San
Isidro Labrador era un campesino inculto en ciencias humanas, pero Doctorado en
sabiduría divina y por lo tanto, un ejemplo luminoso para el siglo XXI, en el
que los avances científicos y tecnológicos han oscurecido la mente del hombre,
impidiéndole contemplar la maravillosa luz que emanan los rayos del Sol de
justicia, Jesucristo.
San
Isidro Labrador consideraba al día Domingo como lo que es: la participación al
Domingo de Resurrección y por lo tanto creía firmemente en el Domingo como en el Día del
Señor; creía en el Domingo como el Día más importante de la semana, pero no
porque estuviera puesto allí para descansar del trabajo de la semana, como se
piensa en nuestros tiempos, sino porque creía que el Domingo estaba iluminado
por el resplandor de la luz eterna proveniente del sepulcro el Domingo de
Resurrección y que surgió del Cuerpo hasta entonces muerto de Jesús,
volviéndolo a la vida y concediéndole la gloria y la luz divina que poseía
desde la eternidad. Y es por eso que San Isidro Labrador todos los Domingos rezaba
un buen rato antes de Misa, luego escuchaba la Santa Misa, luego visitaba
enfermos y a la tarde paseaba con su esposa y con su hijo. Pero también asistía
todos los días a la Santa Misa, porque estaba convencido que la Santa Misa era
la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz y tanta era su
devoción, que muchos compañeros, por envidia, lo acusaron de “ausentismo
laboral”, de modo que su empleador, el señor Vargas, fue a comprobar si era
verdad que San Isidro llegaba tarde al trabajo por asistir a Misa, y comprobó que
sí era cierto que San Isidro llegaba una hora tarde por escuchar Misa, pero
también pudo comprobar, con sus propios ojos, que un misterioso personaje, que
resultó ser su ángel de la guarda, guiaba al buey de San Isidro Labrador,
haciendo el trabajo que le correspondía a San Isidro, mientras el santo estaba
en Misa[1].
San
Isidro se caracterizó también por su gran caridad, porque lo que ganaba como
jornalero, lo distribuía en tres partes: una para el templo, una para los
pobres, otra para su familia. Tenía gran caridad para con los pobres, dándole
de comer de su propia comida. En vida y después de muerto, obró muchos
milagros, entre ellos, la curación milagrosa del rey Felipe III, milagro que le
valió su canonización.
Pero
es sobre todo su gran aprecio por la Santa Misa, la obra más grandiosa de la
Santísima Trinidad, la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, lo
que hace de San Isidro Labrador, indocto en ciencias humanas, un Doctor en
Ciencias Sagradas y un luminoso ejemplo para todo aquel que quiera llegar al
cielo.
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