San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 4 de diciembre de 2015

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús contiene las gracias para evitar la eterna condenación


         Muchos consideran que la devoción al Sagrado Corazón es algo de poca monta, reservado a personas que no tienen otra ocupación que asistir a la Iglesia. Muchos piensan que ser devotos del Sagrado Corazón es una especie de hábito piadoso religioso, que da lo mismo tenerlo a tenerlo y, como el mundo se presenta mucho más atractivo que la devoción al Corazón de Jesús, entonces dejan de lado al Sagrado Corazón, para enfrascarse en las diversiones y atractivos del mundo.
         Nada más lejano a la realidad y nada más peligroso para el alma que así piensa, porque en la devoción al Sagrado Corazón están las gracias necesarias para evitar la eterna condenación en el infierno. En otras palabras, quien desprecia al Sagrado Corazón por considerarlo algo de poco o nulo valor, se encuentra de lleno en el ancho camino que conduce a la eterna condenación. Es esto lo que deja entrever Nuestro Señor, en las revelaciones a Santa Margarita, diciéndole así en la Primera Aparición: “Mi Divino Corazón, está tan apasionado de Amor a los hombres (….) que, no pudiendo contener en el las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía”[1]. El Sagrado Corazón contiene las gracias necesarias para “separar al alma del abismo de perdición”, es decir, del infierno; esto quiere decir que, quien desprecia al Sagrado Corazón, se encuentra en el camino de la eterna condenación.
         Esta misma idea se la vuelve a repetir Jesús en la Segunda Aparición, en donde, según Santa Margarita, Jesús le hizo ver “el ardiente deseo que tenía de ser amado por los hombres y apartarlos del camino de la perdición, en el que los precipita Satanás en gran número”[2]. Continuamente, Satanás está conduciendo almas hacia el abismo –mediante las supersticiones, el abandono de la oración, el abandono de los sacramentos, el desprecio de su Sagrado Corazón Eucarístico-, hacia el infierno, pero los hombres no solo no hacen caso de sus llamados, sino que devuelven, al Amor contenido en el Sagrado Corazón, indiferencia, ingratitud, olvido y desprecio.
         Es esto lo que Jesús le dijo a Santa Margarita en la Tercera Aparición: “(…) me descubrió su amabilísimo y amante Corazón, que era el vivo manantial de las llamas. Entonces fue cuando me descubrió las inexplicables maravillas de su puro amor con que había amado hasta el exceso a los hombres, recibiendo solamente de ellos ingratitudes y desconocimiento. “Eso”, le dice Jesús a Margarita, “fue lo que más me dolió de todo cuanto sufrí en mi Pasión, mientras que si me correspondiesen con algo de amor, tendría por poco todo lo que hice por ellos y, de poder ser, aún habría querido hacer más. Mas sólo frialdades y desaires tienen para todo mi afán en procurarles el bien”[3].
Y después le dice: “Al menos dame tú el gusto de suplir su ingratitud de todo cuanto te sea dado conforme a tus posibilidades”[4].
Por lo tanto, quien ame al Sagrado Corazón, que procure darle consuelo, por medio de la oración, la penitencia, el sacrificio y las obras de misericordias, pidiendo por la conversión de quienes lo desprecian en el Santísimo Sacramento del altar.



[1] http://www.corazones.org/santos/margarita_maria_alacoque.htm
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

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