San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 31 de octubre de 2018

Participar de la Misa y adorar la Eucaristía es el equivalente para nosotros a la visión beatífica de Todos los Santos



         Los Santos se caracterizaron en esta vida terrena por permanecer unidos a Cristo por medio de la gracia. Si alguno en algún momento perdió la gracia, la recuperó prontamente por la Confesión Sacramental, para luego conservarla y acrecentarla cada vez más por medio de la fe, el amor, las obras de caridad y el acceso a los Sacramentos, ante todo la Eucaristía y la Confesión. En ese sentido, son un modelo para nuestra vida cristiana aquí en la tierra, porque ellos nos enseñan, con sus vidas de santidad, que lo único que realmente importa en esta vida terrena es permanecer unidos a Cristo y a su Santa Iglesia y que nada más importa que la salvación del alma. Como dice Santa Teresa de Ávila, “el que se salva, sabe y el que no, no sabe nada”. Los santos, con sus vidas ejemplares y luminosas por la santidad, son luces celestiales que iluminan nuestros pasos en las “tinieblas y sombras de muerte” en las que estamos envueltos en la historia humana.
         Y puesto que los santos vivieron en gracia, también murieron en estado de gracia y ésa es la razón por la cual ahora, en la eternidad, viven en la gloria del Reino de Dios. La gracia en la vida terrena se convirtió en la gloria en la vida eterna y la unión con Cristo por la gracia, la fe y el amor, se convirtió en unión con la divinidad por participación en la visión beatífica. En otras palabras, los santos vivieron en esta vida terrena unidos a Cristo, por medio de  la gracia de los sacramentos, por la y por el amor y ahora, en la eternidad, viven unidos para siempre a Cristo Dios, participando de su naturaleza divina mediante la visión beatífica. Los Santos en el cielo contemplan, adoran y alaban al Cordero de Dios, por los siglos sin fin, siendo sus almas colmadas por la gloria divina, la luz, el amor y la alegría que brotan del Cordero.
         Los Santos forman la Iglesia Triunfante, la que por la gracia del Cordero ha triunfado sobre el Demonio, el Pecado y la Muerte, y ahora viven en Dios Trino, en la gloria de Dios, participando de la Vida divina que brota del Ser divino trinitario y en esto consiste su máxima alegría y gozo, que durará por toda la eternidad. Nosotros, que vivimos en la tierra y en el tiempo y que todavía no hemos atravesado el umbral de la muerte, formamos la Iglesia Militante o Peregrina y en consecuencia, no podemos contemplar al Cordero “cara a cara”, como lo hacen los Santos en el cielo. Pero aun así, tenemos la oportunidad de unirnos a los Santos del cielo en su adoración al Cordero, por medio de la Santa Misa y de la Adoración Eucarística. Para nosotros, participar de la Santa Misa y hacer Adoración Eucarística, es el equivalente a la visión beatífica de la que gozan los Santos, porque en la Eucaristía adoramos al mismo y Único Cordero de Dios, que es la Lámpara de la Jerusalén celestial. La única diferencia es que estamos en esta vida terrena y no podemos contemplar con los ojos corporales al Cordero, pero si asistimos a la Santa Misa y si hacemos Adoración Eucarística, estamos delante del Cordero y recibimos de Él su gracia, su paz, su luz y su vida divina, al igual que los Santos reciben todo esto del Cordero en los cielos. Entonces, participar de la Santa Misa –y mucho más, comulgar en gracia- y hacer Adoración Eucarística es para nosotros, que vivimos en la tierra, como estar en forma anticipada en el Cielo, porque nos encontramos frente al Cordero de Dios, así como los Santos están frente al Cordero, adorándolo, por siglos sin fin.
         No nos acordemos de los Santos sólo un día al año: acordémonos de ellos todos los días del año y sobre todo, les pidamos para que intercedan por nosotros, que vivimos en este “valle de lágrimas”, para que al igual que ellos, seamos capaces de vivir y morir en gracia, para adorar al Cordero por la eternidad.

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