Nació en Vicenza, Italia, en el año 1480. Estudió derecho en
Padua y, después de recibida la ordenación sacerdotal, instituyó en Roma la
sociedad de Clérigos regulares o Teatinos, con el fin de promover el apostolado
y la renovación espiritual del clero. Esta sociedad se propagó luego por el
territorio de Venecia y el reino de Nápoles. San Cayetano se distinguió por su
asiduidad en la oración y por la práctica de la caridad para con el prójimo.
Murió en Nápoles el año 1547.
Mensaje de santidad[2].
La espiritualidad y el mensaje de santidad de San Cayetano
se reflejan muy bien en una carta[3] escrita por el santo, en
el que se destacan, entre otras cosas, por un lado, la gratuidad del amor de
Cristo pero, por otro lado, la libertad y la necesidad de que nosotros respondamos
a esa gratuidad con nuestra libertad para que Cristo
habite por la fe en nuestros corazones.
Dice así San Cayetano: “Yo soy pecador y me tengo en muy poca
cosa, pero me acojo a los que han servido al Señor con perfección, para que
rueguen por ti a Cristo bendito y a su Madre; pero no olvides una cosa: todo lo
que los santos hagan por ti de poco serviría sin tu cooperación; antes que nada
es asunto tuyo, y, si quieres que Cristo te ame y te ayude, ámalo tú a Él y
procura someter siempre tu voluntad a la suya, y no tengas la menor duda de
que, aunque todos los santos y criaturas te abandonasen, Él siempre estará
atento a tus necesidades”[4]. Es muy importante lo que
el santo dice, porque muchos cristianos creen que en el haber sido bautizados y
en el haber hecho el Catecismo y recibido la Primera Comunión y la Confirmación,
ya en eso consiste el ser cristianos. Muchos cristianos, luego de la catequesis,
se comportan como paganos porque en realidad se convierten en verdaderos
apóstatas, al abandonar la fe en Cristo. No se dan cuenta que el recibir los
sacramentos es el inicio de una nueva vida, la vida de la gracia, vida que se
recibe en los sacramentos y que significa recibir la vida divina y entrar en comunión
de vida y amor con las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad. Muchos cristianos
son cristianos solo de nombre porque, precisamente, no creen que la relación
con Jesucristo, el Hombre-Dios, sea una relación personal, en la que cada uno
tiene el deber de profundizar, hasta llegar a la perfecta amistad con Cristo. Por
eso dice San Cayetano: “todo lo que los santos hagan por ti de poco serviría
sin tu cooperación”: es decir, los santos interceden para que nosotros nos
acerquemos a Cristo, para que entremos en intimidad de vida y amor con Él, pero
por mucho que los santos del cielo se esfuercen por llevar esto a cabo, si nosotros
no pensamos en Cristo y no nos esforzamos por conocerlo y amarlo y por ser
verdaderamente sus amigos, de nada servirá el esfuerzo que los santos hagan por
nosotros. La relación con Jesucristo es personal, íntima, individual, y si
nosotros no respondemos a su invitación de ser sus amigos, de nada nos valen
los sacramentos, ni las oraciones, ni las devociones a los santos. Muchos cristianos
se cofunden y creen que la vida en la Iglesia consiste en asistir mecánicamente
a Misa, recibir mecánicamente los sacramentos, recitar mecánicamente las
oraciones, y no es así, porque el catolicismo, como decía San Juan Pablo II,
consiste en una Persona, Jesús de Nazareth. Dios me hizo hijo adoptivo suyo y
me dio la Comunión y la Confirmación para que yo sea amigo de Jesús, pero si yo
no respondo al ofrecimiento de amistad de parte de Cristo, entonces no he
entendido en qué significa el ser católicos. Que Jesús sea nuestro amigo,
nuestro hermano, nuestro padre, que está siempre pensando en todos y cada uno
de nosotros en forma personal, queda de manifiesto en esta expresión de San
Cayetano: “no tengas la menor duda de que, aunque todos los santos y criaturas
te abandonasen, Él siempre estará atento a tus necesidades”. Jesús está atento
a nuestras necesidades personales, particulares, individuales, y no lo hace
sino es por el inmenso amor que nos tiene y porque desea establecer con nosotros
una relación interpersonal de amistad, una comunión de vida y amor por medio de
la gracia santificante.
Luego San Cayetano nos advierte acerca de la caducidad de
este mundo temporal, de esta vida terrena, por lo cual no debemos hacer morada
permanente en esta vida, sino estar en ella como quien está permanentemente por
viajar. Dice así el santo: “Ten por cierto que nosotros somos peregrinos y
viajeros en este mundo: nuestra patria es el cielo; el que se engríe se desvía
del camino y corre hacia la muerte”. No estamos en esta vida para siempre; esta
vida es como el peregrinar del Pueblo Elegido en el desierto cuando se dirigían
a Jerusalén: somos el Nuevo Pueblo Elegido y no peregrinamos para quedarnos en
el desierto, que es esta vida, sino para llegar a la vida eterna. Pretender quedarnos
para siempre en esta vida es como si algún integrante del Pueblo Elegido, de
entre los hebreos, en vez de seguir caminando hacia Jerusalén, pretendiera
quedarse a vivir en el desierto. Nuestra Patria definitiva es el cielo, y todas
las patrias del mundo terreno no son sino figuras de la Patria celestial y es
por eso que, aunque tengamos los pies en la tierra, nuestra vista espiritual
debe estar siempre fija en la Jerusalén celestial.
Otro aspecto que destaca San Cayetano es el no quedarnos en
esta vida cruzados de brazos, porque así como está escrito en la Biblia que el
pan de cada hay que ganarlo con el sudor de la frente –“Ganarás el pan con el
sudor de la frente”- y es por lo tanto un pecado vivir de la pereza y de la
vagancia, sin hacer nada, así también, nadie se gana el cielo gratuitamente, si
no es trabajando para ello y quien nos ayuda en esta tarea de ganar el cielo es
el mismo Jesucristo. Dice así San Cayetano: “Mientras vivimos en este mundo,
debemos ganarnos la vida eterna, cosa que no podemos hacer por nosotros solos, ya
que la perdimos por el pecado, pero Jesucristo nos la recuperó. Por esto,
debemos siempre darle gracias, amarlo, obedecerlo y hacer todo cuanto nos sea
posible por estar siempre unidos a él”.
Luego, San Cayetano insta a alimentarnos del Pan Vivo bajado
del cielo, la Eucaristía, porque así como los israelitas se alimentaron del maná
bajado del cielo, así nosotros debemos alimentarnos del verdadero maná, la
Eucaristía: “Él se nos ha dado en alimento: desdichado el que ignora un don tan
grande; se nos ha concedido el poseer a Cristo, Hijo de la Virgen María, y a
veces no nos cuidamos de ello; ¡ay de aquel que no se preocupa por recibirlo!”.
Desdichado el que, teniendo la oportunidad de recibir a Jesucristo, el Hijo de
la Virgen María, sacramentalmente, no lo hace, por pereza o por ignorancia
culpable, porque no hay tesoro más grande ni don más grande que alguien pueda
recibir en esta vida, que la Eucaristía. Por eso el santo instaba a comulgar
con frecuencia, por supuesto que con fervor, piedad, amor y en estado de
gracia.
En
esta tarea de recibir al Hijo de Dios en la Eucaristía nos ayuda la Virgen, porque
es Ella quien nos conduce a su Hijo y si nos presentamos ante Él conducidos por
la Virgen, no seremos rechazados: “Hija mía, el bien que deseo para mí lo pido
también para tí; mas para conseguirlo no hay otro camino que rogar con
frecuencia a la Virgen María, para que te visite con su excelso Hijo”. La Virgen
es Nuestra Señora de la Eucaristía y nada más quiere la Virgen que recibamos a
su Hijo en la Hostia consagrada: “Más aún, que te atrevas a pedirle que te dé a
su Hijo, que es el verdadero alimento del alma en el santísimo sacramento del
altar. Ella te lo dará de buena gana, y él vendrá a ti, de más buena gana aún,
para fortalecerte, a fin de que puedas caminar segura por esta oscura selva, en
la que hay muchos enemigos que nos acechan, pero que se mantienen a distancia
si nos ven protegidos con semejante ayuda”.
No
recibamos a Cristo solo para pedirle favores, protección o cualquier otro don
que necesitemos, porque así estaríamos demostrando una gran mezquindad de
corazón; debemos recibirlo por lo que Es, Dios de majestad infinita y lo demás vendrá
por añadidura: “Hija mía, no recibas a Jesucristo con el fin de utilizarlo
según tus criterios, sino que quiero que tú te entregues a él, y que él te
reciba, y así él, tu Dios salvador, haga de ti y en ti lo que a él le plazca.
Éste es mi deseo, y a esto te exhorto y, en cuanto me es dado, a ello te
presiono”.
Por
último, San Cayetano es el Patrono del pan y del trabajo, los cuales son
necesarios para esta vida terrena, pero más importante que el pan y el trabajo
terrenos, es trabajar por el Reino de los cielos, trabajar para ganar el Pan de
Vida eterna, la Eucaristía: “Trabajad no por la comida que perece, sino por el
Pan de Vida eterna” (cfr. Jn 6, 27).
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