San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 5 de abril de 2019

El Sagrado Corazón se queja de las ingratitudes y desamores de los cristianos



         En la tercera gran revelación, que ocurrió durante la fiesta de Corpus Christi de 1674, el Sagrado Corazón le reveló a Santa Margarita “las maravillas de su puro amor y hasta qué exceso había llegado su amor para con los hombres, de quienes no recibía sino ingratitudes”[1]. En esta aparición, que es más brillante que las demás, según la descripción de Santa Margarita, quien lo describe así: “Jesucristo mi Amado se presentó delante de mí todo resplandeciente de Gloria, con sus cinco llagas brillantes, como cinco soles y despidiendo de su sagrada humanidad rayos de luz de todas partes pero sobre todo de su adorable pecho, que parecía un horno encendido”[2], además de hacerle algunas peticiones y revelarle que le concederá la gracia del dolor de su Costado traspasado, el Sagrado Corazón se muestra como un “amante apasionado de los hombres, que se queja del desamor de los suyos y, como si fuera un divino mendigo, nos tiende la mano el Señor para solicitar nuestro amor”[3].
         Es decir, en esta aparición, el Sagrado Corazón se queja de las “ingratitudes” y del “desamor” de los suyos, que no somos otros que nosotros, los cristianos, además de presentarse como un “mendigo de amor”, que viene a mendigar nuestro miserable amor, aun teniendo Él el amor de los querubines y serafines que se postran ante Él y lo aman y adoran de día y de noche.
         Somos ingratos y desamorados con el Sagrado Corazón, cada vez que preferimos los viles placeres del mundo, antes que el más pequeño grado de gracia; somos ingratos y desamorados con el Sagrado Corazón de Jesús, cada vez que preferimos los atractivos y manjares del mundo, antes que el banquete celestial que nos prepara el Padre en cada Santa Misa, compuesta por manjares celestiales: la Carne del Cordero, el Pan Vivo bajado del cielo y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna; somos ingratos y desamorados con el Sagrado Corazón cuando preferimos el amor mísero de las creaturas y cuando mendigamos el amor de estas, antes de venir a beber del Amor Infinito de Dios, que se derrama incontenible desde la Eucaristía; somos ingratos y desamorados para con el Sagrado Corazón de Jesús, cada vez que, teniendo que cargar la cruz, en vez de abrazar la cruz –que puede ser bajo la forma de una enfermedad, una tribulación-, dejamos de lado la cruz y corremos para que alguien nos la quite y no dudamos en aliarnos con los enemigos de Dios –brujos, hechiceros, chamanes-, con tal de no tener tal o cual enfermedad, es decir, con tal de no llevar la cruz.
         El Sagrado Corazón se queja de las ingratitudes y desamores de los cristianos, ingratitud y desamor que llegan al extremo de convertirse en pecados, que se materializan en la corona de espinas que laceran y lastiman, a cada latido, al Sagrado Corazón.
         Hagamos el propósito de no solo no ser ingratos y desamorados, sino de acudir a rendirle amor, honor y adoración al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, adorándolo en la Adoración Eucarística y recibiéndolo en la Comunión Eucarística con todo el amor del que seamos capaces, para así reparar por nuestras ingratitudes y desamores y por las de nuestros hermanos.



[1] https://www.corazones.org/santos/margarita_maria_alacoque.htm
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.

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