Vida de San Pantaleón[1].
Pantaleón fue un médico
nacido en Nikomedia, Turquía. Durante la persecución del emperador romano
Diocleciano, fue decapitado dando testimonio de Cristo el 27 de julio del año
305. Sabemos de él debido a que su vida y martirio están narrados en un
manuscrito del siglo VI. Su padre era un pagano llamado Eubula y su madre era
cristiana, siendo ella quien le inculcó la fe en Jesucristo. Era médico, una de
las máximas ciencias de la Antigüedad y tuvo como maestro a uno de los médicos
más notables del imperio, llamado Euphrosino. Ejercía la medicina con tal
maestría, que llegó a ser médico personal del emperador Galerio Maximiano en
Nicomedia.
Como dijimos, fue su madre
cristiana quien le transmitió la fe en Jesucristo, pero San Pantaleón, luego de
haber conocido el catecismo -tal como sucede con la gran mayoría de niños y
jóvenes de hoy, que luego del catecismo de Primera Comunión y la Confirmación
abandonan la Iglesia-, se dejó llevar por el paganismo del mundo en el que
vivía y, rechazando la gracia, se dejó arrastrar por las tentaciones, cayendo
en el mundo del pecado y en la apostasía. En ese momento de su vida conoció a
un cristiano piadoso y devoto, practicante de la fe, llamado Hermolao, quien lo
despertó a la vida de la fe, instándolo a que, ya que él era médico, conociera “la
curación que proviene de lo Alto”. Es decir, Hermolao le proponía a San
Pantaleón, que era médico y curaba el cuerpo, que se interesara por un Médico
del cielo, que era Jesucristo, que era quien curaba aquello que los médicos
terrenos no pueden curar y son las heridas del alma. San Pantaleón fue dócil al
consejo de su amigo y fue así cómo, interesándose por el Médico de las almas
que es Jesucristo, regresó al seno de la Iglesia, abandonando su vida de
pagano, es decir, la vida abandonada a la tiranía de las pasiones sin el
control ni de la razón, ni de la gracia. Desde entonces entregó toda su vida a
Jesús, empezando por su profesión, puesto que se dedicó a curar a sus pacientes
gratuitamente y en nombre de Cristo y no en nombre propio, como lo hacía antes.
Fue en ese entonces, en el
año 303, que comenzó una gran persecución a la Iglesia, dirigida por el
emperador Diocleciano en Nikomedia. Pantaleón, que había entregado todo lo que
tenía a los pobres, fue denunciado ante el emperador debido a la envidia de
algunos de sus colegas, por lo que fue arrestado, ya que estaba prohibido
profesar públicamente la fe en Jesucristo. Debido a que era su médico personal,
el emperador trató en vano de lograr que San Pantaleón renegara de su fe en
Jesucristo, prometiéndole salvarle la vida si declaraba que no creía en Jesús,
ni en el Credo, ni en la Eucaristía, ni tampoco en las virtudes cristianas que todo
cristiano debía seguir. San Pantaleón se negó rotundamente a apostatar, es
decir, a renegar de su fe en Jesucristo, porque sabía que si daba su vida por
Jesús, ganaría el cielo inmediatamente. Para demostrar la verdad de la
condición de Cristo como Dios y por lo tanto, la verdad de la fe de la religión
católica que así lo proclama, curó milagrosamente, con el poder de Cristo, a un
paralítico.
El emperador, viendo que no
podía hacer abandonar a San Pantaleón su fe en Cristo, condenó a San Pantaleón,
a su amigo Hermolao y a otros dos cristianos, a la muerte por decapitación. Fue
así como San Pantaleón, a la edad de 29 años, murió mártir el 27 de julio del
año 304, un año después de haber empezado la persecución a la Iglesia. Si en
algún momento de su vida había negado a Jesús, ahora con su muerte martirial,
con la que daba testimonio de que Cristo es Dios, reparó la falta que había
cometido al apostatar antes de la fe, manifestándole al Señor la máxima muestra
de amor que alguien puede dar, y es la de “dar la vida por los amigos”, como lo
dice Jesús. San Pantaleón era amigo de Jesús y dio su vida por Él y por eso
mereció el cielo.
En las Actas de su martirio
se refieren una gran cantidad de hechos milagrosos que sucedieron antes de su
muerte, todos destinados a confirmar la veracidad de la fe en Cristo por la
cual San Pantaleón estaba ofrendando su vida. Así, por ejemplo, sus verdugos
intentaron matarlo de seis maneras diferentes: trataron de quemarlo vivo con
fuego; le arrojaron luego plomo fundido; luego trataron de ahogarlo; lo
arrojaron a los leones; lo torturaron en un aparato con forma de rueda,
estirándole las articulaciones para desmembrarlo vivo y finalmente, trataron de
matarlo arrojándole flechas y también atravesándolo con la espada. Puesto que
el Espíritu Santo es el que inhabita en el mártir, fue el Espíritu Santo el que
no permitió que San Pantaleón muriera, hasta que, llegado el momento en que ya
había dado testimonio de Cristo, el Espíritu Santo permitió que San Pantaleón
muriera decapitado. Si el Espíritu Santo no lo hubiera permitido, tampoco esta
forma de muerte podría haberle dado muerte al santo. Según se narra en las
mismas Actas del martirio, el olivo en el que fue decapitado, que estaba seco,
floreció al instante, al contacto con la sangre del mártir. Así, San Pantaleón
derramó su Sangre por Cristo, proclamando la verdad de su divinidad y la
falsedad del paganismo.
Mensaje de santidad.
El testimonio martirial de
San Pantaleón es más actual y vivo que nunca. En nuestros días, se produce un
abandono masivo de la Iglesia y un rechazo práctico de la fe católica, sobre
todo por parte de niños y jóvenes que, apenas terminada la etapa de la
instrucción catequética, abandonan la fe y se internan en el mundo, viviendo
como paganos y no como cristianos. En nuestros días, cientos y miles de niños y
jóvenes abandonan la Iglesia y dejan de dar testimonio de Cristo y de vida
cristiana ante los hombres, viviendo en la práctica como si nunca hubiesen oído
hablar de Cristo. Hoy no hace falta que desde los gobiernos se ordene la
persecución a la Iglesia para disminuir el número de cristianos, ya que la gran
mayoría abandona la Iglesia voluntariamente. La gran mayoría de los cristianos
comete el mismo pecado de San Pantaleón antes de su definitiva conversión y es
el de renegar de Jesucristo y adorar a los ídolos paganos, que en nuestros días
son el dinero, los bienes materiales, la sensualidad y los ídolos paganos y
demoníacos llamados Gauchito Gil, Difunta Correa y San La Muerte, además de
muchos otros. Muchísimos católicos abandonan la Iglesia Católica, dejan de
practicar los sacramentos y se vuelcan a las sectas, como la magia wicca, la
secta umbanda, el ocultismo, la hechicería y muchas otras sectas más. Es por
este motivo que el ejemplo de San Pantaleón, que prefirió la muerte antes que
renegar de Cristo, es más válido que nunca en nuestros días, sobre todo para
niños y jóvenes.
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