San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 2 de mayo de 2011

San Luis María Grignon de Montfort y la consagración a la Virgen



A Jesucristo por María.
La consagración a la Virgen
es el camino más seguro
para reproducir en el alma
la imagen de Cristo crucificado.

Tal vez el aporte más importante de San Luis María Grignon de Montfort para la espiritualidad del cristiano, sea la de la consagración a la Virgen, para reproducir en el alma la imagen de Cristo crucificado. San Luis María sostiene que, para ser escuchados por Jesucristo, es necesaria la consagración a la Virgen, porque si acudimos directamente a Jesús, corremos el riesgo de no ser escuchado.
En otras palabras, no debemos ir por nosotros mismos directamente a Jesucristo, sino a Jesucristo por intermedio de María.
San Luis María sostiene que si el alma acude directamente a Jesucristo, corre el serio peligro de verse rechazada por Jesucristo, ya que es indigna de presentarse ante Él, pero que si lo hace por medio de María, las posibilidades de ser escuchados aumentan proporcionalmente a como aumentaban proporcionalmente las posibilidades de ser rechazado si acudía solo.

El santo se basa en la misma idea que tuvo Dios Padre al concebir la concepción de su Hijo en el seno virgen de María por el Espíritu Santo: si se presentaba ante los hombres en toda su majestad, su visión provocaría tanto temor, que los hombres nunca se atreverían de acercarse a Dios. Pero al encarnarse y al esconder su divinidad en la figura de un niño humano, los hombres no tendrían temor de acercarse a Dios; de la misma manera, los hombres no tendrían temor de acercarse a Dios a través de la figura de una Madre Virgen, como lo es la Virgen María. Así como nadie puede tener temor de acercarse a un Niño recién nacido, así tampoco nadie puede tener temor o desconfianza en acercarse a la Madre de ese Niño recién nacido. Por otra parte, todo lo que esa Madre le pida a su Hijo, le será aceptado por el Hijo, no tanto por el que pide, sino por el amor que el Hijo tiene a la Madre y por el amor que la Madre tiene al Hijo.
El amor que une a la Madre y al Hijo hace que la Madre presente al hijo las peticiones de quien se le acerca como si fueran suyas, y el amor que el Hijo tiene a la Madre, hace que el Hijo acepte esas peticiones como si fueran de su Madre y por eso se las concede.
Estos son los motivos por los cuales San Luis María recomienda acudir a Jesucristo por intermedio de María: porque María nos presenta ante su Hijo como si fuéramos niños pequeños y como si fuéramos niños suyos, y presenta nuestras peticiones como si fueran suyas y debido a esto, Jesús no puede rechazar lo que su Madre le pide. El Sagrado Corazón de Jesús nada le niega al Corazón Inmaculado de su Madre. En cambio, si fuéramos por nuestra propia cuenta, por nosotros mismos, nada obtendríamos del Sagrado Corazón.
Pero además, Jesús no se contenta con dar a su Madre solo lo que le pide por cuenta del que acude a Ella: Jesús le da lo que Ella le pide, pero le da algo mucho más grande: le da su propia Persona, de ahí que, quien acuda a María, reciba, más que lo que pide, al mismo Jesús en Persona, y eso es el regalo más grande que María nos puede hacer, por eso San Alfonso dice que si uno le da a María un huevo, ella devuelve un buey.
Sin embargo, hay otras razones por las cuales debemos acudir a María para ir a Jesús.
El acudir a María tiene connotaciones eclesiológicas, ya que María es una figura de la Iglesia y del Papado: María es una figura de la Iglesia Católica y de su Pastor, el Santo Padre, y así como quien acude a María recibe a Jesús en Persona, así quien acude a la Iglesia, recibe a Jesús en Persona, y por el contrario, así como si no se acude a María, no se recibe a Jesucristo, así quien queda fuera de la Iglesia, de sus sacramentos y de su Pastor, el Santo Padre, no llegará jamás a Jesucristo. Esto es lo que le sucede a aquellos que dicen confesarse consigo mismos, o que reciben el Espíritu o el perdón de los pecados, o la gracia, sin los sacramentos.
Quien acude a María recibe, más que lo que pide, al fruto de las entrañas virginales de María, el mismo Jesucristo; de la misma manera, quien acude a la Iglesia recibe, más que lo que pide, al fruto de las entrañas virginales de la Iglesia, la Eucaristía, el cuerpo resucitado de Jesús, el Pan del altar.

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