
Vida de santidad.
Nació en Darfur, África, en 1869. Era una niña de nueve años
cuando en su África natal fue raptada por esclavistas. Quedó tan impresionada
por el rapto, que se olvidó su nombre y por eso le pusieron el nombre “Bakhita”
que significa “afortunada”[1]; a
su vez, “Josefina” fue el nombre con el que fue bautizada. Creció junto con sus
padres, tres hermanos y dos hermanas, una de ellas su gemela. Bakhita fue
capturada por unos esclavistas, aunque antes de ella, fue capturada su gemela:
la captura de su hermana por unos negreros que llegaron al pueblo de Olgossa,
marcó mucho en el resto de la vida de Bakhita, tanto así que más adelante en su
biografía escribiría: “Recuerdo cuánto lloró mamá y cuánto lloramos todos”.
En
su biografía Bakhita cuenta su propia experiencia al encontrarse con los
buscadores de esclavos. “Cuando aproximadamente tenía nueve años, paseaba con
una amiga por el campo y vimos de pronto aparecer a dos extranjeros, de los
cuales uno le dijo a mi amiga: “Deja a la niña pequeña ir al bosque a buscarme
alguna fruta. Mientras, tú puedes continuar tu camino, te alcanzaremos dentro
de poco”. El objetivo de ellos era capturarme, por lo que tenían que alejar a
mi amiga para que no pudiera dar la alarma. Sin sospechar nada obedecí, como
siempre hacia. Cuando estaba en el bosque, me percaté que las dos personas
estaban detrás de mí, y fue cuando uno de ellos me agarró fuertemente y el otro
sacó un cuchillo con el cual me amenazó diciéndome: “¡Si gritas, morirás! ¡Síguenos!”.
Después
de ser capturada, Bakhita fue llevada a la ciudad de El Obeid, donde fue
vendida a cinco distintos amos en el mercado de esclavos y a pesar de que
siempre quiso escapar, nunca lo logró. Con quien más sufrió de humillaciones y
torturas fue con su cuarto amo, cuando tenía más o menos 13 años. Fue tatuada,
le realizaron 114 incisiones y para evitar infecciones le colocaron sal durante
un mes. “Sentía que iba a morir en cualquier momento, en especial cuando me
colocaban la sal”, cuenta en su biografía. Bakhita fue comprada por quinta vez
por el comerciante italiano Calixto Leganini en 1882, y fue la primera vez que Bakhita
fue tratada bien. “Esta vez fui realmente afortunada – escribe Bakhita – porque
el nuevo patrón era un hombre bueno y me gustaba. No fui maltratada ni
humillada, algo que me parecía completamente irreal, pudiendo llegar incluso a
sentirme en paz y tranquilidad”.
En
1884 Leganini se vio obligado a marcharse y partió para Italia con su amigo
Augusto Michieli; Bakhita se negó a dejar a su amo y se fue con él a Italia.
Allí, los esperaba la esposa de Michieli, y sabiendo la llegado de varios
esclavos, exigió uno, dándosele a Bakhita. Con su nueva familia, Bakhita
trabajo de niñera y amiga de Minnina, hija de los Michieli.
Bakhita
y Minnina ingresaron al noviciado del Instituto de las Hermanas de la Caridad
en Venecia, congregación fundada en 1808 y conocida como Hermanas de Canossa.
En
el Instituto, Bakhita conoció a Dios y fue así como supo que “Dios había
permanecido en su corazón” y le había dado fuerzas para poder soportar la
esclavitud, “pero recién en ese momento sabía quién era”. Recibió todos los
sacramentos -el bautismo, primera comunión y confirmación- al mismo tiempo, el
9 de enero de 1890, por el Cardenal de Venecia. En este momento, tomó el nombre
cristiano de Josefina Margarita Afortunada. En el momento en que era bautizada,
exclamó, llena de alegría: “¡Aquí llego a convertirme en una de las hijas de
Dios!”. Ella misma cuenta en su biografía que mientras estuvo en el Instituto
conoció cada día más a Dios, “que me ha traído hasta aquí de esta extraña
forma”. Bakhita
permaneció en el Instituto y su vocación la llevó a convertirse en una de las
Hermanas de la Orden el 7 de diciembre de 1893, a los 38 años de edad.
Fue
trasladada a Venecia en 1902, para trabajar limpiando, cocinando y cuidando a
los más pobres. Nunca realizó milagros ni fenómenos sobrenaturales, pero obtuvo
la reputación de ser santa. Siempre fue modesta y humilde, mantuvo una fe firme
en su interior y cumplió siempre sus obligaciones diarias. La salud de Bakhita se
fue debilitando hacia sus últimos años y tuvo que postrarse a una silla de
ruedas, la cual no le impidió seguir viajando, aunque todo ese tiempo fue de
dolor y enfermedad. Se dice que le decía la enfermera: “¡Por favor, desatadme
las cadenas… es demasiado!”. Falleció el 8 de febrero de 1947 en Schio, siendo
sus últimas palabras: “Madonna! Madonna!”, que en italiano significa: “¡Virgen!
¡Virgen!”.
Ante
su féretro desfilaron miles de personas, quienes le expresaron así el
respeto y admiración que sentían hacia ella. Fue velada por tres días, durante
los cuales, cuenta la gente, sus articulaciones aún permanecían calientes y las
madres tomaban su mano para colocarla sobre la cabeza de sus hijos para que les
otorgase la salvación. Su fama de santa llevó a que fuera recordada como Nostra
Madre Moretta, en Schio. El 17 de mayo de 1992 fue beatificada por Juan Pablo
II y se declaró día oficial de culto el 8 de febrero.
Mensaje de santidad.
En
la ceremonia de beatificación, el Santo Padre reconoció el gran hecho de que
transmitiera el mensaje de reconciliación y misericordia. En efecto, esto es lo
que transmitió Bakhita con su vida, porque cuando le preguntaron qué les diría a
sus captores, dijo: “Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me
raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos porque, si no
hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa”. Tengamos en
cuenta qué es lo que le hicieron sus captores, para valorar sus palabras: la
raptaron cuando era niña; la separaron de sus seres queridos, a los que nunca
más volvió a ver; la azotaron en la espalda tantas veces, que le arrancaron la
piel con los azotes; en vez de curarla, le arrojaron sal, para que le doliera
más y en consecuencia le quedó la espalda marcada de por vida con cicatrices
gigantes; la trataron como esclava, humillándola permanentemente; la vendieron
como esclava a cinco distintos amos en el mercado de esclavos, siendo el cuarto
amo el que peor la trató. Así y todo, Bakhita, al serle preguntado qué les
diría a sus captores si los viera, Bakhita respondió eso, que les besaría las
manos, porque gracias a que la raptaron, se hizo cristiana. Aquí vemos no
solamente la imitación de Cristo en la Pasión, sobre todo en la flagelación y
en el perdón a los enemigos –“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”-,
sino que vemos un gran amor y aprecio por la gracia santificante, que la hizo cristiana,
le quitó el pecado original y la convirtió en hija adoptiva de Dios. Para
Bakhita, ser hija de Dios era algo tan grande, que aun obteniendo esta
filiación al precio de prácticamente su vida –porque sus captores le arruinaron
la vida, humanamente hablando-, eso era nada en comparación con el don tan
inmensamente grande de haber sido bautizada, esto es, el haber recibido la
gracia de la filiación divina.
Perdón a los enemigos, amor a los enemigos, amor a Cristo y
su gracia hasta el extremo de despreciar la propia vida, son algunos de los
ejemplos que nos brinda Santa Josefina Bakhita.
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