Según la Tradición, Santa Inés nació hacia el año 290 y
murió mártir el 21 de enero del año 304. Cuando se analiza su vida desde un
punto de vista exclusivamente humano, y sobre todo en el momento crucial de su
vida, la decisión de no casarse con el hijo del gobernador de Roma, puede
interpretarse que esta decisión fue tomada debido a que la religión que
profesaba, el cristianismo, le imponía una moral que, llevada al extremo, le
hacía preferir la virginidad antes que el matrimonio; la vida celibataria antes
que la vida esponsal. Esto sería lo que explicaría que Inés, joven rica y
noble, rechazara un matrimonio que, visto también humanamente, era prometedor,
puesto que su futuro esposo sería el hijo del gobernador. Es decir, Santa Inés tenía
todo lo que una joven podía desear tener a su edad: belleza, juventud, dinero,
posición social.
Sin
embargo, a pesar de lo atractivo que resultaba este plan de vida para ella, lo
rechaza enérgicamente sin ceder ni por un momento, a pesar de las amenazas de
muerte proferidas por el padre del hijo del gobernador pagano de Roma. Es este
último quien la pone en la disyuntiva de elegir entre el matrimonio promisorio –humanamente
hablando- con su hijo, o la muerte, sin dejarle alternativas, al connminarla: “Dos
caminos tienes: aceptar a mi hijo o morir en las más crueles torturas”. Santa
Inés, contra toda lógica humana –joven, rica, noble, sólo tenía que dar su
aceptación para salvar su vida y escalar a lo más alto de la sociedad-, se
mantiene firme en su negativa y comienza a recibir a los tormentos. Pero su
muerte sobreviene por otra circunstancia. En un momento determinado el hijo del
gobernador quiso huir con Inés, pero cayó muerto en el acto. Cediendo a los
ruegos del padre de joven, Inés obra el milagro de devolverlo a la vida, pero
luego es acusada de hechicería por los sacerdotes de los ídolos, y es así como
finalmente muere martirizada.
Retomando la razón del porqué Santa Inés rechazó un
matrimonio que humanamente era promisorio, podemos decir que no está en que dio
su vida por la virginidad en sí misma, ni tampoco por la castidad; tampoco dio
su vida porque amaba la vida celibataria, ni porque consideraba que la vida
matrimonial no era para ella. Santa Inés no dio su vida por ninguna de estas
razones; dio su vida por una razón infinitamente más grande, y la razón está en
la respuesta que daba a sus verdugos, a los que siempre contestaba que era leal
a otro Esposo, Nuestro Señor Jesucristo. Santa Inés rechazó el amor esponal
humano por el Amor Esponsal divino; renunció al amor de las creaturas, para dar
su vida por el Amor Increado; no tomó por esposo a un hombre, para tomar por
Esposo a Dios; no conoció el amor de un esposo hombre, para conocer el Amor de
Dios, que es amor esponsal, y es un amor casto, puro, virginal, nupcial, que
arrebata al alma y la enciende en un fuego de amor tan grande y puro que una
vez conocido, nada de este mundo ni la atrae ni le interesa, al punto que lo
único que desea es estar con su Amado Esposo, que es Dios, y este fuego de Amor
Divino que es Dios, arrebata al alma de modo indistinto si es varón o mujer. En
este sentido, la vida consagrada y el celibato, la castidad y la virginidad que
la caracterizan, anticipan y anuncian, ya desde la tierra, al Amor Eterno de
Dios que se vivirá en los cielos por la eternidad. En los cielos, se vive el
Amor de Dios, se vive de Dios, que es Amor, se vive en Dios, que es Amor Puro,
casto, celestial, sobrenatural, inmaculado, no material, no carnal, no
pasional, y por eso los religiosos, viviendo la castidad, la vida celibataria,
la virginidad, la pureza, anticipan y anuncian este tipo de amor celestial que
se vive en el Reino de los cielos.
Para
el alma que tiene la dicha de conocer a “Dios que es Amor” (cfr. 1 Jn 4, 7), dar la vida por Él le parece
poco y si tuviera mil vidas para dar, mil vidas quisiera dar, con tal de
corresponder a este amor santo y puro.
Pero
este Amor Divino no es un amor etéreo, ni platónico, ni reservado a una élite;
es un Amor que se dona sin reservas a toda alma, a todo ser humano, en cada
Hostia consagrada, en cada Eucaristía, pero que al mismo tiempo es rechazado en
la inmensa mayoría de los casos por aquellos mismos a los que se dona. Santa Inés
tuvo la gracia de saber reconocer al Amor y de preferir morir antes que posponer
al Amor de los amores por un amor humano.
Si
Santa Inés hubiera elegido el amor esponsal humano nada malo habría hecho,
porque nada malo hay en un amor humano esponsal, pero Santa Inés prefirió el
Amor Esponsal divino y por eso eligió morir antes que renunciar al Amor del
Divino Esposo. Hoy en día no solo no se elige entre amor esponsal humano y
divino, como en el caso de Santa Inés, sino directamente se deja de lado al
Amor –“el Amor no es amado”, decía Santa Teresa de Ávila-, porque se lo pospone
por amores sacrílegos y blasfemos, y por la elección que hace Santa Inés del
Amor puro y casto de Dios es tanto más válido y necesario cuanto más densas y
tenebrosas son las tinieblas que acechan envuelven nuestros días.
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