Martirio de San Pelayo
(Juan Soreda)
Por alguna de esas “misteriosas casualidades” la celebración
de las fiestas del “orgullo gay” suele coincidir con el santo que celebramos
hoy, San Pelayo de Córdoba. En el martirio de San Pelayo confluyen, ya hace más
de 1.000 años, la resistencia ante el invasor musulmán, que ofrece el reino a
cambio de renunciar a Cristo, y la locura de la atracción homosexual de un
varón adulto hacia un niño.
¿Quién
fue San Pelayo?
San
Pelayo de Córdoba nació en Galicia en el siglo X y era sobrino del obispo
Hermogio de Tuy, que fue hecho prisionero en la batalla de Val de Junquera
entre los reyes cristianos y Abderramán III en el año 920. Pelayo acabó siendo
prisionero del rey musulmán al cambiarse por su tío, que quedó en libertad. Durante
tres años y medio, Pelayo permaneció como prisionero de Abderramán III. Sus
compañeros de cautiverio cuentan que su comportamiento era “casto, sobrio,
apacible, prudente, atento a orar, asiduo a su lectura”. Solía discutir también
con los musulmanes sobre temas religiosos y pudo vivir en paz en prisión hasta
que Abderramán III se encaprichó de él. Durante un banquete, Abderramán III
prometió concederle todos los honores si apostataba y se convertía en uno de
sus mancebos. Las crónicas narran la conversación que tuvo lugar en ese momento
de esta manera:
“Abderramán
le dijo sin titubeos: -“Niño, te elevaré
a los honores de un alto cargo, si quieres negar a Cristo y afirmar que nuestro
profeta es auténtico. ¿No ves cuántos reinos tengo? Además te daré una gran
cantidad de oro y plata, los mejores vestidos y adornos que precises. Recibirás,
si aceptas, el que tú eligieres entre estos jovencitos, a fin de que te sirva a
tu gusto, según tus principios. Y encima te ofreceré pandillas para habitar con
ellas, caballos para montar, placeres para disfrutar. Por otra parte, sacaré
también de la cárcel a cuantos desees, e incluso otorgaré honores
inconmensurables a tus padres si tú quieres que estén en este país”.
Pelayo
respondió decidido: –“Lo que prometes, emir, nada vale, y no negaré a Cristo;
soy cristiano, lo he sido y lo seré, pues todo eso tiene fin y pasa a su
tiempo; en cambio, Cristo, al que adoro, no puede tener fin, ya que tampoco
tiene principio alguno, dado que Él personalmente es el que con el Padre y el
Espíritu Santo permanece como único Dios, quien nos hizo de la nada y con su
poder omnipotente nos conserva”.
Abderramán
III no obstante, más enardecido, pretendió cierto acercamiento físico,
tocándole el borde de la túnica, a lo que Pelayo reaccionó airado:–“Retírate,
perro, dice Pelayo. ¿Es que piensas que soy como los tuyos, un afeminado?, y al
punto desgarró las ropas que llevaba vestidas y se hizo fuerte en la palestra,
prefiriendo morir honrosamente por Cristo a vivir de modo vergonzoso con el
diablo y mancillarse con los vicios”.
Abderramán
III no perdió por ello las esperanzas de seducir al niño y ordenó a los
jovencitos de su corte que lo adularan, a ver, si, apostatando se rendía a
tantas grandezas prometidas. Pero él se mantuvo firme y permaneció sin temor
proclamando que sólo existe Cristo y afirmando que por siempre obedecería sus
mandatos.
Abderramán
ordenó entonces que lo torturaran y despedazaran, y echaran los pedazos al río.
Era
el 26 de junio del 963.
Mensaje de santidad.
San
Pelayo tiene el gran privilegio de haber dado su vida defendiendo su fe en
Cristo, además de la pureza del cuerpo precisamente por la fe en Cristo. No se concibe
la pureza de la fe, que es el amor casto a la Verdad Pura de Dios que es
Jesucristo, sin la pureza del cuerpo, que es el amor casto corporal que se
abstiene de amores y placeres carnales por amor a Jesucristo, la Verdad
Encarnada. San Pelayo murió dando testimonio por ambas purezas y es por eso que
hoy está no solo en los altares, sino en el cielo, al resistir la tentación de
abandonara la fe para corromper su alma sirviendo a un falso dios, Alá, y por
no ceder a las propuestas inmorales y lascivas de un hombre abandonado a sus
pasiones, el jeque musulmán. San Pelayo es ejemplo actualísimo no solo para los
jóvenes de hoy, sino para los católicos de todos los tiempos, sobre todo los
que, desde hace tiempo, han abandonado el ideal de santidad de la pureza y castidad
sobrenaturales del cuerpo y del alma.
[1] Para la Vida de santidad, el
párrafo está tomado en su totalidad de Gabriel Ariza Rossy, cit. http://religionlavozlibre.blogspot.com/2018/07/el-orgullo-gay-san-pelayo-y-el-emir.html
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