San Blas era un santo que, en tiempos de persecución a la
Iglesia en Capadocia, se había ido a refugiar a los montes, para allí vivir una
vida de retiro, de oración y de penitencia. Según cuenta su biografía, tenía el
don de curar a los enfermos humanos y también a las fieras salvajes, por lo que
a la puerta de su cueva, se encontraban numerosos animales, esperando
pacientemente su turno para ser curados. De hecho, fue así que lo encontraron,
ya que una patrulla de soldados vio a este grupo de animales frente a una
cueva, les llamó la atención y al ingresar, vieron a San Blas, al cual
detuvieron por ser cristiano.
En el camino a su ejecución, le salió a su encuentro una
mujer desesperada que llevaba a su hijo que acababa de morir, asfixiado por habérsele
atragantado una espina de pescado. El santo le dio la bendición al niño ya
muerto y, de inmediato, éste recobró la vida[1]. A
partir de entonces, es que surgió la piadosa costumbre de bendecir las
gargantas. El santo finalmente fue conducido a prisión, en donde obtuvo la
conversión de numerosos prisioneros; luego fue arrojado al lago para que se
ahogara, pero el poder de Dios lo mantuvo a flote, permitiendo sin embargo que
se ahogaran quienes adoraban a los ídolos[2]. Al
llegar a tierra firme, el santo fue decapitado, muriendo mártir por Cristo e
ingresando en el Reino de los cielos en el año 316 d. C.
Ahora bien, debemos
pedirle a San Blas que bendiga nuestras gargantas, pero no solo para
protegerlas de cualquier enfermedad o daño físico, sino que debemos pedirle que
bendiga nuestras gargantas para que de ellas no salgan sino palabras
edificantes de amor, de consuelo, de paz, para nuestro prójimo y de piedad,
adoración y amor para con Nuestro Dios. Es decir, debemos pedir que nuestras
gargantas sean bendecidas para que no solo nunca digamos nada malo contra
nuestro prójimo y contra nuestro Dios, sino que de ella solo salgan bendiciones
para nuestros hermanos y alabanzas para nuestro Dios. Además, la bendición de
las gargantas tiene otro objetivo, y es el de hacerlas dignas para que por
ellas ingrese, por la comunión eucarística, Nuestro Salvador Jesucristo.
Entonces, que de nuestras gargantas bendecidas, no salga nunca palabra
desedificante alguna, sino solo bendiciones para nuestros hermanos y alabanzas
de adoración para Jesús Eucaristía.
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