San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 21 de enero de 2014

Santa Inés, virgen y mártir


         Según la Tradición, Santa Inés nació hacia el año 290 y murió mártir el 21 de enero del año 304. Cuando se analiza su vida desde un punto de vista exclusivamente humano, y sobre todo en el momento crucial de su vida, la decisión de no casarse con el hijo del gobernador de Roma, puede interpretarse que esta decisión fue tomada debido a que la religión que profesaba, el cristianismo, le imponía una moral que, llevada al extremo, le hacía preferir la virginidad antes que el matrimonio; la vida celibataria antes que la vida esponsal. Esto sería lo que explicaría que Inés, joven rica y noble, rechazara un matrimonio que, visto también humanamente, era prometedor, puesto que su futuro esposo sería el hijo del gobernador. Es decir, Santa Inés tenía todo lo que una joven podía desear tener a su edad: belleza, juventud, dinero, posición social.
Sin embargo, a pesar de lo atractivo que resultaba este plan de vida para ella, lo rechaza enérgicamente sin ceder ni por un momento, a pesar de las amenazas de muerte proferidas por el padre del hijo del gobernador pagano de Roma. Es este último quien la pone en la disyuntiva de elegir entre el matrimonio promisorio –humanamente hablando- con su hijo, o la muerte, sin dejarle alternativas, al connminarla: “Dos caminos tienes: aceptar a mi hijo o morir en las más crueles torturas”. Santa Inés, contra toda lógica humana –joven, rica, noble, sólo tenía que dar su aceptación para salvar su vida y escalar a lo más alto de la sociedad-, se mantiene firme en su negativa y comienza a recibir a los tormentos. Pero su muerte sobreviene por otra circunstancia. En un momento determinado el hijo del gobernador quiso huir con Inés, pero cayó muerto en el acto. Cediendo a los ruegos del padre de joven, Inés obra el milagro de devolverlo a la vida, pero luego es acusada de hechicería por los sacerdotes de los ídolos, y es así como finalmente muere martirizada.
         Retomando la razón del porqué Santa Inés rechazó un matrimonio que humanamente era promisorio, podemos decir que no está en que dio su vida por la virginidad en sí misma, ni tampoco por la castidad; tampoco dio su vida porque amaba la vida celibataria, ni porque consideraba que la vida matrimonial no era para ella. Santa Inés no dio su vida por ninguna de estas razones; dio su vida por una razón infinitamente más grande, y la razón está en la respuesta que daba a sus verdugos, a los que siempre contestaba que era leal a otro Esposo, Nuestro Señor Jesucristo. Santa Inés rechazó el amor esponal humano por el Amor Esponsal divino; renunció al amor de las creaturas, para dar su vida por el Amor Increado; no tomó por esposo a un hombre, para tomar por Esposo a Dios; no conoció el amor de un esposo hombre, para conocer el Amor de Dios, que es amor esponsal, y es un amor casto, puro, virginal, nupcial, que arrebata al alma y la enciende en un fuego de amor tan grande y puro que una vez conocido, nada de este mundo ni la atrae ni le interesa, al punto que lo único que desea es estar con su Amado Esposo, que es Dios, y este fuego de Amor Divino que es Dios, arrebata al alma de modo indistinto si es varón o mujer. En este sentido, la vida consagrada y el celibato, la castidad y la virginidad que la caracterizan, anticipan y anuncian, ya desde la tierra, al Amor Eterno de Dios que se vivirá en los cielos por la eternidad. En los cielos, se vive el Amor de Dios, se vive de Dios, que es Amor, se vive en Dios, que es Amor Puro, casto, celestial, sobrenatural, inmaculado, no material, no carnal, no pasional, y por eso los religiosos, viviendo la castidad, la vida celibataria, la virginidad, la pureza, anticipan y anuncian este tipo de amor celestial que se vive en el Reino de los cielos.
Para el alma que tiene la dicha de conocer a “Dios que es Amor” (cfr. 1 Jn 4, 7), dar la vida por Él le parece poco y si tuviera mil vidas para dar, mil vidas quisiera dar, con tal de corresponder a este amor santo y puro.
Pero este Amor Divino no es un amor etéreo, ni platónico, ni reservado a una élite; es un Amor que se dona sin reservas a toda alma, a todo ser humano, en cada Hostia consagrada, en cada Eucaristía, pero que al mismo tiempo es rechazado en la inmensa mayoría de los casos por aquellos mismos a los que se dona. Santa Inés tuvo la gracia de saber reconocer al Amor y de preferir morir antes que posponer al Amor de los amores por un amor humano.

Si Santa Inés hubiera elegido el amor esponsal humano nada malo habría hecho, porque nada malo hay en un amor humano esponsal, pero Santa Inés prefirió el Amor Esponsal divino y por eso eligió morir antes que renunciar al Amor del Divino Esposo. Hoy en día no solo no se elige entre amor esponsal humano y divino, como en el caso de Santa Inés, sino directamente se deja de lado al Amor –“el Amor no es amado”, decía Santa Teresa de Ávila-, porque se lo pospone por amores sacrílegos y blasfemos, y por la elección que hace Santa Inés del Amor puro y casto de Dios es tanto más válido y necesario cuanto más densas y tenebrosas son las tinieblas que acechan envuelven nuestros días. 

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