En una de sus apariciones, el Sagrado Corazón le muestra
a Santa Margarita María de Alacquoque precisamente su Corazón, al cual sostenía
entre sus manos y tenía las siguientes características, según la santa: el
Corazón era translúcido, estaba envuelto en llamas, estaba rodeado por una
corona de espinas, tenía una herida por la cual manaba sangre, en su vértice
sobresalía una cruz.
Analicemos brevemente cada
uno de estos elementos.
La transparencia del
Sagrado Corazón indica que Dios es puro, en todo sentido, ya Él es la Pureza
Increada; por lo tanto, nada manchado de impureza puede entrar en Él ni
sostenerse en su Presencia. La transparencia del Sagrado Corazón, semejante a
un cristal inmaculado, significa que Dios Uno y Trino es en Sí mismo la Pureza
Increada, la Verdad Increada, y por lo tanto, ni la impureza ni el error, ni la
mentira ni la herejía, pueden permanecer ni un instante ante Él. Quien desee
estar ante el Sagrado Corazón, quien desee poseer al Sagrado Corazón, debe ser
transparente, puro en cuerpo y alma, tal como lo es el Sagrado Corazón.
Las llamas que envuelven
al Sagrado Corazón representan al Espíritu Santo, el Divino Amor, que une al
Padre y al Hijo desde la eternidad; es el Espíritu de Amor que el Padre dona al
Hijo desde la eternidad y que el Hijo dona al Padre también desde la eternidad.
Quien quiera darse una idea de cómo es este horno ardiente de caridad, que
quema pero que no provoca dolor, sino un intenso ardor de amor y de felicidad,
imagine a los tres jóvenes que fueron arrojados al horno ardiente por
Nabucodonosor, los cuales, a pesar de estar inmersos en un horno de fuego, no
sufrieron quemazón ni ardor alguno, al estar protegidos por el Ángel de la
guarda. Si entramos en el Sagrado Corazón de Jesús, escucharemos el crepitar de
las llamas del Divino Amor, pero no seremos abrasados ni quemados por este
Fuego del Divino Amor, porque este Fuego Sagrado no solo no provoca dolor, sino
que hacer arder al alma en el santo ardor del Amor Divino.
Las espinas de la corona
que rodean al Sagrado Corazón no son simbólicas, sino reales y estas nos
corresponden a nosotros, porque somos nosotros los autores de dicha corona: son
nuestros los que se materializan en las espinas de la corona que rodea y
estrecha al Sagrado Corazón. Y decimos que no son simbólicas sino
lastimosamente reales, porque el Sagrado Corazón está vivo; esto significa que
a cada latida del Sagrado Corazón, que está compuesto por dos movimientos, uno
de contracción -sístole- y uno de relajación -diástole- el Sagrado Corazón
sufre dolores inenarrables por las espinas que son nuestros pecados
materializados: en la sístole, las espinas se retiran del músculo cardíaco,
provocándole un dolor desgarrador, como cuando se retira una espada que ha
atravesado un músculo; en la diástole, el Sagrado Corazón sufre un dolor
lacerante, como cuando la espada se introduce con su frío acero en el músculo,
atravesándolo de lado a lado, cortando sus fibras musculares, sus nervios y sus
vasos sanguíneos, provocándoles una profusa herida sangrante.
La cruz que está en la
cima del Sagrado Corazón significa que, para poder alcanzar al Sagrado Corazón,
para poder llegar al Sagrado Corazón, es necesario subir a la Santa Cruz de
Jesús, porque es allí donde se encuentra, de la misma manera a como un fruto
exquisito se encuentra entre las ramas de un árbol frondoso y para llegar a ese
fruto hay que subir al árbol, así sucede con el fruto exquisito del Sagrado
Corazón: se encuentra pendiente entre las ramas del Árbol de la Vida que es la
Santa Cruz de Jesús, el Único Árbol de la Vida y si queremos gozarnos de sus
dulzuras y delicias, pues debemos entonces subirnos al Árbol de la Vida, la
Santa Cruz de Jesús, para saborear las dulzuras sin igual del fruto exquisito
del Árbol de la Cruz, el Sagrado Corazón de Jesús. Y también, así como para
adquirir sabiduría, debemos estudiar con ahínco, para lograr la tan anhelada
sabiduría, así también debemos estudiar la Sabiduría de la Cruz, para lograr la
Sabiduría que nos proporciona el Sagrado Corazón de Jesús. Éstas son las
razones entonces por las que está la Santa Cruz de Jesús en el vértice del
Sagrado Corazón.
Por último, el Costado
traspasado del Corazón de Jesús, herida provocada por el frío y duro hierro
afilado que laceró el tierno músculo del Corazón del Redentor y por el cual
brotó “Sangre y Agua”, tal y como lo describe el Evangelio, significan que las
compuertas de los cielos eternos, cerradas hasta entonces por el pecado original
de Adán y Eva y que se transmite desde entonces de generación en generación,
ahora están abiertas, para derramar sobre los hombres un océano de gracias
infinitas de Misericordia Divina, en el cual los hombres pueden lavar sus
pecados para así ver borradas sus culpas en el Sacramento de la Penitencia y
pueden beber de la Sangre del Cordero, para así embriagarse con el Vino de la
Alianza Nueva y Eterna.