San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 7 de diciembre de 2018

Santa Lucía y su amor a la pobreza de la Cruz



         Santa Lucía, que nació en el siglo  d. C., pertenecía a una familia noble, de muy buena posición económica[1]. Su padre murió siendo ella muy pequeña por lo que, al ser hija única, se convertía en la única heredera de la fortuna familiar. En un primer momento, su madre quiso convencerla de que contrajera matrimonio con un joven pagano, pero la santa “dijo a su madre que deseaba consagrarse a Dios y repartir su fortuna entre los pobres”[2]. Su madre, luego de haber sido curada milagrosamente gracias a los ruegos de Santa Lucía, y llena de gratitud por el favor del cielo, le dio permiso para que cumpliera los designios de Dios sobre ella, esto es, que no contrajera matrimonio, sino que consagrara su virginidad a Dios y entregara sus bienes a los pobres. Esto ocasionó que el pretendiente de Lucía se indignara profundamente y delatara a la santa como cristiana ante el pro-cónsul Pascasio, en momentos en que la persecución de Diocleciano estaba entonces en todo su furor. Fue así que la santa fue detenida, sometida a torturas para que renegase de la fe de Cristo y, al no conseguirlo sus verdugos, la martirizaron.
         Al desprenderse de los bienes materiales heredados de su familia en favor de los pobres, Santa Lucía nos da ejemplo de amor a la pobreza. Ahora bien, nos tenemos que preguntar de qué pobreza se trata y porqué Santa Lucía elige la pobreza. Ante todo, no se trata de una pobreza que se limite solamente a la pobreza y no es algo que surja de ella como virtud propia; tampoco se trata de que Santa Lucía se consideraba como parte de una clase rica y dominante y que al repartir sus bienes, lo que buscaba era hacer justicia social, dando de sus bienes a los más pobres materialmente. No se trata de esta concepción de la pobreza, puesto que esta concepción es una concepción marxista y anti-cristiana, propia de la Teología de la Liberación, que es anti-cristiana al dividir a los hombres en buenos por ser pobres y en ricos por ser malos. No es esta la pobreza de Santa Lucía. Santa Lucía reparte sus bienes a los pobres y se queda ella misma en la pobreza, pero no para hacer una pretendida y falsa “justicia social”, sino porque su pobreza era una participación a la pobreza de la Cruz de Cristo. Es decir, Santa Lucía se hace pobre voluntariamente porque Cristo, que era rico siendo Dios, poseyendo la riqueza de la divinidad, se hace pobre al encarnarse, al asumir nuestra naturaleza humana, para enriquecernos con su divinidad. Además, la pobreza de Santa Lucía es una participación a la pobreza de la Cruz de Cristo: en efecto, en la Cruz, Jesús se despoja de todo lo material y conserva sólo aquello que lo conducirá al Cielo y aun así, todo lo material que posee, es don de su Madre y de su Padre del Cielo: el velo con el que cubre su Humanidad es el velo que le da su Madre, la Virgen; los clavos que sujetan sus manos y sus pies; la corona de espinas que ciñe su cabeza; el cartel que indica que es Rey de los judíos y hasta el madero mismo de la Cruz, son todos bienes materiales que le han sido prestados por Dios para que con ellos lleve a cabo la obra de la Redención de la humanidad. Es de esta pobreza de la Cruz de la cual participa Santa Lucía: ella se vuelve pobre pero no para combatir a los ricos y hacer ricos a los pobres repartiendo su pobreza, ya que esto es simplemente socialismo anti-cristiano: Santa Lucía da sus bienes a los pobres y se vuelve pobre para imitar y participar de la pobreza de la Cruz de Jesús. Al hacer esto, Santa Lucía se vuelve rica, porque adquiere la riqueza de la gracia del martirio, que le permite dar su vida por la salvación de los hombres, en unión con el sacrificio de Jesús. Santa Lucía se empobrece materialmente, pero adquiere la riqueza del Cielo, la salvación eterna. Es esta la verdadera pobreza cristiana, la que se despoja de los bienes materiales para enriquecer a los demás, pero no con los bienes materiales en sí, sino con la riqueza de la caridad y del amor de Cristo. Al recordar a Santa Lucía, le pidamos que interceda para que seamos capaces de amar a la verdadera pobreza, la pobreza de Cristo, que es la pobreza de la Cruz, la pobreza que nos hace pobres materialmente, pero nos enriquece con la gracia y el amor de Cristo Jesús.

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