San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 22 de mayo de 2024

Santa Rita de Casia

 




         Vida de santidad[1].

         Santa Rita nació en 1381 en Roccaporena, un pueblito en las montañas apeninas. Sus padres la educaron en el temor de Dios, y ella respetó a tal punto la autoridad paterna que, aunque tenía la vocación de monja, abandonó el propósito de entrar al convento y aceptó unirse en matrimonio con Pablo de Ferdinando, un joven violento y revoltoso. Las biografías de la santa la retratan como a una mujer dulce, obediente, atenta a no chocar con la susceptibilidad del marido, cuyas maldades ella conoce, y sufre y reza en silencio[2]. Su bondad y sus oraciones lograron finalmente cambiar el corazón de Pablo, que cambió de vida y de costumbres, pero sin lograr hacer olvidar los antiguos rencores de los enemigos que se había buscado y fueron estos los que le quitaron la vida, siendo encontrado muerto una noche a la vera del camino. Los dos hijos de Santa Rita, que ya eran mayores, juraron vengar a su padre. Santa Rita intentó convencerlos de que desistieran de la venganza, pero cuando la santa se dio cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos para convencerlos, ya que sus hijos estaban dispuestos a consumar la venganza, tuvo la valentía de pedirle a Dios que se los llevara antes que mancharan sus vidas con un homicidio. Prefería, con toda razón, que perdieran la vida corporal pero que salvaran sus almas y no que se condenaran por un homicidio y por el odio. Su oración fue escuchada y sus hijos murieron sin cometer el homicidio que habían planeado, salvando así sus almas. Ya sin esposo y sin hijos, Rita fue a pedir su entrada en el convento de las agustinas de Casia, pero su petición fue rechazada.

Regresó a su hogar desierto y rezó fervorosamente a sus tres santos protectores, san Juan Bautista, san Agustín y san Nicolás de Tolentino, y una noche sucedió el prodigio. Se le aparecieron los tres santos, le dijeron que los siguiera, llegaron al convento, abrieron las puertas y la llevaron a la mitad del coro, en donde las religiosas estaban rezando las oraciones de la mañana. Así Santa Rita pudo vestir el hábito de las agustinas, realizando su vocación a la vida consagrada, el entregarse totalmente a Dios. En el convento, se dedicó a la penitencia, a la oración y al amor de Cristo crucificado, que la asoció aun visiblemente a su pasión, clavándole en la frente una espina. De esa manera Santa Rita vio cumplido su deseo de compartir el dolor de la Corona de Espinas de Nuestro Señor Jesucristo. Esta herida era muy dolorosa y despedía un olor sumamente desagradable, pero ella lo consideraba una gracia divina. Ella oraba así: “Oh amado Jesús, aumenta mi paciencia en la medida que aumentan mis sufrimientos”. Este estigma milagroso, recibido durante un éxtasis, marcó el rostro con una dolorosísima llaga purulenta hasta su muerte, esto es, durante catorce años. Además del dolor intensísimo, la santa debía sobrellevar la humillación que le provocaba la herida, porque al estar infectada, despedía un olor fétido y nauseabundo, de manera que nadie podía acercársele, por lo que debió vivir en una celda apartada del resto de sus hermanas en religión. La fetidez de la herida solo desapareció, en el lapso de catorce años, por unos días, en los que Santa Rita y las otras religiosas hicieron una peregrinación a Roma para rezar ante la tumba de San Pedro. Pero pasada la peregrinación, regresó la fetidez de la herida, la cual se mantuvo hasta el momento de su muerte; en ese momento, al morir Santa Rita, desapareció el olor nauseabundo y el lugar en donde estaban velando su cuerpo se llenó de un exquisito perfume de rosas. Murió en el monasterio de Casia el 22 de mayo de 1457 y fue canonizada en el año 1900.

La fama de su santidad pasó los límites de Casia y desde su muerte, no ha cesado de interceder para conceder gracias, dones y milagros a sus devotos.

         Mensaje de santidad.

         Santa Rita nos deja un mensaje de santidad que consiste en una auténtica caridad, es decir, un verdadero amor sobrenatural, un amor que supera al amor natural infinitamente, tanto por su esposo como por sus hijos, porque los amó más allá del amor natural de esposa y de madre, ya que la santa quería que ante todo salvaran sus almas y fue por este motivo que hizo toda clase de penitencias y de sacrificios y rezó sin cesar para obtener la conversión de sus seres queridos, recibiendo de Dios el premio de ser escuchada, porque todos se convirtieron antes de morir; también es ejemplo de amor verdadero a Nuestro Señor Jesucristo, tanto en su vida de laica como ya de consagrada, porque amaba tanto a Jesús, que deseaba participar de su Pasión dolorosa y humillante y así se lo concedió Nuestro Señor Jesucristo, primero haciéndole participar de su humillación, al ser humillada por su esposo en el trato en la etapa violenta de su vida, anterior a su conversión y luego haciéndola participar de sus dolores de la Pasión, concediéndole el dolor de la herida de la Corona de espinas y también la humillación que Él sufrió, al concederle participar también de su humillación mediante la fetidez que despedía la herida purulenta de la frente, curada recién en la muerte de la santa. Como Cristo, que cargó nuestros pecados en su Cruz, así Santa Rita, pidió unirse a la Pasión de Cristo, a sus humillaciones y dolores. Imitemos a la santa y pidamos también nosotros lo mismo, unirnos a Cristo en sus dolores y humillaciones en el Camino Real de la Cruz, el único camino que conduce al Cielo.


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