Vida de
santidad[1].
Santa
Rita
nació en 1381 en Roccaporena, un pueblito en las montañas apeninas. Sus padres
la educaron en el temor de Dios, y ella respetó a tal punto la autoridad
paterna que, aunque tenía la vocación de monja, abandonó el propósito de entrar
al convento y aceptó unirse en matrimonio con Pablo de Ferdinando, un joven
violento y revoltoso. Las biografías de la santa la retratan como a una mujer
dulce, obediente, atenta a no chocar con la susceptibilidad del marido, cuyas
maldades ella conoce, y sufre y reza en silencio[2]. Su bondad y sus oraciones
lograron finalmente cambiar el corazón de Pablo, que cambió de vida y de
costumbres, pero sin lograr hacer olvidar los antiguos rencores de los enemigos
que se había buscado y fueron estos los que le quitaron la vida, siendo
encontrado muerto una noche a la vera del camino. Los dos hijos de Santa Rita, que
ya eran mayores, juraron vengar a su padre. Santa Rita intentó convencerlos de
que desistieran de la venganza, pero cuando la santa se dio cuenta de la
inutilidad de sus esfuerzos para convencerlos, ya que sus hijos estaban
dispuestos a consumar la venganza, tuvo la valentía de pedirle a Dios que se
los llevara antes que mancharan sus vidas con un homicidio. Prefería, con toda
razón, que perdieran la vida corporal pero que salvaran sus almas y no que se
condenaran por un homicidio y por el odio. Su oración fue escuchada y sus hijos
murieron sin cometer el homicidio que habían planeado, salvando así sus almas.
Ya sin esposo y sin hijos, Rita fue a pedir su entrada en el convento de las
agustinas de Casia, pero su petición fue rechazada.
Regresó
a su hogar desierto y rezó fervorosamente a sus tres santos protectores, san
Juan Bautista, san Agustín y san Nicolás de Tolentino, y una noche sucedió el
prodigio. Se le aparecieron los tres santos, le dijeron que los siguiera,
llegaron al convento, abrieron las puertas y la llevaron a la mitad del coro,
en donde las religiosas estaban rezando las oraciones de la mañana. Así Santa Rita
pudo vestir el hábito de las agustinas, realizando su vocación a la vida
consagrada, el entregarse totalmente a Dios. En el convento, se dedicó a la
penitencia, a la oración y al amor de Cristo crucificado, que la asoció aun
visiblemente a su pasión, clavándole en la frente una espina. De esa manera
Santa Rita vio cumplido su deseo de compartir el dolor de la Corona de Espinas
de Nuestro Señor Jesucristo. Esta herida era muy dolorosa y despedía un olor sumamente
desagradable, pero ella lo consideraba una gracia divina. Ella oraba así: “Oh
amado Jesús, aumenta mi paciencia en la medida que aumentan mis sufrimientos”. Este
estigma milagroso, recibido durante un éxtasis, marcó el rostro con una
dolorosísima llaga purulenta hasta su muerte, esto es, durante catorce años. Además
del dolor intensísimo, la santa debía sobrellevar la humillación que le
provocaba la herida, porque al estar infectada, despedía un olor fétido y
nauseabundo, de manera que nadie podía acercársele, por lo que debió vivir en
una celda apartada del resto de sus hermanas en religión. La fetidez de la
herida solo desapareció, en el lapso de catorce años, por unos días, en los que
Santa Rita y las otras religiosas hicieron una peregrinación a Roma para rezar
ante la tumba de San Pedro. Pero pasada la peregrinación, regresó la fetidez de
la herida, la cual se mantuvo hasta el momento de su muerte; en ese momento, al
morir Santa Rita, desapareció el olor nauseabundo y el lugar en donde estaban
velando su cuerpo se llenó de un exquisito perfume de rosas. Murió en el
monasterio de Casia el 22 de mayo de 1457 y fue canonizada en el año 1900.
La
fama de su santidad pasó los límites de Casia y desde su muerte, no ha cesado
de interceder para conceder gracias, dones y milagros a sus devotos.
Mensaje
de santidad.
Santa
Rita nos deja un mensaje de santidad que consiste en una auténtica caridad, es
decir, un verdadero amor sobrenatural, un amor que supera al amor natural
infinitamente, tanto por su esposo como por sus hijos, porque los amó más allá
del amor natural de esposa y de madre, ya que la santa quería que ante todo
salvaran sus almas y fue por este motivo que hizo toda clase de penitencias y
de sacrificios y rezó sin cesar para obtener la conversión de sus seres queridos,
recibiendo de Dios el premio de ser escuchada, porque todos se convirtieron
antes de morir; también es ejemplo de amor verdadero a Nuestro Señor
Jesucristo, tanto en su vida de laica como ya de consagrada, porque amaba tanto
a Jesús, que deseaba participar de su Pasión dolorosa y humillante y así se lo
concedió Nuestro Señor Jesucristo, primero haciéndole participar de su
humillación, al ser humillada por su esposo en el trato en la etapa violenta de
su vida, anterior a su conversión y luego haciéndola participar de sus dolores
de la Pasión, concediéndole el dolor de la herida de la Corona de espinas y
también la humillación que Él sufrió, al concederle participar también de su
humillación mediante la fetidez que despedía la herida purulenta de la frente,
curada recién en la muerte de la santa. Como Cristo, que cargó nuestros pecados
en su Cruz, así Santa Rita, pidió unirse a la Pasión de Cristo, a sus
humillaciones y dolores. Imitemos a la santa y pidamos también nosotros lo
mismo, unirnos a Cristo en sus dolores y humillaciones en el Camino Real de la
Cruz, el único camino que conduce al Cielo.