de discípulos aumentó grandemente en Jerusalén, lo cual, a su vez, despertó recelos, odios y rencores entre los enemigos de Cristo y de su naciente iglesia[1]. Debido a que no podían acusarlo de ninguna falta y puesto que sus argumentos no tenían peso frente al Evangelio de Jesucristo que predicaba Esteban, sus enemigos lo llevaron ante el Tribunal Supremo de la nación llamado Sanedrín, recurriendo a testigos falsos que lo acusaron de blasfemia contra Moisés y contra Dios.  Estos afirmaron que Jesús iba a destruir el templo y a acabar con las leyes, puesto que Jesús de Nazaret las había sustituido por otras. Sin embargo, en el momento de las acusaciones, sucedió un hecho milagroso, que hablaba a las claras de la asistencia del Espíritu Santo a San Esteban: todos los del tribunal, al observarlo, vieron que su rostro brillaba como el de un ángel. Por esa razón, lo dejaron hablar, y Esteban pronunció un poderoso discurso recordando la historia de Israel (Hch 7, 2-53), en el que demostró que Abraham, había dado testimonio y recibido los mayores favores de Dios en tierra extranjera; que a Moisés se le mandó hacer un tabernáculo, pero se le vaticinó también una nueva ley y el advenimiento de un Mesías; que Salomón construyó el templo, pero nunca imaginó que Dios quedase encerrado en casas hechas por manos de hombres. Afirmó que tanto el Templo como las leyes de Moisés eran temporales y transitorias y debían ceder el lugar a otras instituciones mejores, establecida por Dios mismo al enviar al mundo al Mesías. Además, demostró la falsedad de las acusaciones, al probar que no había blasfemado contra Dios, ni contra Moisés, ni contra la ley o el templo, y sostuvo que Dios se revela también fuera del Templo (Hch 7, 51-54). Luego de esto, sus enemigos se enfurecieron aún más, tomando la decisión de matarlo. Pero antes de morir, la visión que tiene San Esteban de Jesús glorioso en el cielo, su pedido de ser recibido en el cielo y el perdón que da a los enemigos que le quitan la vida, revelan la asistencia personal del Espíritu Santo: “Al oír esto, sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él. Pero él (Esteban), lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios; y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios”. Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y se precipitaron todos a una sobre él; le echaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. Y diciendo esto, se durmió. Luego, esta violencia contra Esteban se propagó contra toda la Iglesia (Hch 8,1-3). Las circunstancias del martirio indican que la lapidación de San Esteban no fue un acto de violencia de la multitud sino una ejecución judicial.  De entre los que estaban presentes consintiendo su muerte, uno, llamado Saulo, el futuro Apóstol de los Gentiles, supo aprovechar la semilla de sangre que sembró aquel primer mártir de Cristo[2].
En la vida y en la muerte martirial de San Esteban se cumplen una de las Bienaventuranzas de Jesús: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt 5,3-12). La muerte de San Esteban constituye una clara evidencia además de que la lucha que entabla la Iglesia es de orden espiritual, contra las Puertas del Infierno y no contra hombres de carne y hueso: “nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas” (Ef 6, 12), porque su muerte se produce, claramente, como consecuencia del enfrentamiento entre la Verdad Revelada por el Hombre-Dios Jesucristo –proclamada por Esteban- y las negaciones de la Verdad, acompañadas de la mentira, la calumnia y la difamación, de quienes no querían escuchar el Evangelio. Puesto que Jesucristo es Dios encarnado, y San Esteban muere por proclamar su Misterio Pascual de Muerte y Resurrección, y puesto que sus enemigos basan sus acusaciones en la mentira, detrás de las cuales está el Demonio, “Padre de la mentira” (Jn 8, 44), es evidente, como decíamos, que la muerte de San Esteban es consecuencia de la lucha entablada entre la Iglesia y las Puertas del Infierno -lucha que es una continuación de la batalla desencadenada en los cielos entre el Arcángel San Miguel y los ángeles de luz a sus órdenes, contra Satanás y los ángeles apóstatas-, pero es evidente también de que en su muerte se cumplen cabalmente las palabras de Jesucristo: “Las Puertas del infierno no prevalecerán contra mi Iglesia” (Mt 16, 18), porque momentos antes de su muerte, San Esteban, inhabitado por el Espíritu Santo, ve a Jesucristo triunfante en los cielos, como anticipo de que él, por el martirio, será recibido en la gloria.
Puesto que las palabras de los mártires, dichas antes de su muerte, están inspiradas por el Espíritu Santo, que es quien los asiste, inhabita en ellos y les concede la gracia del martirio, la conmemoración de San Esteban nos debe llevar a meditar y reflexionar en sus palabras, pronunciadas antes de la lapidación: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios”: en la vida cotidiana, frente a las pruebas y tribulaciones que puedan presentarse, como cristianos, debemos tener siempre presente que “la figura de este mundo pasa” y que nuestro destino final es el destino de gloria de Nuestro Señor Jesucristo, aunque a ese destino no se llega sino es por la cruz, llevada con amor, en pos de Jesús, todos los días; “Señor Jesús, recibe mi espíritu”, es una jaculatoria que podemos, no solo en el momento de la muerte, sino en todo momento, pidiendo a la Virgen que sea Ella quien conduzca nuestros pensamientos, nuestros deseos y nuestras obras, desde su Inmaculado Corazón, al Sagrado Corazón de Jesús; también podemos decir esta jaculatoria a Jesús crucificado, para que reciba nuestro deseo de estar con Él en todo momento; “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”, es una jaculatoria para meditar y repetir cuando nuestros enemigos cometan alguna injusticia contra nosotros, recordando que debe esta petición debe estar basada en el amor de Cristo: “Amen a sus enemigos” (Mt 5, 44).
San Esteban, protomártir, es entonces un modelo y ejemplo para nosotros, cristianos del siglo XXI y para todos los cristianos, hasta el fin de los tiempos.



[1] http://www.corazones.org/santos/esteban_protomartir_ni.htm
[2] http://www.corazones.org/santos/esteban_protomartir_ni.htm

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