San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 5 de febrero de 2011

Don Bosco y la juventud


Cuando se analiza la obra de Don Bosco, en relación a la juventud, se destacan numerosos logros, como por ejemplo, el rescatar a jóvenes en situación de riesgo social, o el de haber elaborado todo un sistema educativo todavía válido para nuestros días.

Otro aspecto a destacar, es el hecho de que el sistema educativo de Don Bosco ha permitido educar en las virtudes a decenas de miles de niños y de jóvenes contribuyendo, de esta manera, a construir una sociedad más culta y educada.

Por otra parte, los numerosos colegios e institutos que dependen de su obra, sumados a los institutos que capacitan a los jóvenes para el mundo laboral, no hacen otra cosa que confirmar la grandeza de su emprendimiento a favor de los más necesitados de la sociedad, en este caso, los jóvenes.

Pero si nos detenemos en estos logros de Don Bosco, corremos el riesgo de reducir su obra a la nada, pues nada separaría a Don Bosco de un filántropo más, o de cualquier otro benefactor de la juventud.

La obra de Don Bosco no se limita a la educación de los jóvenes, ni siquiera a decenas de miles de ellos.

Lo más grandioso de la obra de Don Bosco no fue ampliarles el horizonte de trabajo, ni tampoco el haber educado en la virtud a los jóvenes; lo más grandioso fue el haberles hecho ver, a los jóvenes, que hay otro horizonte, más allá del horizonte humano, y es el horizonte de eternidad, y más que educarlos en las virtudes, los educó en el amor de Cristo y en su seguimiento.

Los numerosos santos, niños y jóvenes, que surgieron de sus oratorios, dan cuenta de este hecho: quienes se acercaban a Don Bosco, no permanecían nunca los mismos, pues se despertaba en ellos la sed de Dios y de su eternidad, y toda su vida era un prepararse continuo para atravesar el umbral de la muerte y poder ver, cara a cara, con el corazón limpio y el alma en gracia, a Jesucristo, a quien, gracias a Don Bosco, habían aprendido a conocer y amar.

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