San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 6 de febrero de 2010

Miríadas de ángeles adoran al Hombre-Dios en el altar eucarístico



Poco o nada tienen que ver los ángeles con las representaciones de la fantasía, con los cuales los solemos imaginar. Es verdad que a lo largo de la historia se han aparecido y materializado bajo apariencia humana, a veces con alas, a veces sin ellas. Pero por lo general estas representaciones hacen que nuestra relación personal con el dogma de la existencia de los ángeles quede reducida a un nivel inferior de la representación que de los ángeles hace un niño de Primera Comunión. Y tan es así, que muy a menudo, lamentablemente, los seguidores de la Nueva Era tienen más fe en los ángeles y tienen una representación más viva de ellos que la de nosotros los católicos. Con respecto a ellos, nos quedamos con las nociones de Primera Comunión –que son verdaderas, pero que no dicen todo lo que los ángeles son ni lo que pueden hacer por nosotros-; creemos vagamente en nuestro ángel de la guarda, al cual no lo invocamos casi nunca, pensando está sólo para protegernos de los peligros. Además de esta noción básica e incompleta acerca de nuestro ángel custodio, con relación a los otros ángeles pensamos, en el mejor de los casos, al contemplar imágenes de Miguel, luchando en el cielo, de Rafael, ayudando a Tobías, o de Gabriel, anunciando a María, que fueron seres reales, pero que intervinieron en el inicio de los tiempos, o en la antigüedad, o en la plenitud de los tiempos, pero que, en nuestros tiempos, poco y nada tienen que hacer en la historia humana o en nuestra historia personal. Y sin embargo, la naturaleza y la misión de los ángeles es infinitamente superior a la de limitarse a ser nuestros protectores de los peligros físicos, y su intervención en la historia humana no se limita a hechos puntuales del pasado histórico.

¿Cuáles otras nociones debemos tener en cuenta, acerca de los ángeles, para no limitarnos a un aprendizaje de memoria, propio del Catecismo de Primera Comunión, y para no caer en las desviaciones del culto a los ángeles de la secta de la Nueva Era? Ante todo, debemos recordar que los ángeles son seres espirituales perfectos y puros que viven en un tiempo especial, llamado el aevum, un tiempo propio de las creaturas esprituales, caracterizado por participar, por un lado, de la eternidad de Dios, y por otro, de nuestro tiempo terreno: tienen un ala en la eternidad, y un ala en el tiempo. Constituyen una naturaleza superior a la nuestra, y sin embargo, Dios Trinidad demuestra más amor con cada niño que es bautizado, que con cada ángel creado: tanto el hombre como el ángel reciben la gracia, es decir, la participación en la vida de Dios Trinidad, pero uno y otro la reciben de forma distinta, y la forma en que la recibe un alma humana muestra un grado distinto de amor, cualtitativamente superior que el demostrado con los ángeles: por un lado, los ángeles fueron hechos partícipes de la naturaleza divina, pero Dios no se unió en Persona a una naturaleza angélica, sino que se unió personalmente a una naturaleza humana; por otro lado, los ángeles reciben esta gracia directamente de Dios, en forma gratuita, como a los hombres, pero a los ángeles Dios les concede la gracia sin pena ni sacrificio; no le costó nada ni a Dios ni a ellos mismos[1].
En cambio, la gracia de la filiación, que Dios nos concedió por misericordia, fue adquirida para nosotros con la más grande muestra de amor que nadie pueda jamás hacer por quien ama, y es el don de la vida divina en el sacrificio de la cruz: Dios nos concedió la gracia a costa de los sudores, de las lágrimas, de los sufrimientos, de la sangre y de la muerte de su Hijo[2].
A pesar de no haber recibido esta muestra particular de amor de predilección por parte de Dios Trinidad, los ángeles sin embargo se muestran mucho más agradecidos que nosotros, y adoran y aman con adoración y amor eternos al Ser divino de la Triunidad de Personas, en el cielo, en la Eucaristía, y en la Santa Misa. Miríadas de ángeles adoran al Hombre-Dios en el altar eucarístico, en el sacrificio del altar, y entre ellos se encuentran nuestros propios ángeles custodios. A nuestros ángeles custodios debemos pedirles la gracia de poder adorar la Presencia del Hombre-Dios Jesucristo en la Hostia consagrada, en el altar eucarístico, en la Santa Misa, como un anticipo de la adoración eterna en el cielo.
[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las maravillas de la gracia divina, Ediciones Desclée de Brower, Buenos Aires 1954, 351.
[2] Cfr. Scheeben, ibidem.

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