San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

domingo, 27 de septiembre de 2020

San Jerónimo

 


          Vida de santidad[1].

          Eusebio Hierónimo, también llamado San Jerónimo de Estridón; Estridón, actual Croacia, hacia 374 - Belén, 420. Padre y doctor de la Iglesia especialmente recordado como autor de la Vulgata, una célebre traducción al latín de las Sagradas Escrituras destinada a tener una amplísima difusión más allá incluso de la Edad Media. Combatió las herejías de Orígenes y Pelagio, y mantuvo también una extensa correspondencia en la que defendió los ideales de la vida ascética.

          Mensaje de santidad[2].

          Además de su vida de santidad, su mensaje de santidad se encuentra en algunos de sus dichos, referidos a la Sagrada Escritura. Por ejemplo: “Ignorar la Escritura es ignorar a Cristo”, es decir, quien no lee las Escrituras, no conoce al Hombre-Dios Jesucristo.

Otra frase de San Jerónimo: “¿Cómo es posible vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través de las cuales se aprende a conocer al mismo Cristo, que es la vida de los creyentes?”. Muchos se creen y son doctos en las ciencias del mundo, pero quien desconoce a las ciencias por antonomasia, que son las Escrituras, que nos hablan de Cristo, en realidad no conocen nada, aunque hayan leído todos los libros del mundo.

San Jerónimo nos da un criterio para nuestra unidad en la Iglesia: debemos estar con aquellos que estén unidos a la Cátedra de Pedro: “Estoy con quien esté unido a la Cátedra de san Pedro”; “Yo sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia”.

San Jerónimo afirma que la Biblia, que es instrumento “con el que cada día Dios habla a los fieles, se convierte de este modo en estímulo y manantial de la vida cristiana para todas las situaciones y para toda persona”.

Para San Jerónimo: leer la Escritura es conversar con Dios: “Si rezas -escribe a una joven noble de Roma- hablas con el Esposo; si lees, es Él quien te habla”.

San Jerónimo da también criterios para interpretar en sentido católico la Biblia: “Un criterio metodológico fundamental en la interpretación de las Escrituras era la sintonía con el magisterio de la Iglesia”. Es decir, si alguien se atreve a interpretar las Escrituras fuera del Magisterio de la Iglesia, a ese tal no hay que escucharlo.

Para leer las Sagradas Escrituras, debemos recurrir no a la luz de nuestra sola razón, sino a la luz del Espíritu Santo: “Por nosotros mismos nunca podemos leer la Escritura. Encontramos demasiadas puertas cerradas y caemos en errores. La Biblia fue escrita por el Pueblo de Dios y para el Pueblo de Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo”.

Para él, una auténtica interpretación de la Biblia tenía que estar “siempre en armonía con la fe de la Iglesia católica”. Por eso, si alguna interpretación de la Biblia se aleja de la fe católica, entonces no hay que seguir esa interpretación.

La lectura de la Escritura lleva al alma a entregarse a los demás por medio de las obras de misericordia, es decir, la lectura de la Escritura no queda nunca en mera lectura, sino que se traduce en amor misericordioso: es necesario “vestir a Cristo en los pobres, visitarle en los que sufren, darle de comer en los hambrientos, cobijarle en los que no tienen un techo”.

Para San Jerónimo, la Palabra de Dios “indica al hombre las sendas de la vida, y le revela los secretos de la santidad”. En otras palabras, sin las Sagradas Escrituras, el hombre está perdido, porque no sabe qué rumbo tomar ni adónde dirigir sus pasos para conseguir la vida eterna.

Por último, podemos parafrasear a San Jerónimo, que dice: "Desconocer las Escrituras -la Palabra de Dios- es desconocer a Cristo"; entonces, nosotros podemos decir: "Desconocer la Eucaristía es desconocer a Cristo, porque Cristo es la Palabra de Dios encarnada, oculta en apariencia de pan y vino".

 

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