San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 29 de abril de 2015

Santa Catalina de Siena y su matrimonio místico con Jesús


En 1366, Santa Catalina experimentó lo que se denomina un “matrimonio místico” con Jesús. Cuando ella estaba orando en su habitación, se le apareció Cristo en una visión, acompañado por su Madre, la Virgen y un cortejo celestial[1]. Tomando la mano de Santa Catalina, Nuestra Señora la llevó hasta Cristo, quien le colocó un anillo y la desposó consigo, manifestando que en ese momento ella estaba sustentada por una fe que podría superar todas las tentaciones. Para Catalina, el anillo estaba siempre visible, aunque era invisible para los demás.
De este episodio sucedido a Santa Catalina, surgen varias preguntas: ¿cuál es su significado último? ¿Este “matrimonio místico” de Santa Catalina estaba reservada solo para ella? ¿O es posible también que otras almas lo experimenten?
Las respuestas nos las dan autores renombrados, quienes sostienen que estos matrimonios místicos, como el acontecido entre Santa Catalina y Jesús, no es exclusivo de Santa Catalina, sino que está reservado para toda alma, pues el significado último que se quiere representar mediante la figura de una unión esponsal, es el matrimonio del alma con Dios, adquirido por medio de la gracia[2].
Al aparecérsele Jesús a Santa Catalina y desposarla, quería significar el amor que Dios tiene por el alma, que es como el amor del esposo por la esposa. Por esto mismo vemos que este matrimonio místico no está reservado solo a Santa Catalina, sino que está destinado a toda alma en gracia, porque por la gracia el alma se convierte en esposa de Dios, con un vínculo más estrecho que el que se produce en el matrimonio humano[3]. En la unión esponsal que se da entre el alma y Dios, el vínculo conyugal que se establece en el Amor de Dios, es infinitamente más profundo y grandioso que el vínculo establecido entre los esposos terrenos, porque si lo que causa el matrimonio es que dos estén en una sola carne -como dice la Escritura, que el esposo, por amor de su esposa, “dejará a su padre y a su madre y se llegará a su mujer y será con ella una sola carne” (cfr. Gn 2, 24)-, lo que causa la gracia es que estén dos –el alma y Dios- en un espíritu[4], el Espíritu de Dios, el Amor. En otras palabras, si lo que constituye el matrimonio entre los esposos terrenos es el hecho de formar, por el amor esponsal que se profesan, “una sola carne”, por la gracia se establece el matrimonio místico y sobrenatural entre el alma y Dios, que los une en el Amor Divino, el Espíritu Santo.
Para poder darnos al menos una pálida idea acerca de la grandeza inconcebible que significa para el alma esta unión esponsal con Dios por medio de la gracia, imaginemos lo siguiente: consideremos que un poderoso rey, un monarca soberano, se enamora perdidamente de una labradora del campo, de entre las más pobres y olvidadas, la elige por esposa, la ensalza y la eleva al trono, la hace partícipe de todos sus bienes y, lo que es más importante, le declara su amor, no solo diciéndole, sino demostrándole, con todas estas pruebas de amor, que la ama más que a su propia vida[5]. Consideremos que esta labradora, habiendo correspondido en un primer momento al amor del monarca, le fuera sin embargo, tiempo más tarde, infiel, no solo cometiendo adulterio, sino pidiendo directamente el divorcio al rey que tanto la había amado, regresando a una condición peor a la que se encontraba anteriormente. ¿No sería esto, de parte de esta doncella, una gran traición y una villanía? Pues bien, esto es lo que sucede cuando el alma, luego de haber recibido la gracia santificante –y por lo tanto, haber sido elevada a la suprema majestad de esposa de Dios-, decide, libremente, abandonar a Dios por el pecado, despojándose así de la gracia y retornando a una vida oscura y siniestra, en la que las pasiones más bajas la dominan por completo.
Como vemos, el matrimonio místico de Santa Catalina de Siena, no está reservado a grandes santos y místicos como Santa Catalina; sin apariciones sensibles y sin grandes manifestaciones místicas, es sin embargo un grandísimo don que el Amor de Dios destina a todas las almas, por medio de la gracia santificante: basta que el alma esté en gracia, para que sea elevada al grado de unión esponsal mística con Dios, en el Espíritu Santo. Teniendo en cuenta esto, debemos pedir a Santa Catalina de Siena la gracia de la fidelidad al amor esponsal de Jesucristo -manifestado para con nosotros en el don de su gracia santificante, conseguido al precio altísimo de su Sangre derramada en el sacrificio de la cruz-, de manera tal de no solo nunca jamás traicionar a este amor esponsal, sino de serle cada día más fieles en el Amor.




[1] http://www.aleteia.org/es/religion/contenido-agregado/hoy-celebramos-a-santa-catalina-de-siena-5276652636471296
[2] Cfr. P. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, 232.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.

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