San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 26 de julio de 2018

Santos Joaquín y Ana, padres de la Virgen María y abuelos de Jesús



         Vida de santidad[1].

         Según una antigua tradición que data del siglo II, a los padres de la Virgen María se les atribuyen los nombres de Joaquín y Ana. Desde los primeros tiempos de la Iglesia ambos fueron honrados en Oriente; después se les rindió culto en toda la cristiandad, donde se levantaron templos bajo su advocación.
         Ana, la madre de la Virgen, nació en Belén. De la santa no sabemos nada por la Escritura, ya que nada se dice de ella; lo que se sabe, es por la Tradición y se encuentra  más bien en el Evangelio apócrifo de Santiago. Según este escrito –no reconocido canónicamente por la Iglesia- Ana se casó a los veinticuatro años de edad con un propietario rural llamado Joaquín, que era galileo, de la ciudad de Nazareth. Según este escrito, descendía de la familia real de David. Ana y Joaquín habitaban en Nazareth y según la Tradición, repartían sus bienes entre gastos de familia, el templo y los más necesitados. Luego de veinte años de matrimonio y espera, no tenían aún hijos, considerándose por lo tanto un matrimonio estéril. En ese entonces, para los hebreos, la esterilidad era un oprobio y un signo del castigo del cielo. A los que entraban en esta categoría, incluso se les negaba el saludo y se los menospreciaba públicamente. Siendo ellos muy piadosos, acudían siempre al templo a orar, pero incluso allí no podían dejar de sentir dolor por la falta de hijos en su matrimonio, ya que hasta en el templo oía Joaquín rumores acerca de la indignidad de él y de Ana en cuanto a entrar a la Casa de Dios se refería.
         Al escuchar estos rumores, Joaquín se retiró al desierto, muy compungido, para hacer penitencia y orar y al mismo tiempo Ana, que era muy  piadosa y devota, intensificó sus ruegos, a fin de que la ansiada paternidad llegara y no se hiciera esperar más. Ana rezaba y en sus ruegos imploraba la gracia de un hijo, recordando en sus oraciones a la otra Ana de las Escrituras, cuya historia se refiere en el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y así llegó su hijo Samuel, quien más tarde sería un gran profeta.
         Y sucedió que, de la misma manera a como Ana, luego de su oración, recibió el consuelo de su hijo Samuel, que llegó a ser un gran profeta, así también Joaquín y Ana, luego de sus oraciones, penitencias y ayunos, recibieron el consuelo de la paternidad tan ansiada, aunque la Hija que tuvieron fue mucho más que un profeta: fue la Virgen y Madre de Dios. La Hija que Joaquín y Ana recibieron como regalo del cielo fue la Inmaculada Concepción, la concebida sin la mancha del pecado original y la inhabitada por el Espíritu Santo, por lo que era también llamada “Llena de gracia”. La razón de tantos privilegios es que la Hija de Joaquín y Ana estaba destinada a ser la Madre del Hijo de Dios encarnado, Jesucristo el Señor.

Mensaje de santidad.

Joaquín y Ana, que eran devotos, piadosos y buenas personas, al no obtener el favor de Dios por más de cuarenta años de matrimonio, no hicieron lo que muchos, dirigirse a Dios para quejarse de Él, sino que, por el contrario, intensificaron su oración, su penitencia, su ayuno, sus obras de misericordia, obteniendo de Dios una bendición que ni siquiera podían imaginar, ya que no solo dieron a luz al hijo que tanto esperaban, sino que dieron a luz a Aquella que habría de contener en sí misma a Aquel a quien los cielos no pueden contener. Al recordarlos en su día a los padres de la Virgen, no solo los alabamos por su vida de santidad –acudieron a Dios en momentos de gran angustia y aflicción y jamás se quejaron de Él-, sino también por lo que la Iglesia dice de ellos; en la antífona de la misa de los santos Joaquín y Ana, la Iglesia dice: “Alabemos a Joaquín y Ana por su hija; en Ella les dio el Señor la bendición de todos los pueblos”. Es decir, alabemos a Joaquín y Ana por ser, ante todo, los padres de la Madre de Dios, a través de la cual recibimos la más grande bendición de Dios, Jesucristo.

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