San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 1 de octubre de 2015

Santa Teresita del Niño Jesús y su misión en la Iglesia


         Santa Teresita del Niño Jesús y su misión en la Iglesia
         Luego de reflexionar acerca de su misión en la Iglesia, y habiendo deseado en un primer momento ser enviada como misionera a tierras lejanas, Santa Teresita dijo: “En el corazón de la Iglesia, yo seré el Amor”[1]. Esto, que puede parecer una frase sentimentalista, es sin embargo una profunda reflexión, que alcanza las más altas cumbres místicas. Analicemos la frase de Santa Teresita.
         “En el corazón de la Iglesia”: ¿Cuál es el “corazón de la Iglesia”? El corazón de la Iglesia, Cuerpo Místico de Jesús, es la Eucaristía, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, así como su Sagrado Corazón es el corazón de su Cuerpo real. El “corazón de la Iglesia” es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que late con el impulso del Espíritu Santo y arde en las llamas del Divino Amor, y se dona a las almas en cada Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario, así como se donó en el Santo Sacrificio de la Cruz. Santa Teresita había descubierto que su misión en la Iglesia, era una misión eucarística, porque su misión estaba en el corazón de la Iglesia, que es la Eucaristía.
         “Yo seré”: Santa Teresita dice: “En el corazón de la Iglesia, “yo seré” el Amor”. Santa Teresita no dice: “Siento que voy a ser el amor” y esto porque no se refiere a un sentimiento pasajero, como un afecto sensible que pasa y se va; no es un deseo veleidoso, inconstante, que aparece y desaparece. Santa Teresita Utiliza el verbo “ser”, con lo cual está indicando el compromiso de toda su persona, de todo lo que es, ontológicamente hablando, y de todo lo que tiene. Al utilizar el verbo “ser”, está indicando que en la misión en el corazón de la Iglesia está implicada ella misma con todo su ser metafísico, con todo su acto de ser, es decir, toda ella, con lo que es y con lo que tiene; está implicada en la totalidad de su persona y esto quiere decir que se dona a ese “corazón de la Iglesia”, es decir, al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, a sí misma, con su historia de vida, con su actualidad como religiosa y con su futuro como alma bienaventurada. Al decir: “seré”, significa que se entrega toda a sí misma al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, sin reservarse nada para sí. El “ser” implica la donación total y absoluta de todo sí misma a Jesús Eucaristía, Corazón de la Iglesia.
         “El Amor”: Santa Teresita dice: “en el corazón de la Iglesia, yo seré el Amor”. No está hablando de un amor meramente humano, de un amor pasajero, de un amor que se deja llevar por las apariencias, como es el amor humano. Está hablando del Amor de Dios; de Dios, que “es Amor” (cfr. 1 Jn 4, 8); está hablando del Amor que envuelve con sus llamas y aparece como lenguas de fuego en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Santa Teresita quiere ser el Amor; no parecer ni sentir, sino ser el Amor. ¿De qué manera? Uniéndose, en el Amor, a Jesús, que se le dona todo a sí mismo en la Eucaristía, sin reservas, permitiendo que Jesús la abrace con sus llamas de Amor, dejando que su alma se incendie en el Fuego del Divino Amor, haciendo así realidad el sueño de Jesús: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cómo quisiera ya verlo ardiendo!” (Lc 12, 49).
“En el corazón de la Iglesia, yo seré el Amor”. La misión de Santa Teresita es la misión de todo cristiano; cumplir o no esa misión depende de la medida en que cada uno desea fusionarse con el Amor de Dios que envuelve al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.



[1] Manuscrits autobiographiques, Lisieux 1957, 227-229.

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