San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 25 de julio de 2023

Santos Joaquín y Ana

 



Vida de santidad. Memoria de san Joaquín y santa Ana, padres de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, cuyos nombres se conservaron gracias a la tradición de los cristianos[1]. San Joaquín (Yahvé prepara) fue el padre de la Virgen María, Madre de Dios. Según la tradición, basándose en testimonios antiquísimos y muy tempranamente, saludó a los santos esposos Joaquín y Ana como padre y madre de la Madre de Dios.

Es tradición que los padres de Santa María, que aparentemente vivieron primero en Galilea, se instalaron después en Jerusalén; donde nació y creció Nuestra Señora; allí también murieron y fueron enterrados[2].

El Protoevangelio aporta la siguiente relación: en Nazaret vivía una pareja rica y piadosa, Joaquín y Ana. No tenían hijos. Cuando con ocasión de cierto día festivo Joaquín se presentó a ofrecer un sacrificio en el templo, fue arrojado de él por un tal Rubén, porque los varones sin descendencia eran indignos de ser admitidos. Joaquín entonces, transido de dolor, no regresó a su casa, sino que se dirigió a las montañas para manifestar su sentimiento a Dios en soledad. También Ana, puesta ya al tanto de la prolongada ausencia de su marido, dirigió lastimeras súplicas a Dios para que le levantara la maldición de la esterilidad, prometiendo dedicar el hijo a su servicio.

Sus plegarias fueron oídas; un ángel se presentó ante Ana y le dijo: “Ana, el Señor ha visto tus lágrimas; concebirás y darás a luz, y el fruto de tu seno será bendecido por todo el mundo”. El ángel hizo la misma promesa a Joaquín, que volvió al lado de su esposa. Ana dio a luz una hija, a la que llamó Miriam.

Joaquín y Ana -considerados santos patronos de los abuelos- fueron personas de profunda fe y confianza en las promesas de Dios. Ambos educaron a la Virgen María en la fe del Pueblo de Israel, alimentando en Ella el amor hacia el Creador y preparándola para su misión[3].

Mensaje de santidad.

El Papa Emérito Benedicto XVI, un día como hoy del año 2009, resaltaba -a través de las figuras de San Joaquín y Santa Ana- la importancia del rol educativo de los abuelos dentro de la familia, y no solo del rol educativo en lo referente a la familia humana -el respeto, la bondad, la servicialidad, la obediencia-, sino ante todo el rol de transmisores de la fe en Cristo Jesús; podemos decir entonces que los abuelos, junto con los padres, son los primeros catequistas de los niños de la famlia. El Papa decía que los abuelos “son depositarios y con frecuencia testimonio de los valores fundamentales de la vida”, pero también de la vida cristiana, es decir, son quienes enseñan a los niños los rudimentos de la fe.

Pero hay algo más en el mensaje de santidad que nos dejan Santa Ana y San Joaquín y es en la inmensidad infinita del Amor de Dios, que se refleja y manifiesta en el don que Dios les hizo, al concederles una niña, que no solo les quitó la vergüenza que para ese tiempo era no tener hijos, sino que les concedió una Niña Santa, una Niña que era toda Pureza, una Niña que era toda Inmaculada, una Niña que años más tarde habría de engendrar al Salvador del mundo, Cristo Jesús; una Niña a quien Dios la amaría más que a todos los ángeles y santos juntos, la Virgen María; una Niña que habría de aplastarle la cabeza al Monstruo del Infierno, Satanás. Joaquín y Ana, como eran justos y santos, agradecieron a Dios el haber escuchado sus oraciones y el haber obtenido, a pesar de sus avanzadas edades, una niña. Pero nunca imaginarían que la Bondad, el Poder y la Sabiduría de Dios les concedería una Niña Pura, Santa e Inmaculada, destinada a ser la Madre de Dios, la Virgen María, la Corredentora de los hombres.

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