San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 14 de marzo de 2018

Dios Padre participa a San José su paternidad en la tierra



         En su proyecto de salvación del género humano, caído por la desgracia del pecado original bajo el dominio del Demonio, la muerte y el pecado y habiendo ya creado a Aquella que sería la Madre de Dios Hijo encarnado, Dios Padre necesitaba, en la tierra, a alguien que, participando de su divina paternidad, ejerciera la paternidad en la tierra. Dios Padre necesitaba un varón íntegro, santo, casto, puro, que amara a su Hijo Dios como si fuera su propio hijo y que lo adorara al mismo tiempo como a su Dios que era. Un varón que amara con amor casto y puro a su Esposa meramente legal en la tierra, porque la Madre de Dios no habría de concebir por obra humana, sino por obra del Espíritu Santo. Un varón que, amando a la Sagrada Familia, se desviviera por trabajar para ella y la custodiara de los peligros que la acechaban. Un varón que amara con amor casto a su Esposa legal, que adorara a Dios Hijo encarnado, a Quien habría de adoptar y amar como Hijo propio; un varón que hiciera frente a los peligros a los que la Sagrada Familia habría de enfrentarse, como la persecución de Herodes en su intento por asesinar al Rey de reyes y Señor de señores, su Hijo adoptivo, Cristo Jesús; un varón que enseñara a su Hijo adoptivo que era Dios Hijo encarnado, el oficio de carpintero, como para que el Niño se familiarizara con el leño de la cruz, en la que un día habría de ofrendar su vida divina por la salvación de los hombres.
Dios Padre necesitaba un varón ejemplar, como nunca antes había conocido el mundo, para hacerlo partícipe de su divina paternidad en la tierra; un varón que, siendo hombre, se hiciera partícipe y ejerciera, en la historia y en el tiempo, de su paternidad celestial. En otras palabras, Dios Padre necesitaba un varón que en la tierra hiciera las veces de Dios Padre para que Dios Hijo encontrara en este padre adoptivo todo el amor paterno que del Padre había recibido desde la eternidad.
Y Dios Padre encontró este varón, tal como lo necesitaba, en San José: puro, casto, humilde, trabajador, sacrificado, adorador de su propio Hijo Dios, a la vez que dulce padre adoptivo terreno. Por su santidad, por su humildad, por su castidad y por su amor a Dios, San José fue el elegido por Dios Padre para ser partícipe de la divina paternidad. Y así como Jesús, Dios Hijo encarnado, encontró en María Santísima el mismo Amor con el que Dios Padre lo amaba desde la eternidad, porque la Virgen estaba inhabitada por el Espíritu Santo, así también Dios Hijo encontró a ese mismo Amor, el Espíritu Santo, en San José, el mismo Amor con el que el Padre lo amaba desde la eternidad.
Cumpliendo la voluntad de Dios, San José fue hijo excelente, porque cumplió a la perfección la obra encomendada por Dios Padre; fue padre excelente, porque cumplió a la perfección su rol de padre adoptivo de Dios Hijo encarnado; fue esposo excelente, porque cumplió a la perfección su rol de esposo meramente legal, casto y puro, para con María Santísima, Virgen y Madre de Dios.
Por estos motivos, San José es ejemplo inigualable para todo hijo, padre y esposo cristiano que quiera santificarse cumpliendo la voluntad de Dios en la tierra.

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