San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 21 de enero de 2021

Santa Inés, virgen y mártir

 



          Vida de santidad.

          Murió mártir en Roma en la segunda mitad del siglo III o, más probablemente, a principios del IV. El papa Dámaso honró su sepulcro con un poema, y muchos Padres de la Iglesia, a partir de san Ambrosio, le dedicaron alabanzas[1].

          Mensaje de santidad.

          El mensaje de santidad de Santa Inés lo resume muy sabiamente San Ambrosio: “En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del martirio”[2]. Es decir, Santa Inés obtuvo una doble corona de gloria: la de la castidad y la del martirio. La de la castidad, porque se rehusó a amar a nadie más que no fuera Nuestro Señor Jesucristo, despreciando todo tipo de belleza humana o creatural, según sus propias palabras: “Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe? Perezca el cuerpo que puede ser amado con unos ojos a los que yo no quiero”[3]. Santa Inés declara que, aun a costa de la propia vida terrena, no quiere mancillar su cuerpo con amores humanos, porque ella ya sabe, al ser iluminada por el Espíritu Santo, que estos amores son efímeros y pasajeros, mientras que el Amor del Sagrado Corazón es un Amor eterno, divino, celestial, sobrenatural, que permanece para siempre. La otra corona de gloria que obtiene Santa Inés es la corona del martirio, porque muere por el hecho de negarse a rechazar la fe católica en Cristo, que no es la fe de las otras religiones, como, por ejemplo, la protestante: Santa Inés dio su vida por el Cristo católico, el Cristo del Credo de Constantinopla, el Cristo de Nicea, es decir, el Cristo Dios, el Hombre-Dios, el Hijo de Dios encarnado, que prolonga y continúa su Encarnación en la Eucaristía.

          Por estas razones, Santa Inés es ejemplo para los jóvenes cristianos de nuestros días, porque muestra el camino para ir al Cielo: la pureza del cuerpo -es mártir de la castidad- y la pureza de la fe -es mártir por dar testimonio del Cristo católico, no del cristo de la Nueva Era-. En estos tiempos de densa oscuridad espiritual, en estos tiempos que pueden ser llamados “la hora de las tinieblas”, en el que las tinieblas parecen haber triunfado por sobre la luz, Santa Inés resplandece con el esplendor de la luz de la gloria de Cristo e ilumina el camino desde esta vida al Cielo, objetivo y meta de toda alma humana.



[2] Tratado sobre las vírgenes, Libro 1, cap. 2. 5. 7-9: PL 16 [edición 1845], 189-191.

[3] Cfr. ibidem.

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