Vida
de santidad.
A
finales del siglo III se había desencadenado por todo el Imperio Romano la persecución[1]. Valentín,
que era un presbítero romano, residía en la capital del Imperio, reinando
Claudio II. El emperador había prohibido los matrimonios, aduciendo que esto
constituía una carga para los jóvenes, que así se veían impedidos de servir en
el ejército. Contrariando estas órdenes humanas, San Valentín se dedicó a
visitar clandestinamente a los esposos, para unirlos en santo matrimonio. Enterado
de esto, el emperador lo hizo conducir ante sí por los soldados. El emperador
lo trató de disuadir de sus convicciones cristianas. Pero Valentín le contestó:
“Si conocierais, señor, el don de Dios, y quién es Aquel a quien yo adoro, os
tendríais por feliz en reconocer a tan soberano dueño, y abjurando del culto de
los falsos dioses adoraríais conmigo al solo Dios verdadero”.
Asistieron
a la entrevista, un letrado del emperador y Calfurnio, prefecto de la ciudad,
quienes protestaron enérgicamente por lo que consideraron las atrevidas
palabras dirigidas contra los dioses romanos, calificándolas de blasfemas.
Temeroso Claudio II de que el prefecto levantara al pueblo y se produjeran
tumultos, ordenó que Valentín fuese juzgado de acuerdo a las leyes.
Interrogado
por Asterio, teniente del prefecto, Valentín continuó haciendo profesión de su
fe, afirmando que es Jesucristo “la única luz verdadera que ilumina a todo
hombre que viene a este mundo”.
El
juez, que tenía una hija ciega, al oír estas palabras, pretendiendo
confundirle, le desafió: “Pues si es cierto que Cristo es la luz verdadera, te
ofrezco ocasión de que lo pruebes; devuelve en su nombre la luz a los ojos de
mi hija, que desde hace dos años están sumidos en las tinieblas, y entonces yo
seré también cristiano”.
Valentín hizo llamar a
la joven a su presencia, y elevando a Dios su corazón lleno de fe, hizo sobre
sus ojos la señal de la cruz, exclamando: “Tú que eres, Señor, la luz
verdadera, no se la niegues a ésta tu sierva”.
Al pronunciar estas
palabras, la muchacha recobró milagrosamente la vista, aunque su padre, Asterio
y también su esposa, recobraron la vista espiritual, que se convirtieron a
Jesús y, conmovidos, se arrojaron a los pies del Santo, pidiéndole el Bautismo,
que recibieron, juntamente con todos los suyos, después de instruidos en la fe
católica.
El
emperador se admiró del prodigio realizado y de la conversión obrada en la
familia de Asterio; pero aunque deseaba salvar de la muerte al presbítero
romano, tuvo miedo de aparecer, ante el pueblo, sospechoso de cristianismo. Por
lo tanto, no le fue conmutada su pena de muerte, sino llevada a cabo, con lo
que San Valentín, después de ser encarcelado, cargado de cadenas, y apaleado
con varas nudosas hasta quebrantarle los huesos, se unió íntima y
definitivamente con Cristo, luego de ser decapitado.
Mensaje
de santidad.
El
mensaje de santidad que nos deja el sacerdote San Valentín es doble: por un
lado, amor a la Iglesia y a sus sacramentos, sobre todo el sacramento del
matrimonio y por otro, el amor a Jesucristo, al punto que dio su vida por él,
muriendo mártir. Con respecto al matrimonio, San Valentín sabía que la unión
sacramental de los esposos los convertía a estos en una prolongación, para la
sociedad y el mundo, de la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa,
de manera que los esposos se convertían, por el sacramento, en imágenes
vivientes, el esposo terreno de Cristo Esposo y la esposa terrena, de la
Iglesia Esposa. Arriesgaba su vida para unir a los esposos sacramentalmente y
esto es un valioso testimonio en nuestros días, en los que el matrimonio
sacramental se ha devaluado a los ojos de una sociedad atea, materialista,
agnóstica y relativista, que desprecia los sacramentos de la Iglesia. Para
quienes prefieren el pecado mortal del concubinato antes que la fuente de
gracias del matrimonio, sería conveniente que leyeran la vida de San Valentín.
Con
respecto a Jesucristo, San Valentín dio su vida por Él, a quien consideraba el
único Dios Verdadero y frente al cual los dioses de los paganos son nada. Hoy en
día, en el que la sociedad ha desplazado al Dios Verdadero y lo ha reemplazado
por ídolos falsos, sería conveniente que reflexionara sobre las palabras y el
testimonio de vida de San Valentín.
Por
último, el folklore y las costumbres han rebajado la figura de San Valentín a
una especie de “protector” de los enamorados o incluso hasta de cualquier amor
humano, como el amor de amistad. Esto último es válido para los novios
católicos que desean unirse en santo matrimonio, es decir, el santo es su
patrono y protector para quienes aprecian el sacramento del matrimonio y aman y
reconocen a Jesucristo como al Verdadero y Único Dios. Todo lo otro –prentender
que San Valentín es patrono de los concubinarios, adúlteros, o de quienes
confunden “amor” con “pasión”-, es banalizar la figura del santo y desconocer y
menospreciar su auténtico mensaje de santidad: el aprecio por el sacramento del
matrimonio y el amor a Jesucristo, Hombre-Dios, hasta dar la vida.
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