San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 19 de febrero de 2019

San Expedito y su triunfo sobre el Dragón



         Al contemplar la imagen de San Expedito podemos establecer cuáles fueron las causas que lo convirtieron en un santo. Por un lado, San Expedito sostiene la Santa Cruz de Nuestro Señor; bajo uno de sus pies, yace aplastado un cuervo. ¿Qué significado tiene esto? Por un lado, que la fuerza para resistir la tentación del maligno, de postergar su conversión para otro día, para el día siguiente, viene de la Cruz. En efecto, habiendo recibido San Expedito, que era pagano, la gracia de la conversión, se le apareció el Demonio en forma de cuervo, quien graznaba diciendo: “Cras, cras”, que en latín significa “mañana”. Es decir, el Demonio le decía que podía continuar tranquilamente con su vida de pagano por el día de hoy; total, ya habría tiempo de convertirse el día de mañana. Sin embargo, eso es una falacia, porque no sabemos si estaremos vivos el día de mañana y si postergamos nuestra conversión, puede que muramos sin convertirnos. San Expedito se encontraba entonces en la disyuntiva de elegir, o la conversión hacia Jesucristo, respondiendo inmediatamente a la gracia, o bien continuar como pagano, posponiendo la conversión y rechazando la gracia.
         Sin dudarlo un instante, e impulsado por la fuerza que le venía de la Santa Cruz que sostenía en sus manos, San Expedito respondió velozmente  a la gracia, eligiendo a Jesucristo de modo inmediato, en vez de ceder a la tentación. Por esta razón, San Expedito es el Patrono de las causas urgentes, la primera de las cuales es la conversión del alma a Dios.
         Por otro lado, en la imagen de San Expedito vemos que aplasta con su pie a un cuervo: no se trata de un animal, sino del Demonio en forma de cuervo. Éste, inadvertidamente, en su deseo de hacer caer en la tentación al santo, se le acercó demasiado, siempre en forma de cuervo y, cuando se encontraba a la distancia del pie del santo, éste, con la fuerza que recibió de la Cruz, lo aplastó. Esto nos enseña que no hay ninguna tentación que no pueda ser vencida con la fuerza de la Cruz.
         El santo nos enseña dos cosas, entonces: que no debemos dilatar la decisión de la conversión, empezando desde ahora mismo a vivir como hijos de Dios y de la gracia santificante y que cualquier tentación puede ser vencida con la fuerza de la Cruz. Al recordar al santo en su día, le pidamos la gracia de que interceda para que seamos siempre prontos a la gracia y que recurramos a la Santa Cruz de Jesús en los momentos de tentación.

San Álvaro de Córdoba



         Vida de santidad[1].

El beato Álvaro de Córdoba nació a mediados del siglo XIV, en Zamora, alrededor del año 1360 y murió en Córdoba el año 1430. Perteneció a la noble familia Cardona e ingresó en el convento dominico de San Pedro en Córdoba en el año 1368. Se destacó por ser un famoso y ardiente predicador, y con su ejemplo y sus obras, contribuyó a la reforma de la Orden, iniciada por el Beato Raimundo de Capúa y sus discípulos. Luego de realizar una peregrinación a Tierra Santa, quedó en su corazón sumamente impactado por el Camino del Calvario recorrido por nuestro Salvador. A partir de entonces, el beato Álvaro de Córdoba meditaba de día y de noche en los dolores de la Pasión del Señor.
Con la ayuda del rey Don Juan II de Castilla, del que era su confesor, el beato Álvaro de Córdoba, deseoso de vivir en mayor soledad y así poder meditar más profundamente en la Pasión del Señor, decidió fundar el convento de Santo Domingo Scala Coeli –Escalera del Cielo-, en donde hizo colocar varios oratorios, seguidos unos de otros, en los que se reproducían la “vía dolorosa” venerada por él en Jerusalén y es así como planta "estaciones" o "pasos" que van desde Getsemaní hasta el Calvario. La sagrada representación de las estaciones dolorosas del Redentor, ideada por el beato Álvaro de Córdoba, que así trataba de imitar la Pasión de Jesús, fue pronto imitada por otros conventos, dando así origen a la hermosa devoción del Via Crucis, muy apreciada en toda la cristiandad y llevada a cabo por toda la Iglesia, particularmente en Semana Santa. La popularización del mismo se atribuye a San Leonardo de Porto Mauricio, quien importó la devoción desde España.
No satisfecho con las meditaciones que realizaba en el convento, el beato se retiraba se retiraba a una gruta distante del convento donde, a imitación de su Santo Padre Domingo, oraba y se flagelaba. Con el tiempo, ésta se convirtió en meta de peregrinaciones para los fieles. El beato también poseía el don de profecía y en su vida obró muchos milagros. Murió el 19 de febrero de 1430 y fue sepultado en su convento.

         Mensaje de santidad.

         Considerado como el precursor del actual Via Crucis, por medio del cual se meditan, en distintas estaciones, los misterios de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, el santo nos enseña que un solo pensamiento debe dominar nuestras mentes y corazones: nuestros pensamientos y sentimientos deben estar anclados en la Pasión del Señor, para contemplar sus misterios permanentemente, para tener frente a nosotros su dolorosa Pasión y así meditar en su dolor redentor día y noche. Pero también nos enseña algo más: que más allá de nuestro estado de vida, sea cual este sea, no debemos quedarnos en la sola contemplación de la Pasión, sino que debemos unirnos a Jesús en su misterio pascual de muerte y resurrección, de manera tal que, uniendo nuestras vidas a su Pasión, nos convirtamos en corredentores de los hombres en esta vida y en la próxima, alcancemos la gloria del Reino de los cielos.

viernes, 15 de febrero de 2019

San Valentín



Vida de santidad.

A finales del siglo III se había desencadenado por todo el Imperio Romano la persecución[1]. Valentín, que era un presbítero romano, residía en la capital del Imperio, reinando Claudio II. El emperador había prohibido los matrimonios, aduciendo que esto constituía una carga para los jóvenes, que así se veían impedidos de servir en el ejército. Contrariando estas órdenes humanas, San Valentín se dedicó a visitar clandestinamente a los esposos, para unirlos en santo matrimonio. Enterado de esto, el emperador lo hizo conducir ante sí por los soldados. El emperador lo trató de disuadir de sus convicciones cristianas. Pero Valentín le contestó: “Si conocierais, señor, el don de Dios, y quién es Aquel a quien yo adoro, os tendríais por feliz en reconocer a tan soberano dueño, y abjurando del culto de los falsos dioses adoraríais conmigo al solo Dios verdadero”.
Asistieron a la entrevista, un letrado del emperador y Calfurnio, prefecto de la ciudad, quienes protestaron enérgicamente por lo que consideraron las atrevidas palabras dirigidas contra los dioses romanos, calificándolas de blasfemas. Temeroso Claudio II de que el prefecto levantara al pueblo y se produjeran tumultos, ordenó que Valentín fuese juzgado de acuerdo a las leyes.
Interrogado por Asterio, teniente del prefecto, Valentín continuó haciendo profesión de su fe, afirmando que es Jesucristo “la única luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”.
El juez, que tenía una hija ciega, al oír estas palabras, pretendiendo confundirle, le desafió: “Pues si es cierto que Cristo es la luz verdadera, te ofrezco ocasión de que lo pruebes; devuelve en su nombre la luz a los ojos de mi hija, que desde hace dos años están sumidos en las tinieblas, y entonces yo seré también cristiano”.
Valentín hizo llamar a la joven a su presencia, y elevando a Dios su corazón lleno de fe, hizo sobre sus ojos la señal de la cruz, exclamando: “Tú que eres, Señor, la luz verdadera, no se la niegues a ésta tu sierva”.
Al pronunciar estas palabras, la muchacha recobró milagrosamente la vista, aunque su padre, Asterio y también su esposa, recobraron la vista espiritual, que se convirtieron a Jesús y, conmovidos, se arrojaron a los pies del Santo, pidiéndole el Bautismo, que recibieron, juntamente con todos los suyos, después de instruidos en la fe católica.
El emperador se admiró del prodigio realizado y de la conversión obrada en la familia de Asterio; pero aunque deseaba salvar de la muerte al presbítero romano, tuvo miedo de aparecer, ante el pueblo, sospechoso de cristianismo. Por lo tanto, no le fue conmutada su pena de muerte, sino llevada a cabo, con lo que San Valentín, después de ser encarcelado, cargado de cadenas, y apaleado con varas nudosas hasta quebrantarle los huesos, se unió íntima y definitivamente con Cristo, luego de ser decapitado.

Mensaje de santidad.

El mensaje de santidad que nos deja el sacerdote San Valentín es doble: por un lado, amor a la Iglesia y a sus sacramentos, sobre todo el sacramento del matrimonio y por otro, el amor a Jesucristo, al punto que dio su vida por él, muriendo mártir. Con respecto al matrimonio, San Valentín sabía que la unión sacramental de los esposos los convertía a estos en una prolongación, para la sociedad y el mundo, de la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, de manera que los esposos se convertían, por el sacramento, en imágenes vivientes, el esposo terreno de Cristo Esposo y la esposa terrena, de la Iglesia Esposa. Arriesgaba su vida para unir a los esposos sacramentalmente y esto es un valioso testimonio en nuestros días, en los que el matrimonio sacramental se ha devaluado a los ojos de una sociedad atea, materialista, agnóstica y relativista, que desprecia los sacramentos de la Iglesia. Para quienes prefieren el pecado mortal del concubinato antes que la fuente de gracias del matrimonio, sería conveniente que leyeran la vida de San Valentín.
Con respecto a Jesucristo, San Valentín dio su vida por Él, a quien consideraba el único Dios Verdadero y frente al cual los dioses de los paganos son nada. Hoy en día, en el que la sociedad ha desplazado al Dios Verdadero y lo ha reemplazado por ídolos falsos, sería conveniente que reflexionara sobre las palabras y el testimonio de vida de San Valentín.
Por último, el folklore y las costumbres han rebajado la figura de San Valentín a una especie de “protector” de los enamorados o incluso hasta de cualquier amor humano, como el amor de amistad. Esto último es válido para los novios católicos que desean unirse en santo matrimonio, es decir, el santo es su patrono y protector para quienes aprecian el sacramento del matrimonio y aman y reconocen a Jesucristo como al Verdadero y Único Dios. Todo lo otro –prentender que San Valentín es patrono de los concubinarios, adúlteros, o de quienes confunden “amor” con “pasión”-, es banalizar la figura del santo y desconocer y menospreciar su auténtico mensaje de santidad: el aprecio por el sacramento del matrimonio y el amor a Jesucristo, Hombre-Dios, hasta dar la vida.



Santos Cirilo y Metodio



         Vida de santidad.

También conocidos como los apóstoles de los eslavos, fueron dos hermanos Cirilo (o Constantino,​ 827-869) y Metodio (815-885)  provenientes de Tesalónica, en el Imperio bizantino, que se convirtieron en misioneros del cristianismo primero en Crimea y después en el Imperio de la Gran Moravia[1]. A mediados del siglo noveno el príncipe Rostislav de Moravia, solicitó al emperador de Bizancio, Miguel III, de Constantinopla, el envío de sacerdotes cultos que afianzasen el cristianismo en la Gran Moravia y estableciesen una organización eclesiástica independiente de Baviera[2]. El emperador de Bizancio encargó la misión a dos cultos hermanos, Cirilo y Metodio, oriundos de Salónica, que dominaban la lengua eslava. Cirilo, a quien se considera el padre de la literatura eslava, creó un alfabeto compuesto de 38 letras, que reflejaba la gran riqueza sonora del eslavo antiguo; esta escritura eslava de Cirilo recibió el nombre de glagólica. Cirilo y Metodio crearon un alfabeto, llamado “cirílico”, para comunicar el Evangelio, el Misal Romano y el Ritual litúrgico a los pueblos eslavos (los actuales países como República Checa, Bulgaria, Serbia, Croacia, etc.), dando así unidad lingüística y cultural a estas naciones. Es decir, inventaron signos propios para traducir del griego a la lengua eslava los libros sagrados[3].
Una vez creada la escritura eslava, Cirilo comenzó la traducción de libros religiosos al eslavo antiguo. El primer libro traducido por Cirilo fue el evangeliario, elemento indispensable para celebrar las misas y para la catequesis. Con ayuda de sus discípulos vertió al eslavo antiguo también el misal, el apostolario y otros libros litúrgicos. Terminados sus cuatro años misioneros en la Gran Moravia, Cirilo viajó a Roma e ingresó en un convento de monjes griegos. Falleció con cuarenta y dos años a los 50 días de su estancia en la Ciudad Eterna, el 14 de febrero del 869.
Metodio era hermano de Cirilo y colaborador en la misión en la Gran Moravia. Siendo joven, renunció al puesto de comandante militar e ingresó en un convento ubicado al pie del Olimpo. Ya como sacerdote, se desempeñó como arzobispo de Gran Moravia. Bajo la dirección de Metodio se desarrolló la escuela literaria morava de la cual salieron las traducciones al eslavo antiguo de las Sagradas Escrituras. San Metodio murió el 6 de abril del año 885 y fue enterrado en su templo metropolitano en Moravia.
         Vida de santidad.
         Movidos por el amor a Cristo, Cirilo y Metodio, además de misionar en tierras lejanas y desconocidas, crearon una nueva lengua para comunicar el Evangelio a los pueblos eslavos, traduciéndolo del griego al eslavo. Al igual que ellos, también nosotros debemos misionar y hacer apostolado, tal vez no en tierras lejanas, sino en nuestros lugares de trabajo, en nuestras familias, etc., para traducir el Evangelio a nuestros prójimos que no conocen la Palabra de Dios. Ahora bien, en este proceso de transmisión de la Palabra de Dios debemos cuidarnos de que no se pierda el carácter sobrenatural del misterio cristiano. Para eso, debemos tener la luz de la gracia que nos permite, por un lado, contemplar el misterio y, por otro, comunicar de ese misterio sobrenatural contemplado a nuestros hermanos. Entonces, así como los hermanos santos Cirilo y Metodio hablaron un lenguaje nuevo para comunicar a Cristo, así nosotros debemos hablar un lenguaje nuevo, que no es el lenguaje de los hombre ni el del mundo, sino el lenguaje propio de los hijos de Dios, el lenguaje de la gracia, para poder comunicar la Buena Noticia del Evangelio. Pero para eso, debemos aprender el lenguaje de la gracia, contemplando antes el misterio de la Presencia del Salvador en la Eucaristía por la adoración eucarística, para luego recién transmitir “lo que hemos visto y oído”, porque “nadie da de lo que no tiene”. Si no hacemos adoración eucarística, no aprenderemos el lenguaje de la caridad y de la gracia y no podremos transmitir a nuestros hermanos el misterio de la Encarnación del Verbo.


lunes, 11 de febrero de 2019

Las palabras de San José Sánchez del Río a su madre antes de morir



          ¿Por qué la Iglesia atesora las palabras de los mártires y las expone con tanta reverencia? Por lo que Jesús dijo en el Evangelio: “Cuando os persigan y encarcelen, no os preocupéis por lo que vayáis a decir, porque no sois vos los que habláis, sino que el Espíritu Santo hablará por vosotros” (Mt 10, 19; Mc 13, 11). En esta frase de Jesús está la razón del porqué de la pregunta inicial: porque en el mártir, en aquel que da su vida por Jesucristo, inhabita el Espíritu Santo y, por lo tanto, se pueden decir que las palabras de los mártires son inspiradas por Dios o, más precisos, dichas por Dios Espíritu Santo en persona. En un sentido lato, se pueden decir que son “Palabra de Dios”.
          Por esta razón, analizaremos brevemente la Carta escrita por el mártir San José Sánchez del Río antes de ser ejecutado por la masonería mexicana. Debemos tener en cuenta que Sánchez del Río, al ser ejecutado, contaba con apenas catorce años y al momento de escribir la Carta, ya había recibido la sentencia de muerte. Esto resalta más su valor, porque en la Carta se refleja una serenidad sobrenatural frente al hecho cierto de estar a punto de ser asesinado.
          La Carta en cuestión, fechada en Cotija, el 6 de febrero de 1928, dice así: “Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero no importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios. No te preocupes por mi muerte, que es lo que me mortifica; antes diles a mis hermanos que sigan el ejemplo que les dejó su hermano el más chico. Y tú haz la voluntad de Dios, ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba. José Sánchez del Río”.
          “Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día”: comienza con una muestra de amor a su madre, llamándola “querida mamá”, lo cual podría no ser necesariamente una muestra de martirio, pero sí de serenidad sobrenatural, puesto que ya sabía que había sido condenado a muerte. Además, muestra cómo en los mártires se cumplen a la perfección los Mandamientos de la Ley de Dios; en este caso, el Cuarto Mandamiento, que manda “honrar padre y madre”. No olvida a su querida madre –y a su padre-, ni siquiera ante la perspectiva de morir asesinado. Luego, especifica que “fue hecho prisionero en combate”. El “combate” al que se refiere es el combate librado entre las fuerzas cristeras y el Ejército mexicano infiltrado por la Masonería, pero es también “el buen combate” de la fe, el combate que se libra desde la recitación del Credo en la Santa Misa, hasta dar la vida en testimonio de Jesucristo en el campo físico de la batalla terrena, como en el caso de San José Sánchez del Río.
“Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero no importa, mamá”: con sus catorce años y con una condena a muerte sobre sí, el santo demuestra una serenidad y una paz admirables, sobrenaturales: “no importa; voy a morir, pero no importa” y esto no porque no valore la vida terrena: por el contrario, sabe que esta vida vale y vale tanto más, cuanto más se la entregue a Jesucristo y él está a punto de ofrendársela toda entera. San José Sánchez del Río sabe que, muriendo por Cristo, gana el Cielo y es por eso que “no le importa” morir. Lejos de banalizar la muerte –como ocurre en el mundo de hoy, agnóstico y materialista-, la valora en su justo precio, que es la adquisición del Reino de los Cielos: él entregará su vida a Jesucristo y Él le dará a cambio la vida eterna, por eso “no le importa” morir.
“Resígnate a la voluntad de Dios”: la madre debe resignarse a la Voluntad de Dios, que es que su hijo gane la vida eterna. Entregando su vida por Cristo, la madre de San José no perderá a su hijo, sino que lo conservará para la vida eterna. Si Dios permite que su hijo sufra un mal, como lo es la muerte terrena, es para que gane un bien infinito, la vida eterna. Es voluntad de Dios premiar a su hijo con el Reino de los Cielos y ya ha llegado la hora, pues ya ha demostrado con suficiencia cuánto ama San José Sánchez del Río a Jesucristo.
“No te preocupes por mi muerte, que es lo que me mortifica; antes diles a mis hermanos que sigan el ejemplo que les dejó su hermano el más chico”: una nueva muestra de serenidad sobrenatural: no le preocupa morir él, sino que su madre se apene por su muerte y por eso le pide que no se preocupe: él está a punto de ganar la corona más preciada, la corona de la gloria del martirio. Luego le pide a su madre que le diga a sus hermanos que ellos sigan “el ejemplo del más chico”: en esto recuerda la escena de los Macabeos, en los que la madre entrega a los hijos al martirio, antes de permitir que éstos apostaten del Verdadero Dios; en este caso, San José es como uno de los Macabeos e insta a su madre a que sea como la madre de los Macabeos, en el sentido de entregarlos también al martirio.
“Y tú haz la voluntad de Dios, ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre”: nuevamente le pide que cumpla la voluntad de Dios que es, en este caso, que ella –junto a su padre- lo bendiga, porque está entregando su vida a Dios. Hoy en día, los padres no bendicen a sus hijos y los entregan a Moloch –aborto-, a Baal –consagración a Satanás por la vida materialista y atea-, a Asmodeo –el demonio de la impureza-.
“Salúdame a todos por última vez y tú recibe el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba”: expresa un deseo humano, el ver a su madre antes de morir, una crueldad más entre las tantas ejercidas por la masonería –entre otras cosas, despellajaron las plantas de sus pies y lo obligaron a caminar así, en medio de enormes dolores, hasta el lugar de su ejecución-. Ya no la verá en la tierra, pero él sabe que la verá desde el Cielo. Pide que los salude a todos sus seres queridos y le da lo último que le quedaba, su corazón de hijo, que ya había sido entregado a Jesucristo, por manos de María: “y tú recibe el corazón de tu hijo que tanto te quiere”. Le da su corazón, que en instantes dejará de latir en la tierra con vida humana, pero inmediatamente comenzará a latir, para ya no detenerse jamás, lleno del Amor, de la gloria de Dios y de la vida de Dios, en el Reino de los Cielos.
Que San José Sánchez del Río, joven mártir mexicano, sea el ejemplo de los niños y jóvenes de hoy, inmersos en un mundo de “tinieblas y sombras de muerte”, para que no sean dominados por estas tinieblas, sino que más bien sean iluminados por la Luz Eterna, Jesucristo.



viernes, 8 de febrero de 2019

Santa Josefina Bakhita



         Vida de santidad.

         Nació en Darfur, África, en 1869. Era una niña de nueve años cuando en su África natal fue raptada por esclavistas. Quedó tan impresionada por el rapto, que se olvidó su nombre y por eso le pusieron el nombre “Bakhita” que significa “afortunada”[1]; a su vez, “Josefina” fue el nombre con el que fue bautizada. Creció junto con sus padres, tres hermanos y dos hermanas, una de ellas su gemela. Bakhita fue capturada por unos esclavistas, aunque antes de ella, fue capturada su gemela: la captura de su hermana por unos negreros que llegaron al pueblo de Olgossa, marcó mucho en el resto de la vida de Bakhita, tanto así que más adelante en su biografía escribiría: “Recuerdo cuánto lloró mamá y cuánto lloramos todos”.
En su biografía Bakhita cuenta su propia experiencia al encontrarse con los buscadores de esclavos. “Cuando aproximadamente tenía nueve años, paseaba con una amiga por el campo y vimos de pronto aparecer a dos extranjeros, de los cuales uno le dijo a mi amiga: “Deja a la niña pequeña ir al bosque a buscarme alguna fruta. Mientras, tú puedes continuar tu camino, te alcanzaremos dentro de poco”. El objetivo de ellos era capturarme, por lo que tenían que alejar a mi amiga para que no pudiera dar la alarma. Sin sospechar nada obedecí, como siempre hacia. Cuando estaba en el bosque, me percaté que las dos personas estaban detrás de mí, y fue cuando uno de ellos me agarró fuertemente y el otro sacó un cuchillo con el cual me amenazó diciéndome: “¡Si gritas, morirás! ¡Síguenos!”.
Después de ser capturada, Bakhita fue llevada a la ciudad de El Obeid, donde fue vendida a cinco distintos amos en el mercado de esclavos y a pesar de que siempre quiso escapar, nunca lo logró. Con quien más sufrió de humillaciones y torturas fue con su cuarto amo, cuando tenía más o menos 13 años. Fue tatuada, le realizaron 114 incisiones y para evitar infecciones le colocaron sal durante un mes. “Sentía que iba a morir en cualquier momento, en especial cuando me colocaban la sal”, cuenta en su biografía. Bakhita fue comprada por quinta vez por el comerciante italiano Calixto Leganini en 1882, y fue la primera vez que Bakhita fue tratada bien. “Esta vez fui realmente afortunada – escribe Bakhita – porque el nuevo patrón era un hombre bueno y me gustaba. No fui maltratada ni humillada, algo que me parecía completamente irreal, pudiendo llegar incluso a sentirme en paz y tranquilidad”.
En 1884 Leganini se vio obligado a marcharse y partió para Italia con su amigo Augusto Michieli; Bakhita se negó a dejar a su amo y se fue con él a Italia. Allí, los esperaba la esposa de Michieli, y sabiendo la llegado de varios esclavos, exigió uno, dándosele a Bakhita. Con su nueva familia, Bakhita trabajo de niñera y amiga de Minnina, hija de los Michieli.
Bakhita y Minnina ingresaron al noviciado del Instituto de las Hermanas de la Caridad en Venecia, congregación fundada en 1808 y conocida como Hermanas de Canossa.
En el Instituto, Bakhita conoció a Dios y fue así como supo que “Dios había permanecido en su corazón” y le había dado fuerzas para poder soportar la esclavitud, “pero recién en ese momento sabía quién era”. Recibió todos los sacramentos -el bautismo, primera comunión y confirmación- al mismo tiempo, el 9 de enero de 1890, por el Cardenal de Venecia. En este momento, tomó el nombre cristiano de Josefina Margarita Afortunada. En el momento en que era bautizada, exclamó, llena de alegría: “¡Aquí llego a convertirme en una de las hijas de Dios!”. Ella misma cuenta en su biografía que mientras estuvo en el Instituto conoció cada día más a Dios, “que me ha traído hasta aquí de esta extraña forma”. Bakhita permaneció en el Instituto y su vocación la llevó a convertirse en una de las Hermanas de la Orden el 7 de diciembre de 1893, a los 38 años de edad.
Fue trasladada a Venecia en 1902, para trabajar limpiando, cocinando y cuidando a los más pobres. Nunca realizó milagros ni fenómenos sobrenaturales, pero obtuvo la reputación de ser santa. Siempre fue modesta y humilde, mantuvo una fe firme en su interior y cumplió siempre sus obligaciones diarias. La salud de Bakhita se fue debilitando hacia sus últimos años y tuvo que postrarse a una silla de ruedas, la cual no le impidió seguir viajando, aunque todo ese tiempo fue de dolor y enfermedad. Se dice que le decía la enfermera: “¡Por favor, desatadme las cadenas… es demasiado!”. Falleció el 8 de febrero de 1947 en Schio, siendo sus últimas palabras: “Madonna! Madonna!”, que en italiano significa: “¡Virgen! ¡Virgen!”.
Ante su féretro desfilaron miles de personas, quienes le expresaron así el respeto y admiración que sentían hacia ella. Fue velada por tres días, durante los cuales, cuenta la gente, sus articulaciones aún permanecían calientes y las madres tomaban su mano para colocarla sobre la cabeza de sus hijos para que les otorgase la salvación. Su fama de santa llevó a que fuera recordada como Nostra Madre Moretta, en Schio. El 17 de mayo de 1992 fue beatificada por Juan Pablo II y se declaró día oficial de culto el 8 de febrero.

         Mensaje de santidad.

En la ceremonia de beatificación, el Santo Padre reconoció el gran hecho de que transmitiera el mensaje de reconciliación y misericordia. En efecto, esto es lo que transmitió Bakhita con su vida, porque cuando le preguntaron qué les diría a sus captores, dijo: “Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos porque, si no hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa”. Tengamos en cuenta qué es lo que le hicieron sus captores, para valorar sus palabras: la raptaron cuando era niña; la separaron de sus seres queridos, a los que nunca más volvió a ver; la azotaron en la espalda tantas veces, que le arrancaron la piel con los azotes; en vez de curarla, le arrojaron sal, para que le doliera más y en consecuencia le quedó la espalda marcada de por vida con cicatrices gigantes; la trataron como esclava, humillándola permanentemente; la vendieron como esclava a cinco distintos amos en el mercado de esclavos, siendo el cuarto amo el que peor la trató. Así y todo, Bakhita, al serle preguntado qué les diría a sus captores si los viera, Bakhita respondió eso, que les besaría las manos, porque gracias a que la raptaron, se hizo cristiana. Aquí vemos no solamente la imitación de Cristo en la Pasión, sobre todo en la flagelación y en el perdón a los enemigos –“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”-, sino que vemos un gran amor y aprecio por la gracia santificante, que la hizo cristiana, le quitó el pecado original y la convirtió en hija adoptiva de Dios. Para Bakhita, ser hija de Dios era algo tan grande, que aun obteniendo esta filiación al precio de prácticamente su vida –porque sus captores le arruinaron la vida, humanamente hablando-, eso era nada en comparación con el don tan inmensamente grande de haber sido bautizada, esto es, el haber recibido la gracia de la filiación divina.
         Perdón a los enemigos, amor a los enemigos, amor a Cristo y su gracia hasta el extremo de despreciar la propia vida, son algunos de los ejemplos que nos brinda Santa Josefina Bakhita.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Santos Pablo Miki y compañeros mártires


Imagen relacionada

         Vida de santidad[1].

En el año 1549 San Francisco Javier llegó al Japón y convirtió a muchos paganos, llegando a contarse varios los miles de cristianos hacia el año 1597. En ese momento, subió al trono real un emperador que no solo no conocía a Jesucristo, sino que era además sumamente cruel y vicioso. Apenas en el poder, dio la orden de que todos los misioneros católicos debían abandonar el Japón en el término de seis meses. Sin embargo, los misioneros, llenos de celo por el amor de Cristo, no hicieron caso de esta orden del emperador y en vez de huir del país lo que hicieron fue esconderse, para poder seguir evangelizando y catequizando a los paganos.
Pudieron hacer estas actividades por un tiempo, pero finalmente fueron descubiertos y martirizados brutalmente: en total, murieron en Nagasaki en un solo día –el 5 de febrero de 1597- veintiséis misioneros, entre sacerdotes, hermanos y laicos: fueron ejecutados tres jesuitas, seis franciscanos y dieciséis laicos católicos japoneses, que eran catequistas y se habían hecho terciarios franciscanos. Los mártires jesuitas fueron: San Pablo Miki, un japonés de familia de la alta clase social, hijo de un capitán del ejército y muy buen predicador; San Juan Goto y Santiago Kisai, dos hermanos coadjutores jesuitas; a su vez, los franciscanos eran: San Felipe de Jesús, un mexicano que había ido a misionar al Asia; San Gonzalo García que era de la India, San Francisco Blanco, San Pedro Bautista, superior de los franciscanos en el Japón y San Francisco de San Miguel. Entre los laicos estaban: un soldado: San Cayo Francisco; un médico: San Francisco de Miako; un laico coreano: San León Karasuma, y tres muchachos de trece años que ayudaban a misa a los sacerdotes, los niños San Luis Ibarqui, San Antonio Deyman, y San Totomaskasaky, cuyo padre fue también martirizado. Antes de asesinarlos, los torturaron cruelmente: a los veintiséis católicos les cortaron la oreja izquierda y así ensangrentados y sin ningún tipo de atención médica, fueron llevados en pleno invierno a pie, de pueblo en pueblo, durante un mes, para escarmentar y atemorizar a todos los que quisieran hacerse cristianos. Al llegar a Nagasaki les permitieron confesarse con los sacerdotes, y luego los crucificaron, atándolos a las cruces con cuerdas y cadenas en piernas y brazos y sujetándolos al madero con una argolla de hierro al cuello. Entre una cruz y otra había la distancia de un metro y medio.
La Iglesia Católica los declaró santos en 1862.

         Mensaje de santidad.

El mensaje de santidad, además de su vida misma, que es la entrega de la vida por amor a Cristo, lo dieron los mártires antes de morir. Es muy importante reflexionar acerca de lo que dicen los mártires antes de morir, porque están muy próximos al supremo testimonio, que es el dar la vida por Cristo y esto no lo podrían hacer si no estuvieran asistidos por el Espíritu Santo. Escuchar a los mártires en sus últimas palabras es escuchar al mismo Espíritu Santo, porque así lo dice Jesús: “Cuando os persigan y encarcelen, no os preocupéis por lo que habréis de decir, porque el Espíritu Santo hablará por vosotros. Es decir, como el mártir está inhabitado por el Espíritu Santo, todo lo que dicen y hacen es obra de ese mismo Espíritu. Por esta razón es que es tan importante meditar en sus últimas palabras. Con respecto a San Pablo Miki y los veintiséis compañeros mártires, existe un relato compuesto por testigos presenciales, quienes relataron de la siguiente manera sus últimos momentos en esta vida, instantes previos antes de ingresar en la vida eterna. los testigos de su martirio y de su muerte lo relatan de la siguiente manera: “Una vez crucificados, era admirable ver el fervor y la paciencia de todos. Los sacerdotes animaban a los demás a sufrir todo por amor a Jesucristo y la salvación de las almas. El Padre Pedro estaba inmóvil, con los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín cantaba salmos, en acción de gracias a la bondad de Dios, y entre frase y frase iba repitiendo aquella oración del salmo 30: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. El hermano Gonzalo rezaba fervorosamente el Padre Nuestro y el Avemaría”. Tengamos en cuenta que los mártires estaban crucificados; a todos les habían cortado la oreja izquierda; todos estaban con sus heridas infectadas; estaban mal alimentados, con hambre, con sed y con frío y además, estaban soportando una tortura sumada a otra tortura, esto es, a la tortura física, se le sumaba la tortura moral de saber que habían sido condenados a muerte y estaban siendo asesinados en cumplimiento de esa orden. Sin embargo, los mártires no solo no se desesperan ni reniegan de Dios y de la Iglesia: como dicen los testigos, cantaban, estaban en estado de éxtasis, o a un tenían la suficiente fuerza física y espiritual como para dar sermones acerca de la vida eterna.
Precisamente, el mejor púlpito para predicar es la Santa Cruz de Jesús y eso es lo que hacía el Padre Pablo Miki, según los testigos: “Al Padre Pablo Miki le parecía que aquella cruz era el púlpito o sitio para predicar más honroso que le habían conseguido, y empezó a decir a todos los presentes (cristianos y curiosos) que él era japonés, que pertenecía a la compañía de Jesús, o sociedad de los Padres jesuitas, que moría por haber predicado el evangelio y que le daba gracias a Dios por haberle concedido el honor tan enorme de poder morir por propagar la verdadera religión de Dios”. Nuevamente, comprobamos la asistencia del Espíritu Santo, en este caso, al Padre Pablo Miki, porque no solo no se desespera nunca, sino que agradece el haber sido bautizado, el pertenecer a la Iglesia Católica y, sobre todo, agradece a Dios el estar dando su vida por Jesucristo. San Pablo Miki sabía que, por dar su vida por Jesucristo, ya tenía ganado el cielo.
Gracias a los testigos presenciales, podemos saber no sólo que Pablo Miki predicó desde el púlpito de la cruz, sino también qué es lo que dijo. Narran así los testigos: “A continuación añadió las siguientes palabras: “Llegado a este momento final de mi existencia en la tierra, seguramente que ninguno de ustedes va a creer que me voy a atrever a decir lo que no es cierto. Les declaro pues, que el mejor camino para conseguir la salvación es pertenecer a la religión cristiana, ser católico. Y como mi Señor Jesucristo me enseñó con sus palabras y sus buenos ejemplos a perdonar a los que nos han ofendido, yo declaro que perdono al jefe de la nación que dio la orden de crucificarnos, y a todos los que han contribuido a nuestro martirio, y les recomiendo que ojalá se hagan instruir en nuestra santa religión y se hagan bautizar”. Para el Padre Pablo Miki la religión católica es la más adecuada para llegar al cielo; además, como es discípulo de Cristo, no se deja llevar por el deseo de venganza contra quien mandó a matarlo sino que, siguiendo lo que Jesús nos ordena en el Evangelio, de perdonar “setenta veces siete”, el Padre Pablo Miki perdona a sus verdugos y sobre todo al emperador, recomendándoles además que se hagan bautizar, así también ellos puedan entrar en el Reino de los cielos. Es decir, no solo no desea vengarse, sino que desea que, aquellos que le están dando muerte, estén con él en el cielo, para siempre.
Continúa el relato de los testigos: “Luego, vueltos los ojos hacia sus compañeros, empezó a darles ánimos en aquella lucha decisiva; en el rostro de todos se veía una alegría muy grande, especialmente en el del niño Luis; éste, al gritarle otro cristiano que pronto estaría en el Paraíso, atrajo hacia sí las miradas de todos por el gesto lleno de gozo que hizo. El niño Antonio, que estaba al lado de Luis, con los ojos fijos en el cielo, después de haber invocado los santísimos nombres de Jesús, José y María, se pudo a cantar los salmos que había aprendido en la clase de catecismo. A otros se les oía decir continuamente: “Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía”. Varios de los crucificados aconsejaban a las gentes allí presentes que permanecieran fieles a nuestra santa religión por siempre”. A pesar de estar crucificados y cubiertos de heridas y, en muchos casos, agonizando, todos, sin excepción, se caracterizan por la alegría, porque el Espíritu Santo no solo inhabita en ellos sino que, en cierto sentido, les hace comenzar a gustar de las delicias celestiales que los acompañarán por toda la eternidad, por haber dado sus vidas por Jesús.
Finalmente, los mártires son ajusticiados con lanzazos: “Luego los verdugos sacaron sus lanzas y asestaron a cada uno de los crucificados dos lanzazos, con lo que en unos momentos pusieron fin a sus vidas. El pueblo cristiano horrorizado gritaba: ¡Jesús, José y María!”. San Pablo Miki y sus compañeros fueron tan fieles a Jesucristo, que lo imitaron en su amor hacia Dios y el prójimo, dando sus vidas por Jesucristo y perdonando cristianamente a sus verdugos, y lo imitaron de tal manera, que también ellos, al igual que Cristo, recibieron un lanzazo, de la misma manera a como Cristo, ya muerto, recibió un lanzazo que traspasó su Sagrado Corazón. Amor a Cristo hasta dar la vida por Él y perdón a los enemigos en nombre de Cristo, deseándoles el Paraíso, son algunas de las lecciones de santidad que nos dejan los santos mártires San Pablo Miki y compañeros.

martes, 5 de febrero de 2019

Santa Águeda



         Vida de santidad[1].

Santa Águeda provenía de una familia distinguida y además era una joven de gran belleza. Sin embargo, poseía algo más valioso todavía y era su fe en Jesucristo. En esa época, se desencadenó una de las persecuciones a la Iglesia por parte del emperador Decio (250-253). Un senador romano, llamado Quintianus, trató de aprovechar la situación para retener a Águeda para sí, pero esta lo rechazó sin miramientos, aduciendo que ya tenía otro esposo y ese Esposo era Jesucristo.
Quintianus no se dio por vencido y la entregó en manos de Afrodisia, una mujer de mala vida, para tratar de corromper a la joven con las tentaciones del mundo, pero las virtudes de Santa Águeda y su fidelidad a Cristo fueron más fuertes que las tentaciones a las que la sometía la mujer.
Quintianus entonces, al ver que no podía corromper y poseer a la joven, se dejó llevar por la ira, por lo que decidió torturar a la joven virgen con toda clase de crueldades, llegando al extremo de ordenar que se le corten los senos. La respuesta de Santa Águeda se volvió célebre: “Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?”. En medio de sus torturas, la santa fue consolada con una visión de San Pedro quien, milagrosamente, la sanó. Sin embargo, las torturas continuaron y fueron tan intensas que finalmente terminaron con la vida de la santa, cuyo cuerpo ya sin vida fue arrojado sobre un lecho de carbones encendidos. Esto sucedió en Catania, Sicilia (Italia). Desde la antigüedad su culto se extendió por toda la Iglesia y su nombre fue introducido en el Canon romano.

Mensaje de santidad[2].

Ya desde antiguo, se le atribuyen a la santa numerosos milagros. Uno de ellos es el de la detención de la lava del volcán Etna, que había hecho erupción en el año 250: según la tradición, debido al ruego de los habitantes a la santa, la lava se detuvo milagrosamente antes de llegar a la ciudad, salvándose la misma de ser arrasada por el fuego volcánico. Por esta razón es que la ciudad de Catania la tiene como patrona y las regiones aledañas al Etna la invocan como patrona y protectora contra fuego, rayos y volcanes. Además de estos elementos, la iconografía de Santa Águeda suele presentar la palma, que significa la victoria del martirio, como también algún símbolo que recuerde las torturas que padeció. Y es que la santa es ejemplo para nosotros no por los milagros que pueda haber hecho o continúe haciendo, porque los continúa haciendo con toda seguridad, sino que lo que nos deja a nosotros como mensaje de santidad es su gran amor a Jesucristo, el Hombre-Dios, manifestado no meramente de palabras, sino con obras –se destacaba por su gran bondad- y por el don de su vida, además de haberse consagrado virginalmente a Nuestro Señor. Es decir, Santa Águeda es ejemplo para nosotros porque ofrendó su vida por amor a Jesucristo y esto es sumamente válido en nuestros tiempos, en los que la gran mayoría de las personas ofrendan sus vidas a los ídolos. Así, Santa Águeda nos demuestra que vale la pena perder la vida por Cristo y que, como dice la Escritura, “todo lo que hay en este mundo es nada en comparación con Cristo”. El otro ejemplo que nos deja Santa Águeda es el de su castidad y virginidad, sobre todo en un tiempo, como el nuestro, en el que la sensualidad, el hedonismo, la búsqueda del placer y la exaltación de las pasiones, se han convertido en norma de vida, siendo las primeras víctimas de esta concepción hedonista del mundo los niños y los jóvenes, que crecen creyendo que el hedonismo y la satisfacción de las pasiones –a través de la ideología de género, de la ESI y del feminismo- es el objetivo de la vida, desconociendo las delicias y la bienaventuranza que la castidad y la virginidad por Cristo conceden al alma.
Por su martirio y por su castidad, Santa Águeda es doblemente ejemplo para los niños y jóvenes de hoy.






[1] Cfr. https://www.corazones.org/santos/agueda.htm ; Butler, Vida de Santos, vol. IV.  México, D.F.: Collier’s International - John W. Clute, S.A., 1965; The Catholic Encyclopedia; Kirsch, J. P., Saint Agatha, Catholic Encyclopedia, Encyclopedia Press. 1913; Sgarbossa, Mario y Giovannini, Luigi. Un Santo Para Cada Día. Santa Fe de Bogotá: San Pablo. 1996.
[2] Fuentes antiguas: Su oficio en el Breviario Romano se toma, en parte de las Actas de latinas de su martirio. (Acta SS., I, Feb., 595 sqq.). De la carta del Papa Gelasius (492-496) a un tal Obispo Victor (Thiel. Epist. Roman. Pont., 495) conocemos de una Basílica de Santa Águeda. Gregorio I (590-604) menciona que está en Roma (Epp., IV, 19; P.L., LXXVII, 688) y parece que fue este Papa quien  incluyó su nombre en el Canon de la Misa. Solo conocemos con certeza histórica el hecho y la fecha de su martirio y la veneración pública con que se le honraba en la Iglesia primitiva.  Aparece en el Martyrologium Hieronymianum (ed. De Rossi y Duchesne, en el Acta SS., Nov. II, 17) y en el Martyrologium Carthaginiense que data del quinto o sexto siglo (Ruinart, Acta Sincera, Ratisbon, 1859, 634). En el siglo VI, Venantius Fortunatus la menciona en su poema sobre la virginidad como una de las celebradas vírgenes y mártires cristianas (Carm., VIII, 4, De Virginitate: Illic Euphemia pariter quoque plaudit Agathe Et Justina simul consociante Thecla. etc.).

domingo, 3 de febrero de 2019

San Blas y la bendición de las gargantas



         San Blas era un santo que, en tiempos de persecución a la Iglesia en Capadocia, se había ido a refugiar a los montes, para allí vivir una vida de retiro, de oración y de penitencia. Según cuenta su biografía, tenía el don de curar a los enfermos humanos y también a las fieras salvajes, por lo que a la puerta de su cueva, se encontraban numerosos animales, esperando pacientemente su turno para ser curados. De hecho, fue así que lo encontraron, ya que una patrulla de soldados vio a este grupo de animales frente a una cueva, les llamó la atención y al ingresar, vieron a San Blas, al cual detuvieron por ser cristiano.
         En el camino a su ejecución, le salió a su encuentro una mujer desesperada que llevaba a su hijo que acababa de morir, asfixiado por habérsele atragantado una espina de pescado. El santo le dio la bendición al niño ya muerto y, de inmediato, éste recobró la vida[1]. A partir de entonces, es que surgió la piadosa costumbre de bendecir las gargantas. El santo finalmente fue conducido a prisión, en donde obtuvo la conversión de numerosos prisioneros; luego fue arrojado al lago para que se ahogara, pero el poder de Dios lo mantuvo a flote, permitiendo sin embargo que se ahogaran quienes adoraban a los ídolos[2]. Al llegar a tierra firme, el santo fue decapitado, muriendo mártir por Cristo e ingresando en el Reino de los cielos en el año 316 d. C.
          Ahora bien, debemos pedirle a San Blas que bendiga nuestras gargantas, pero no solo para protegerlas de cualquier enfermedad o daño físico, sino que debemos pedirle que bendiga nuestras gargantas para que de ellas no salgan sino palabras edificantes de amor, de consuelo, de paz, para nuestro prójimo y de piedad, adoración y amor para con Nuestro Dios. Es decir, debemos pedir que nuestras gargantas sean bendecidas para que no solo nunca digamos nada malo contra nuestro prójimo y contra nuestro Dios, sino que de ella solo salgan bendiciones para nuestros hermanos y alabanzas para nuestro Dios. Además, la bendición de las gargantas tiene otro objetivo, y es el de hacerlas dignas para que por ellas ingrese, por la comunión eucarística, Nuestro Salvador Jesucristo. Entonces, que de nuestras gargantas bendecidas, no salga nunca palabra desedificante alguna, sino solo bendiciones para nuestros hermanos y alabanzas de adoración para Jesús Eucaristía.

viernes, 1 de febrero de 2019

El Sagrado Corazón y las Comuniones de los Primeros Viernes



         Nuestro Señor Jesucristo, cuando se le apareció a Santa Margarita María de Alacquoque, le hizo la promesa de que todo aquel que comulgara –obviamente, en estado de gracia- los nueve primeros viernes de mes, recibiría una recompensa que le valdría la vida eterna: no morirían sin los auxilios divinos, lo cual significa que habrían de ganar el Cielo eterno. Además, Jesús hizo otras hermosas promesas, pero podemos decir que la más grandiosa de todas es esta: por comulgar nueve meses seguidos, ¡nos ganamos el Cielo!
         Cuando observamos las promesas del Sagrado Corazón, tenemos la tentación de decir: ¡Qué fácil es ganarse el cielo! Y de verdad que es fácil: lo único que debemos hacer, es comulgar nueve meses seguidos, en estado de gracia, además de, por supuesto, amar y adorar al Sagrado Corazón que late en la Eucaristía.
         Pero como somos humanos, siempre tenemos tendencia a quedarnos en la superficie y no ver un poco más allá: es verdad que, para hacernos merecedores de la promesa de Jesús, debemos comulgar nueve meses seguidos, pero también es verdad que, aparte de hacerlo en gracia, debemos hacer cada comunión con todo el amor, con todo el fervor, con toda la piedad de la que seamos capaces y la gracia nos capacite. En efecto, comulgar, para el devoto del Sagrado Corazón, no es ingerir un poco de pan: es recibir, al mismo Sagrado Corazón de Jesús en Persona, a ese Corazón que está envuelto en las llamas del Divino Amor y que enciende en el Divino Amor a todo aquel a quien a Él se le acerca. Recordemos las comuniones que hacían los santos y cómo los santos utilizaban imágenes, tomadas de la vida cotidiana, para graficar qué es lo que sucedía en la comunión. Por ejemplo, San Vicente Ferrer, decía que en quien comulgaba, su corazón comenzaba a hervir, así como el agua comienza a hervir bajo la acción del fuego y esto es así, literalmente hablando, aun cuando no seamos conscientes de esto y aun cuando no sintamos nada: nuestros corazones son inmersos en ese horno ardentísimo del Divino Amor, que es el Corazón Eucarístico de Jesús y es por eso que, al contacto con él, deben –o al menos, deberían- encenderse en el fuego del Divino Amor.
         Quienes somos devotos del Sagrado Corazón y queremos ganarnos el Cielo, no comulguemos, entonces, distraídamente, como quien ingiere un poco de pan: quien ingresa en el alma es el mismo y único Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y, aunque no sintamos nada sensiblemente, dejemos que sus llamas incendien, en fuego del Divino Amor, a nuestros pobres corazones.