Cuando Jesús se le aparece a Santa Margarita María, le muestra su Corazón, que está rodeado de espinas, las cuales simbolizan el dolor que experimenta el Sagrado Corazón. Dice Jesús a Santa Margarita: “Todas las noches del jueves al viernes te haré participar de la mortal tristeza que quise padecer en el Huerto de los Olivos; tristeza que te reducirá a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Y para acompañarme en aquella humilde plegaria, que entonces presenté a mi Padre, te postrarás con la faz en tierra, deseosa de aplacar la cólera divina y en demanda de perdón por los pecadores”.
Sostienen además que Dios no siente ninguna ofensa, y que tampoco puede ser consolado en su sufrimiento, pues no sufre, y si no sufre, no hay nada para consolar.
Es verdad que Dios, en cuanto Dios, en cuanto Ser perfectísimo, es inmutable, y no puede sufrir; pero es verdad también que ese Dios, sin dejar de ser Dios, se encarnó, asumió una naturaleza humana, un alma y un cuerpo humanos, y los hizo suyos, y por un milagro de su omnipotencia divina, impidió que su gloria se comunicase, de modo inmediato y visible, a su cuerpo, para poder sufrir
Pero Dios, precisamente para poder sufrir
De esta manera, el Sagrado Corazón de Jesús experimentó un verdadero sufrimiento, tan verdadero, como verdadero es el sufrimiento de cualquier ser humano. Sufrió desde el primer instante de su concepción, pues en cuanto Dios sabía, desde ese instante, que debía sufrir
Pero el Sagrado Corazón continúa sufriendo, en el signo de los tiempos, pues su Pasión está en Acto Presente, y lo estará hasta el fin de los tiempos. El Sagrado Corazón continúa sufriendo, con cada pensamiento malo, con cada deseo malo, con cada sentimiento malo consentido, con cada obra mala realizada. El Corazón de Jesús sufre con cada aborto, con cada violencia, con cada robo, con cada mentira, con cada despojo, con cada insulto, con cada sacrilegio, con cada comunión realizada en pecado mortal. El Sagrado Corazón sufre con cada alma que se condena.
Pero el Sagrado Corazón también es consolado en sus penas, cuando en la soledad de su Prisión de amor, el Sagrario, es visitado por las almas piadosas, que con sus sacrificios, mortificaciones, renuncias, y adoraciones, se ofrecen a Él y en Él como víctimas expiatorias por la maldad del hombre.
[1] Cfr. Scheeben, M. J., Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964.
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