San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 31 de julio de 2018

San Ignacio de Loyola y la conquista del mundo para Cristo



Vida de santidad[1].

         San Ignacio nació en 1491 en el castillo de Loyola, en Guipúzcoa, norte de España, cerca de los montes Pirineos, en el límite con Francia. Sus padres, de familias muy distinguidas, eran Bertrán De Loyola y Marina Sáenz. San Ignacio entró a la carrera militar y ascendió a capitán, pero en 1521, a la edad de 30 años, sucedió un acontecimiento que cambiaría su vida para siempre. En una de las batallas contra los franceses, fue gravemente herido mientras defendía el Castillo de Pamplona, por lo que la guarnición capituló. Los vencedores lo enviaron a su Castillo de Loyola a que fuera tratado de su herida. Allí le hicieron tres operaciones en la rodilla, dolorosísimas, y sin anestesia; pero no permitió que lo atasen ni que nadie lo sostuviera. Durante las operaciones no prorrumpió ni una queja, provocando la admiración de los médicos. Para que la pierna operada no le quedara más corta le amarraron unas pesas al pie y así estuvo por semanas con el pie en alto, soportando semejante peso. Sin embargo el tratamiento no resultó y quedó rengo para toda la vida.
En el período de convalecencia se produjo su conversión: mientras hacía el obligado reposo para curar sus heridas pidió que le llevaran libros de su género favorito de literatura, las novelas de caballería, llenas de narraciones inventadas e imaginarias. Pero su hermana le dijo que no tenía más libros que “La vida de Cristo” y el “Año Cristiano”, o sea un santoral, la historia del santo de cada día. Fue a través de esas lecturas que recibió San Ignacio la gracia de la conversión. Antes, mientras leía novelas y narraciones inventadas, en el momento sentía satisfacción pero después quedaba con un sentimiento de tristeza y frustración. En cambio ahora al leer la vida de Cristo y las Vidas de los santos sentía una alegría inmensa que le duraba por días y días. Además de impresionarlo profundamente, San Ignacio se decía a sí mismo, a causa de estas lecturas sobre las vidas de los grandes santos: “¿Y por qué no tratar de imitarlos? Si ellos pudieron llegar a ese grado de santidad, ¿por qué no lo voy a lograr yo? ¿Por qué no tratar de ser como San Francisco, Santo Domingo, etc.? Estos hombres estaban hechos del mismo barro que yo. ¿Por qué no esforzarme por llegar al grado que ellos alcanzaron?”. Y finalmente lo consiguió, porque San Ignacio llegó a ser uno de los más grandes santos de la Iglesia Católica. En él se cumplió el dicho que dice: “Cuidado con lo que deseas, porque lo conseguirás”.
Mientras estaba convaleciente, se le apareció una noche Nuestra Señora con su Hijo Santísimo y esa visión lo consoló inmensamente. Desde entonces se propuso no dedicarse a servir a gobernantes de la tierra sino al Rey del cielo. Apenas terminó su período de curación se fue en peregrinación al famoso Santuario de la Virgen de Monserrat, en donde concretó sus propósitos de cambiar de vida para Cristo: comenzó una vida de penitencia por sus pecados, dejó de lado sus vestidos lujosos y los cambió por unos mucho más sobrios, se consagró a la Virgen e hizo confesión general de toda su vida.
Luego se fue a un pueblecito llamado Manresa, a 15 kilómetros de Monserrat a orar y hacer penitencia y allí estuvo un año. Cerca de Manresa había una cueva y en ella se encerraba a dedicarse a la oración y a la meditación. Allá recibió la inspiración para escribir los Ejercicios Espirituales, que tanto bien habrían de hacer a la Iglesia a lo largo de los siglos.
Poco tiempo después entró en lo que se denomina “la noche oscura del alma”, que consiste en que, en vez de experimentar gozo y consuelo en la oración, experimentaba aburrimiento y cansancio por todo lo que fuera espiritual. Es un estado espiritual necesario para que el alma sepa que los consuelos son una gracia y que se debe buscar “al Dios de los consuelos y no a los consuelos de Dios”. Luego padeció otra enfermedad espiritual, llamada “escrúpulos”, que consisten en creer que todo es pecado.
Ahora bien, San Ignacio iba anotando todo lo que le sucedía y lo que sentía y estos datos le proporcionaron después mucha sabiduría espiritual para poder dirigir espiritualmente a otros convertidos y según sus propias experiencias poderles enseñar el camino de la santidad. Orando en Manresa adquirió lo que se llama “Discernimiento de espíritus”, que consiste en saber determinar qué es lo que le sucede a cada alma y cuáles son los consejos que más necesita, y saber distinguir lo bueno de lo malo. A un amigo suyo le decía después: “En una hora de oración en Manresa aprendí más a dirigir almas, que todo lo que hubiera podido aprender asistiendo a universidades”.
Luego de estudiar en Barcelona y en la Universidad de Alcalá, San Ignacio de Loyola fue acusado injustamente ante la autoridad religiosa y estuvo dos meses en la cárcel. Después lo declararon inocente, aunque lo mismo había gente que estaba en contra suyo y que lo perseguía. Consideraba todos estos sufrimientos como un medio que Dios le proporcionaba para que fuera pagando sus pecados. Y exclamaba: “No hay en la ciudad tantas cárceles ni tantos tormentos como los que yo deseo sufrir por amor a Jesucristo”.
Se fue a París a estudiar en la Universidad de La Sorbona. Allá formó un grupo con seis compañeros doctorandos que se convertirían en el núcleo fundacional de la Compañía de Jesús. Ellos son: Pedro Fabro, Francisco Javier, Laínez, Salnerón, Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla.
Los siete hicieron votos o juramentos de ser puros, obedientes y pobres, el día 15 de Agosto de 1534, fiesta de la Asunción de María. Se comprometieron a estar siempre, con la Compañía de Jesús, a las órdenes del Sumo Pontífice para que él los emplease en lo que mejor le pareciera para la gloria de Dios. Luego fueron recibidos en Roma por el Papa Pablo III, quien autorizó sus respectivas ordenaciones sacerdotales. En Roma, San Ignacio se dedicó a predicar Ejercicios Espirituales y a catequizar al pueblo. A su vez, sus compañeros se dedicaron a dictar clases en universidades y colegios y a dar conferencias espirituales a toda clase de personas. Se propusieron como principal oficio enseñar la religión a la gente. En 1540 el Papa Pablo III aprobó su comunidad llamada “Compañía de Jesús” o “Jesuitas”. El Superior General de la nueva comunidad fue San Ignacio hasta su muerte. En Roma pasó todo el resto de su vida. Era tanto el deseo que tenía de salvar almas que exclamaba: “Estaría dispuesto a perder todo lo que tengo, y hasta que se acabara mi comunidad, con tal de salvar el alma de un pecador”.
Fundó casas de su congregación en España y Portugal. Envió a San Francisco Javier a evangelizar el Asia. De los jesuitas que envió a Inglaterra, veintidós murieron martirizados por los protestantes. Sus dos grandes amigos Laínez y Salmerón fueron famosos sabios que dirigieron el Concilio de Trento. A San Pedro Canisio lo envió a Alemania y este santo llegó a ser el más célebre catequista de aquél país. Recibió como religioso jesuita a San Francisco de Borja que era un rico político y gobernador en España. San Ignacio escribió más de 6 mil cartas dando consejos espirituales.
El Colegio que San Ignacio fundó en Roma llegó a ser modelo en el cual se inspiraron muchísimos colegios, para luego convertirse en la célebre Universidad Gregoriana. Los jesuitas fundados por San Ignacio llegaron a ser los más sabios y combativos adversarios de los protestantes y supieron combatir y detener en todas partes a la herejía protestante, que en esos tiempos –como en los nuestros- hacía estragos en el campo católico. San Ignacio les recomendaba que tuvieran mansedumbre y gran respeto hacia el adversario pero que al mismo tiempo no descuidaran la formación católica al presentarse al combate contra los protestantes[2].
La obra espiritual más grandiosa de San Ignacio se titula: “Ejercicios Espirituales” y es lo mejor que se ha escrito acerca de cómo hacer bien los santos ejercicios y a su vez los Ejercicios son lo mejor para toda alma: para el que no se convirtió, para que se convierta; para el que ya está convertido, para que se enfervorice en el amor a Nuestro Señor y a la Santa Religión Católica.
Su lema era: “A la mayor gloria de Dios” (Ad Maiorem Dei Gloriam, AMDG). Y a ello dirigía todas sus acciones, palabras y pensamientos: A que Dios fuera más conocido, más amado y mejor obedecido. En los 15 años que San Ignacio dirigió a la Compañía de Jesús, esta pasó de siete socios a más de mil. Murió súbitamente el 31 de julio de 1556 a la edad de 65 años. En 1622 el Papa lo declaró Santo y después Pío XI lo declaró Patrono de los Ejercicios Espirituales en todo el mundo.

Mensaje de santidad.

La cosmovisión de San Ignacio de Loyola está plasmada en una de las meditaciones de los Ejercicios Espirituales –llamada “Dos Banderas”-, en la que dos ejércitos se enfrentan: el ejército de Cristo el Señor, comandados por el Gran Capitán Jesucristo, cuya bandera es el estandarte ensangrentado de la Santa Cruz, siendo secundado Nuestro Señor por la Virgen Santísima, cuya bandera es el manto celeste y blanco que indica que Ella es la Inmaculada Concepción. Pertenecen a este ejército de Jesús y María todos los hombres y mujeres que luchan por el Reino de Dios en la tierra. El otro ejército es el ejército de Satanás, a quien San Ignacio describe como un monstruo o dragón que está sentado en un gran trono de fuego, humo y azufre y a cuyas órdenes están los demonios, pero también los hombres malos que, influenciados por el Demonio, luchan contra Jesucristo, la Virgen y los hombres que desean el Reino de Dios. En la cosmovisión de San Ignacio, estos dos ejércitos se enfrentan entre sí y el tesoro por el cual ambos pelean son las almas de los hombres; el campo de batalla es el mundo y las armas con las que se combate son espirituales: la oración, la penitencia, el ayuno, la misericordia, haciendo el Demonio todo lo posible para que el hombre caiga en la soberbia, el orgullo, la pereza y todo tipo de pecados, para perder su alma para siempre. Podemos decir que la cosmovisión de San Ignacio no está limitada a su tiempo, sino que se extiende a todo tiempo, desde Adán y Eva hasta el fin del mundo, porque hasta el fin del mundo durará la lucha entre los que son de Cristo y los que pertenecen al Anticristo.
El mayor legado de San Ignacio, en el que está plasmada esta cosmovisión, son los apreciados Ejercicios Ignacianos o Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, que ha sido el que ha convertido a cientos de miles de almas desde que comenzaron a predicarse, además de ser el promotor de grandes santos para la Iglesia.
Los Ejercicios Ignacianos –predicados en su íntegra pureza espiritual, tal como los predicaba San Ignacio- son el remedio para los males que afligen a la Iglesia y al mundo de hoy: las sectas, el secularismo, el materialismo, el ateísmo, el gnosticismo, el ocultismo y toda clase de perversión espiritual que aleja a las almas de Cristo y su eterna salvación.


[2] Él deseaba que el apóstol católico fuera muy instruido y así es como debe ser, porque la ignorancia conduce al protestantismo, tal como dice el dicho: “Católico ignorante, futuro protestante”.

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