San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 14 de junio de 2024

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

 



En una de sus apariciones, el Sagrado Corazón le muestra a Santa Margarita María de Alacquoque precisamente su Corazón, al cual sostenía entre sus manos y tenía las siguientes características, según la santa: el Corazón era translúcido, estaba envuelto en llamas, estaba rodeado por una corona de espinas, tenía una herida por la cual manaba sangre, en su vértice sobresalía una cruz.

         Analicemos brevemente cada uno de estos elementos.

         La transparencia del Sagrado Corazón indica que Dios es puro, en todo sentido, ya Él es la Pureza Increada; por lo tanto, nada manchado de impureza puede entrar en Él ni sostenerse en su Presencia. La transparencia del Sagrado Corazón, semejante a un cristal inmaculado, significa que Dios Uno y Trino es en Sí mismo la Pureza Increada, la Verdad Increada, y por lo tanto, ni la impureza ni el error, ni la mentira ni la herejía, pueden permanecer ni un instante ante Él. Quien desee estar ante el Sagrado Corazón, quien desee poseer al Sagrado Corazón, debe ser transparente, puro en cuerpo y alma, tal como lo es el Sagrado Corazón.

         Las llamas que envuelven al Sagrado Corazón representan al Espíritu Santo, el Divino Amor, que une al Padre y al Hijo desde la eternidad; es el Espíritu de Amor que el Padre dona al Hijo desde la eternidad y que el Hijo dona al Padre también desde la eternidad. Quien quiera darse una idea de cómo es este horno ardiente de caridad, que quema pero que no provoca dolor, sino un intenso ardor de amor y de felicidad, imagine a los tres jóvenes que fueron arrojados al horno ardiente por Nabucodonosor, los cuales, a pesar de estar inmersos en un horno de fuego, no sufrieron quemazón ni ardor alguno, al estar protegidos por el Ángel de la guarda. Si entramos en el Sagrado Corazón de Jesús, escucharemos el crepitar de las llamas del Divino Amor, pero no seremos abrasados ni quemados por este Fuego del Divino Amor, porque este Fuego Sagrado no solo no provoca dolor, sino que hacer arder al alma en el santo ardor del Amor Divino.

         Las espinas de la corona que rodean al Sagrado Corazón no son simbólicas, sino reales y estas nos corresponden a nosotros, porque somos nosotros los autores de dicha corona: son nuestros los que se materializan en las espinas de la corona que rodea y estrecha al Sagrado Corazón. Y decimos que no son simbólicas sino lastimosamente reales, porque el Sagrado Corazón está vivo; esto significa que a cada latida del Sagrado Corazón, que está compuesto por dos movimientos, uno de contracción -sístole- y uno de relajación -diástole- el Sagrado Corazón sufre dolores inenarrables por las espinas que son nuestros pecados materializados: en la sístole, las espinas se retiran del músculo cardíaco, provocándole un dolor desgarrador, como cuando se retira una espada que ha atravesado un músculo; en la diástole, el Sagrado Corazón sufre un dolor lacerante, como cuando la espada se introduce con su frío acero en el músculo, atravesándolo de lado a lado, cortando sus fibras musculares, sus nervios y sus vasos sanguíneos, provocándoles una profusa herida sangrante.

         La cruz que está en la cima del Sagrado Corazón significa que, para poder alcanzar al Sagrado Corazón, para poder llegar al Sagrado Corazón, es necesario subir a la Santa Cruz de Jesús, porque es allí donde se encuentra, de la misma manera a como un fruto exquisito se encuentra entre las ramas de un árbol frondoso y para llegar a ese fruto hay que subir al árbol, así sucede con el fruto exquisito del Sagrado Corazón: se encuentra pendiente entre las ramas del Árbol de la Vida que es la Santa Cruz de Jesús, el Único Árbol de la Vida y si queremos gozarnos de sus dulzuras y delicias, pues debemos entonces subirnos al Árbol de la Vida, la Santa Cruz de Jesús, para saborear las dulzuras sin igual del fruto exquisito del Árbol de la Cruz, el Sagrado Corazón de Jesús. Y también, así como para adquirir sabiduría, debemos estudiar con ahínco, para lograr la tan anhelada sabiduría, así también debemos estudiar la Sabiduría de la Cruz, para lograr la Sabiduría que nos proporciona el Sagrado Corazón de Jesús. Éstas son las razones entonces por las que está la Santa Cruz de Jesús en el vértice del Sagrado Corazón.

         Por último, el Costado traspasado del Corazón de Jesús, herida provocada por el frío y duro hierro afilado que laceró el tierno músculo del Corazón del Redentor y por el cual brotó “Sangre y Agua”, tal y como lo describe el Evangelio, significan que las compuertas de los cielos eternos, cerradas hasta entonces por el pecado original de Adán y Eva y que se transmite desde entonces de generación en generación, ahora están abiertas, para derramar sobre los hombres un océano de gracias infinitas de Misericordia Divina, en el cual los hombres pueden lavar sus pecados para así ver borradas sus culpas en el Sacramento de la Penitencia y pueden beber de la Sangre del Cordero, para así embriagarse con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.


jueves, 13 de junio de 2024

San Antonio de Padua, presbítero y Doctor de la Iglesia

 


San Antonio de Padua, presbítero y Doctor de la Iglesia, en uno de sus sermones, habla acerca del “don de lenguas”[1]. Ahora bien, contrariamente a lo que se pueda pensar en primera instancia, cuando San Antonio habla de “don de lenguas”, no se refiere a hablar en un lenguaje incomprensible para los demás o para uno mismo; no se refiere a hablar en un idioma del cual uno nunca ha hablado y que por inspiración del Espíritu Santo ahora lo está hablando. San Antonio de Padua, cuando habla de “don de lenguas”, habla de otra cosa muy distinta, habla de las obras de misericordia, que deben acompañar a la prédica de la Palabra de Dios, de manera tal que para el santo la Palabra de Dios tiene fuerza cuando va acompañada de las obras de misericordia[2].

Dice así San Antonio de Padua: “El que está lleno del Espíritu Santo habla diversas lenguas. Estas diversas lenguas son los diversos testimonios que da de Cristo, como por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia y la obediencia, que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden verlas reflejadas en nuestra conducta. La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras, y por esto el Señor nos maldice como maldijo aquella higuera en la que no halló fruto, sino hojas tan sólo”. Entonces, para San Antonio, el que obra obras buenas -humildad, pobreza, paciencia, obediencia- son “palabras” dictadas por el Espíritu Santo, con las cuales el alma “habla” a los demás a través de su conducta, a través de su obrar; muchas veces, dice el santo, hablamos mucho, de Dios, del Evangelio, de la Iglesia, pero estamos vacíos de obras buenas y esto es causa de maldición divina, así como Jesús maldijo a la higuera, llena de hojas pero sin frutos. El cristiano que habla mucho pero no tiene obras es como esa higuera, frondosa pero sin frutos. Luego San Antonio cita a San Gregorio: “La norma del predicador -dice san Gregorio- es poner por obra lo que predica”. Y luego continúa: “En vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana el que la contradice con sus obras. Pero los apóstoles hablaban según les hacía expresarse el Espíritu Santo. ¡Dichoso el que habla según le hace expresarse el Espíritu Santo y no según su propio sentir! Porque hay algunos que hablan movidos por su propio espíritu, roban las palabras de los demás y las proponen como suyas, atribuyéndolas a sí mismos. De estos tales y de otros semejantes dice el Señor por boca de Jeremías: Aquí estoy yo contra los profetas que se roban mis palabras uno a otro. Aquí estoy yo contra los profetas -oráculo del Señor- que manejan la lengua para echar oráculos. Aquí estoy yo contra los profetas de sueños falsos -oráculo del Señor-, que los cuentan para extraviar a mi pueblo, con sus embustes y jactancias. Yo no los mandé ni los envié, por eso son inútiles a mi pueblo -oráculo del Señor”-. San Antonio hace una comparación entre los Apóstoles, que hablaban -es decir, hacían obras buenas, obras de misericordia- según les dictaba el Espíritu Santo, y muchos cristianos, entre los que debemos procurar no contarnos nosotros, que hablan -hacen obras- no según el Espíritu Santo, sino según su propia vanagloria, o peor aún, “roban las obras de los demás” y se las atribuyen a sí mismos; contra estos tales advierte el Señor por medio del profeta Jeremías, porque de Dios nadie se burla.

Por último, finaliza San Antonio de Padua animándonos a dejarnos guiar por el Espíritu Santo, para que hablemos -es decir, hagamos obras- según el querer de Dios y no según nuestro propio querer, para que actuemos movidos por su gracia y no por nuestra propia voluntad, para que el Espíritu Santo nos conceda el don de la contrición, del arrepentimiento perfecto de nuestros pecados, de manera tal que, hablando con las obras dictadas por el Espíritu Santo aquí en la tierra, seamos considerados dignos de contemplar a la Trinidad y al Cordero en los cielos por toda la eternidad. Dice así el santo: “Hablemos, pues, según nos haga expresarnos el Espíritu Santo, pidiéndole con humildad y devoción que infunda en nosotros su gracia, para que completemos el significado quincuagenario del día de Pentecostés, mediante el perfeccionamiento de nuestros cinco sentidos y la observancia de los diez mandamientos, y para que nos llenemos de la ráfaga de viento de la contrición, de manera que, encendidos e iluminados por los sagrados esplendores, podamos llegar a la contemplación del Dios Uno y Trino”.



[1] Cfr. De los Sermones de san Antonio de Padua, presbítero
(I, 226).