San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

domingo, 1 de enero de 2012

San Basilio



Nació en Cesárea de Capadocia, alrededor del año 330 en una familia de santos, que vivía en un clima de profunda fe. Es uno de los tres Padres Capadocios, y es considerado como el Padre del monasticismo oriental. 
Estudió con los mejores maestros de Atenas y Constantinopla, y llegó a adquirir una gran cultura. A pesar de este brillo y éxito intelectual en los ambientes mundanos, al darse cuenta de que había perdido mucho tiempo en vanidades, él mismo confiesa: “Un día, como despertando de un sueño profundo, me dirigí a la admirable luz de la verdad del Evangelio…, y lloré sobre mi miserable vida”[1].
El proceso de conversión lo lleva no solo a desviar su mirada del mundo, sino a ser atraído por Cristo, el único para el cual tiene ojos y  al único al cual escucha, según sus palabras[2].
Se dedicó a la vida monástica en la oración, en la meditación de las Sagradas Escrituras y de los escritos de los Padres de la Iglesia y en el ejercicio de la caridad[3], siguiendo también el ejemplo de su hermana, santa Macrina, quien ya vivía el ascetismo monacal. Después fue ordenado sacerdote y, por último, en el año 370, consagrado obispo de Cesarea de Capadocia, en la actual Turquía[4]
El mensaje que San Basilio nos deja, con su ejemplar vida cristiana, es el enseñarnos a ser cristianos, principalmente para quienes vivimos en un mundo materialista, hedonista, y profundamente egoísta, en donde la acumulación de bienes importa más que el prójimo; en donde Cristo, el Hombre-Dios, es rebajado a un personaje de fantasía, y en donde el Espíritu Santo es un animador de misas convertidas en celebraciones mundanas.
Frente al materialismo individualista y egoísta de nuestro tiempo, que lleva a querer poseer cada vez más bienes materiales, de modo avaro y codicioso, San Basilio nos enseña cómo debe ser nuestra caridad para con los pobres. En una de cartas ellas, anticipa aquello que sería la Doctrina Social de la Iglesia: “¿A quién he perjudicado, dices tú, conservando lo que es mío? Dime, sinceramente, ¿qué te pertenece? ¿De quién recibiste lo que tienes? Si todos se contentaran con lo necesario y dieran el resto a los pobres, no habría ni ricos ni pobres”.
En otra carta, se dirige duramente, tratándolos de ladrones, a los cristianos que, de modo egoísta, no comparten sus bienes con los más necesitados: “Óyeme cristiano que no ayudas al pobre: Tú eres un verdadero ladrón.  El pan que no necesitas le pertenece al hambriento.  Los vestidos que ya no usas le pertenecen al necesitado.  El calzado que ya no empleas le pertenece al descalzo.  El dinero que gastas en lo que no es necesario es un robo que le estás haciendo al que no tiene con qué comprar lo que necesita.  “Si pudiendo ayudar no ayudas, eres un verdadero ladrón”.
Frente a las sectas, que desde dentro y fuera de la Iglesia intentan destruir la verdad acerca de la divinidad de Jesucristo, rebajándolo a un simple hombre, San Basilio combatió a los herejes, quienes negaban que Jesucristo fuera Dios como el Padre[5].
Frente a quienes rebajan al Espíritu Santo a un animador de encuentros, defiende su divinidad: afirmó que también el Espíritu Santo es Dios y “tiene que ser colocado y glorificado junto al Padre y el Hijo”[6]. Por este motivo, Basilio es uno de los grandes padres que formularon la doctrina sobre la Trinidad: el único Dios, dado que es Amor, es un Dios en tres Personas, que forman la unidad más profunda que existe, la unidad divina. 
Finalmente San Basilio nos enseña también cómo debe ser nuestra muerte: muere, en el año 379, según sus mismas palabras, “con la esperanza de la vida eterna, a través de Jesucristo, nuestro Señor”[7].


[1] Cfr. Carta 223: PG 32,824.
[2] Cfr. “Moralia” 80,1: PG 31,860bc.
[3] Cfr. Cartas. 2 y 22.
[5] Cfr. Basilio, Carta 9,3: PG 32,272a; Carta 52,1-3: PG 32,392b-396a; “Adversus Eunomium” 1,20: PG 29,556c.
[6] Cfr. “De Spiritu Sancto”: SC 17bis, 348.
[7] “De Bautismo” 1, 2, 9.

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