San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 9 de julio de 2018

San Pelayo, mártir de la castidad del cuerpo y la pureza de la fe


Martirio de San Pelayo
(Juan Soreda)
         Vida de santidad[1].

         Por alguna de esas “misteriosas casualidades” la celebración de las fiestas del “orgullo gay” suele coincidir con el santo que celebramos hoy, San Pelayo de Córdoba. En el martirio de San Pelayo confluyen, ya hace más de 1.000 años, la resistencia ante el invasor musulmán, que ofrece el reino a cambio de renunciar a Cristo, y la locura de la atracción homosexual de un varón adulto hacia un niño.
¿Quién fue San Pelayo?
San Pelayo de Córdoba nació en Galicia en el siglo X y era sobrino del obispo Hermogio de Tuy, que fue hecho prisionero en la batalla de Val de Junquera entre los reyes cristianos y Abderramán III en el año 920. Pelayo acabó siendo prisionero del rey musulmán al cambiarse por su tío, que quedó en libertad. Durante tres años y medio, Pelayo permaneció como prisionero de Abderramán III. Sus compañeros de cautiverio cuentan que su comportamiento era “casto, sobrio, apacible, prudente, atento a orar, asiduo a su lectura”. Solía discutir también con los musulmanes sobre temas religiosos y pudo vivir en paz en prisión hasta que Abderramán III se encaprichó de él. Durante un banquete, Abderramán III prometió concederle todos los honores si apostataba y se convertía en uno de sus mancebos. Las crónicas narran la conversación que tuvo lugar en ese momento de esta manera:
“Abderramán le dijo sin titubeos:  -“Niño, te elevaré a los honores de un alto cargo, si quieres negar a Cristo y afirmar que nuestro profeta es auténtico. ¿No ves cuántos reinos tengo? Además te daré una gran cantidad de oro y plata, los mejores vestidos y adornos que precises. Recibirás, si aceptas, el que tú eligieres entre estos jovencitos, a fin de que te sirva a tu gusto, según tus principios. Y encima te ofreceré pandillas para habitar con ellas, caballos para montar, placeres para disfrutar. Por otra parte, sacaré también de la cárcel a cuantos desees, e incluso otorgaré honores inconmensurables a tus padres si tú quieres que estén en este país”.
Pelayo respondió decidido: –“Lo que prometes, emir, nada vale, y no negaré a Cristo; soy cristiano, lo he sido y lo seré, pues todo eso tiene fin y pasa a su tiempo; en cambio, Cristo, al que adoro, no puede tener fin, ya que tampoco tiene principio alguno, dado que Él personalmente es el que con el Padre y el Espíritu Santo permanece como único Dios, quien nos hizo de la nada y con su poder omnipotente nos conserva”.
Abderramán III no obstante, más enardecido, pretendió cierto acercamiento físico, tocándole el borde de la túnica, a lo que Pelayo reaccionó airado:–“Retírate, perro, dice Pelayo. ¿Es que piensas que soy como los tuyos, un afeminado?, y al punto desgarró las ropas que llevaba vestidas y se hizo fuerte en la palestra, prefiriendo morir honrosamente por Cristo a vivir de modo vergonzoso con el diablo y mancillarse con los vicios”.
Abderramán III no perdió por ello las esperanzas de seducir al niño y ordenó a los jovencitos de su corte que lo adularan, a ver, si, apostatando se rendía a tantas grandezas prometidas. Pero él se mantuvo firme y permaneció sin temor proclamando que sólo existe Cristo y afirmando que por siempre obedecería sus mandatos.
Abderramán ordenó entonces que lo torturaran y despedazaran, y echaran los pedazos al río.
Era el 26 de junio del 963.

         Mensaje de santidad.

San Pelayo tiene el gran privilegio de haber dado su vida defendiendo su fe en Cristo, además de la pureza del cuerpo precisamente por la fe en Cristo. No se concibe la pureza de la fe, que es el amor casto a la Verdad Pura de Dios que es Jesucristo, sin la pureza del cuerpo, que es el amor casto corporal que se abstiene de amores y placeres carnales por amor a Jesucristo, la Verdad Encarnada. San Pelayo murió dando testimonio por ambas purezas y es por eso que hoy está no solo en los altares, sino en el cielo, al resistir la tentación de abandonara la fe para corromper su alma sirviendo a un falso dios, Alá, y por no ceder a las propuestas inmorales y lascivas de un hombre abandonado a sus pasiones, el jeque musulmán. San Pelayo es ejemplo actualísimo no solo para los jóvenes de hoy, sino para los católicos de todos los tiempos, sobre todo los que, desde hace tiempo, han abandonado el ideal de santidad de la pureza y castidad sobrenaturales del cuerpo y del alma.



[1] Para la Vida de santidad, el párrafo está tomado en su totalidad de Gabriel Ariza Rossy, cit. http://religionlavozlibre.blogspot.com/2018/07/el-orgullo-gay-san-pelayo-y-el-emir.html

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