Antes de que Jesús se apareciera a Santa Margarita María de Alacquoque
para dar a conocer la devoción al Sagrado Corazón, Él ya se había aparecido a
otros santos, también como el Sagrado Corazón.
Por ejemplo, se le apareció como el Sagrado Corazón a Santa
Lutgardis de Aywières, quien nació en el siglo XII. Una vez que ingresó en un
monasterio benedictino, comenzó a recibir visiones de Jesús y su Corazón
traspasado. En una de sus visiones, ella experimentó un “intercambio de
corazones”, donde Jesús le preguntó: “¿Qué quieres entonces?” Ella dijo: “Quiero
Tu Corazón”. En respuesta, Jesús dijo: “¿Tú quieres Mi Corazón?”. Bueno, Yo
también quiero tu corazón”. Lutgardis luego proclamó: “Tómalo, querido Señor.
Pero tómalo de tal manera que el amor de Tu Corazón esté tan mezclado y unido
con mi propio corazón que pueda poseer mi corazón en Ti, y que siempre
permanezca allí seguro en Tu protección”. La enseñanza que le deja Jesús es que
también nosotros podemos hacer este “intercambio de corazones”, esto es, darle
a Jesús nuestros corazones, que son duros y están ennegrecidos por el pecado,
para que Él nos dé a cambio su propio Corazón, inmaculado y envuelto en el Fuego
del Amor de Dios.
A Santa Matilde de Hackeborn, monja benedictina nacida en el
siglo XIII en Alemania, también se le apareció Jesús numerosas veces y en una
de esas apariciones, Jesús se presentó como el Sagrado Corazón. Como la santa
escribía todas sus experiencias en un libro, cuando Jesús se le apareció,
sostenía este libro en su Corazón con su mano derecha. Lo besó y le dijo: “Todo
lo que se encuentra escrito en este libro ha fluido de Mi divino Corazón y
volverá a él”. Jesús también le dijo: “En la mañana deja que tu primer acto sea
saludar a mi Corazón y ofrecerme el tuyo. Quien exhala un suspiro hacia mí, me
atrae hacia sí mismo”. En esta aparición, Jesús nos deja esta hermosa
enseñanza: que nuestro primer pensamiento y nuestro primer acto de amor sea
hacia su Sagrado Corazón y así el Sagrado Corazón vendrá a nosotros.
También en el siglo XIII, se le apareció Jesús a otra monja,
también benedictina, llamada “Santa Gertrudis la Grande”, la cual comenzó a
recibir visiones celestiales a los veinticinco años, cuando ya estaba en el
convento. Un día vio a San Juan Evangelista y a Jesús. Fue invitada a poner su
cabeza sobre el Corazón de Jesús y le habló a Juan, y le preguntó: “Bienamado
del Señor, ¿estos armoniosos latidos que alegran mi alma también te regocijaban
cuando reposaste (tu cabeza) durante la Última Cena en el pecho del Salvador?”.
Juan respondió: “Sí, los escuché, y mi alma fue penetrada con su dulzura hasta
su mismo centro”. Gertrudis preguntó: “¿Por qué, entonces, has hablado tan poco
en tu Evangelio de los secretos amorosos del Corazón de Jesús?”. Él respondió: “Mi
misión era escribir sobre la Palabra eterna ... pero el lenguaje de estos
benditos latidos del Sagrado Corazón está reservado para los últimos tiempos,
cuando el mundo deteriorado por el tiempo, enfriado en el amor de Dios, pueda
ser calentado al escuchar sobre tales misterios”. Esos tiempos han llegado,
porque hoy más que nunca, las almas están enfriadas en la caridad, porque no
aman a Dios y no tienen en ellas el Fuego del Divino Amor. Por eso es que, es
para nuestros tiempos, esta revelación del siglo XIII, para que apoyando
nosotros nuestra cabeza sobre el Corazón de Jesús, que late en la Eucaristía, como
San Juan Evangelista, escuchemos sus latidos de amor y nuestras almas y
corazones se enciendan de amor con los latidos del Corazón Eucarístico de
Jesús.
Por último, en el año 1673, Jesús se le apareció, como el Sagrado
Corazón, a una monja llamada Santa Margarita María Alacoque, que pertenecía a
las monjas de la Visitación (Visitadine). En estas apariciones, a diferencia de
las anteriores, en las que permanecieron circunscriptas a la persona del santo,
Jesús quiso explícitamente que la devoción al Sagrado Corazón fuera difundida
por todo el mundo y que las apariciones fueran también conocidas por todo el
mundo. Jesús le pidió a Santa Margarita que anunciara que su deseo era que la
Iglesia honrara públicamente a su Sagrado Corazón. Entre las promesas que
comunicó, Jesús le dijo a Santa Margarita María: “En el exceso de la
misericordia de mi corazón, te prometo que mi amor todopoderoso otorgará a
todos los que recibirán la comunión los primeros viernes, por nueve meses consecutivos, la gracia del
arrepentimiento final: no morirán en mi enojo, ni sin recibir los sacramentos;
y mi corazón será su refugio seguro en la última hora”. En esta aparición,
Jesús no solo quiso que la devoción al Sagrado Corazón fuera conocida en todo
el mundo y venerada en la Iglesia, pero no se contentó solo con eso, sino que
además quiso que los fieles católicos lo recibiéramos por nueve meses seguidos
y la forma de hacerlo, es por medio de la Comunión Eucarística. Es decir, la
Comunión Eucarística es el medio para recibir al Sagrado Corazón Eucarístico de
Jesús.
Todo lo que el Sagrado Corazón pidió a los santos a lo largo
de la historia, se cumple en la Eucaristía: el intercambio de corazones se da
en la Eucaristía, porque mientras nosotros le ofrecemos nuestro pobre corazón,
Jesús en la Eucaristía nos da su Sagrado Corazón Eucarístico; si Jesús quiere
que nuestro primer pensamiento y nuestro primer deseo del día sea su Sagrado
Corazón, este pedido se cumple si nuestro primer pensamiento y nuestro primer
deseo están dirigidos a la Eucaristía, que es el Sagrado Corazón Eucarístico de
Jesús; si Jesús quiere que escuchemos los latidos de su Sagrado Corazón para
quedar encendidos en su Divino Amor, entonces lo que tenemos que hacer es Adoración
Eucarística en silencio, para escuchar los dulces latidos del Corazón
Eucarístico de Jesús; finalmente, si Jesús quiere que lo recibamos por nueve
meses seguidos, lo que tenemos que hacer es comulgar con fe, con amor, con
devoción y por supuesto en estado de gracia, durante nueve meses seguidos, para
que el Sagrado Corazón quede entronizado, no solo en nuestros hogares, sino en
nuestros corazones.
Todo lo que Jesús quiere de nosotros en relación al Sagrado Corazón,
se cumple en la Sagrada Eucaristía, porque allí se encuentra vivo, glorioso,
palpitante con la vida divina trinitaria, el Sagrado Corazón Eucarístico de
Jesús.
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